Sólo desde la empatía con María se entiende la obra de Nolasco. La convierte en su modelo, se le muestra dócil, se entusiasma, se implica en el proyecto, se deja ganar el corazón y la vida para una entelequia de amor inconmensurable.
Y nuestro embeleso se significa, en el nombre mismo del Instituto, orden de Santa María de la Merced, en la proclama de las primeras Constituciones, luego secularmente reiterada, de estar destinadas a honrar a Dios y a la Virgen su madre, en la denominación y color, albo, del atuendo regular, el hábito de santa María, en la práctica ancestral de rezar diariamente el oficio Maríano, en las celebraciones de misa y salve sabatinas.
Si bien el primer testimonio histórico es de 1307, cuando Galcerán de Miralles legaba a la encomienda de Nuestra Señora de Bell Lloch la cantidad de tres libras de cera para que tuvieran un cirio encendido todos los sábados durante la celebración de la misa de la Virgen, creemos que tan hermosa costumbre fue introducida por el santo Fundador, en el abrirse los capítulos el sábado con misa solemne de la Virgen, en la dedicación a Ella del primer templo en la casa madre de Barcelona, luego de obtenida licencia del obispo de Barcelona el 29 de abril de 1249 en la preferencia de destinarle las iglesias y los altares que la Orden ha ido erigiendo en sus casi ochocientos años en ponerla al frente de todas las expediciones liberadoras, enviando a los redentores en su nombre, enarbolando su pendón en la proa del barco libertador, recibiendo como exvotos los grillos y cadenas de los salvados en aceptar la regencia, culto y pastoral de santuarios Maríanos, en llevar su advocación allende los mares y prodigar su imagen por todos los continentes en el olfato mercedario por los privilegios Maríanos, singularmente de la Concepción inmaculada en la explicitación del nombre de la Virgen santa María en la recepción de donaciones, ofrendas y fundaciones.
Fuente: San Pedro Nolasco, Fray Joaquín Millán Rubio, Instituto Histórico Padre Faustino Gazulla, 9, LÉRIDA, 2012
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