Querido hermano separado:
«Antes que nada quiero decirte, sinceramente, que te considero como un verdadero hermano mío, y que te aprecio y te admiro por muchas cosas buenas que he visto en ti y en tu iglesia.
Admiro tu deseo de dar a conocer a Cristo y tu entrega... De veras que muchas veces he sentido en mi corazón una santa envidia por tu celo apostólico.
Naturalmente, hay también ciertas cosas que no me gustan en tu actuación. De todos modos, ¿en qué familia no hay problemas o malentendidos?
Lo que quiero aclarar ahora es esto: «Te admiro y te aprecio como un verdadero hermano en Cristo».
En realidad, lo que nos une es bien profundo:
- Tú y yo creemos igualmente en el mismo Dios, Creador, Providente y Padre amoroso. Y esto, de por sí, ya es mucho en un mundo tan materialista y lleno de pesimismo.
- Tú y yo creemos igualmente en Jesucristo como «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn.14, 6), el único Salvador, Señor y Mediador entre nosotros y el Padre.
- Los dos amamos igualmente y estudiamos la Biblia, tratando de descubrir en ella la voluntad de Dios.
Hay muchas otras cosas más que nos unen. Pero he querido subrayar solamente las más importantes, para que nos demos cuenta de que, en lugar de fijarnos en lo que nos divide, aprendamos a fijarnos mejor en lo que nos une, para tratar de vivir el mandamiento nuevo que nos dejó Jesús, con sinceridad y sin exclusivismos: «Ámense unos con otros, como yo los amo a ustedes» (Jn15,12).
Estamos separados
Por desgracia, no estamos completamente unidos. El pecado nos ha dividido. Hemos desgarrado el cuerpo de Cristo. Cristo está roto por nuestra culpa y por la culpa de nuestros mayores. El adversario nos ha ganado.
En lugar de luchar juntos para mejorar la Iglesia, cada uno ha querido hacerlo a su modo, apartándose del hermano. El sueño de Cristo, expresado con tanta insistencia en la vigilia de su pasión y muerte, se ha esfumado:
«Que todos sean uno,
como Tú, Padre, estás en mí y yo en ti.
Sean también ellos uno en nosotros:
así el mundo creerá
que tú me has enviado»
(Jn.17,21)
Y como consecuencia, a causa de nuestras divisiones, muchos llegan a rechazar a Cristo y a odiar cualquier religión, privándose así de esta gran riqueza. A causa de nuestras divisiones nuestros pueblos están internamente divididos y debilitados en su espíritu comunitario. Y todo esto, ¡por nuestra culpa! ¡Qué gran responsabilidad tenemos frente al mundo, por nuestras divisiones! «Así el mundo creerá que Tú me has enviado» (Jn.17,21), dijo Jesús. Y ¿cómo va a creer si estamos desunidos?
Al estar nosotros divididos, muchos no creen en Cristo, de modo que, en lugar de ser un signo de que Cristo es el enviado de Dios, representamos, mediante nuestra división, una piedra de tropiezo para los que quisieran acercarse a El.
Muchos piensan: «Quiero buscar a Dios, a lo mejor el cristianismo me da la clave. Pero... Otro le contesta: Fíjate que ¡los mismos cristianos están divididos entre sí y se odian!... Mejor busco por otro lado». Y puede ser que dejen de buscar para siempre, decepcionados de todo y de todos.
Y este problema de la división ya apareció desde el principio, viviendo todavía los apóstoles. De modo que no le podemos achacar la culpa a una determinada persona o institución. De por sí el hombre es pecador y tiende a apartarse de Dios y de su hermano. Puede ser por envidia, orgullo, intereses personales, etc. para formar un grupo aparte y sentirse superior. Todo lo demás es puro pretexto. En realidad, la voluntad de Cristo es muy clara: «Que todos sean uno» (Jn. 17, 21). El que se aparta, para formar otro grupo, tiene que saber claramente que se está portando mal, poniéndose en contra de la voluntad clara de Cristo. Jesús quiere la unidad de todos los que creen en su nombre. La división viene del pecado y del demonio.
«Cada uno va proclamando:
Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo,
yo soy de Pedro, yo soy de Cristo
¿Acaso está dividido Cristo?»
(1Cor.1,12-13).
«Hijitos míos, es la última hora, y se les dijo que tendría que llegar el Anticristo; en realidad, ya han venido varios anticristos, por donde comprobamos que ésta es la última hora. Ellos salieron de entre nosotros mismos, aunque realmente no eran de los nuestros. Si hubieran sido de los nuestros, se habrían quedados con nosotros. Y al salir ellos, vimos claramente que entre nosotros no todos eran de los nuestros» (1Jn. 2, 18-19).
A Dios el juicio
Hermano en Cristo: Recuerda que no es mi intención ofenderte. Solamente quiero que reflexiones en forma más detenida sobre la cita bíblica anterior. Si crees que no viene al caso para ti, no te preocupes. Entonces esta reflexión podrá servir para otros.
Muchos dicen: «Cuando yo era católico, era malo, me emborrachaba, le pegaba a mi mujer, etc. Cuando dejé la religión católica y entré en esta nueva religión, encontré a Cristo y cambié de vida».
Ahora mi pregunta es la siguiente y quisiera que la respondieras con toda sinceridad: «Antes de cambiar de religión, ¿conocías de veras el catolicismo? Y si lo conocías, ¿tratabas de vivirlo? ¿O tal vez abandonaste el catolicismo antes de haberlo conocido y vivido?
No quiero juzgarte ni culparte de nada. Para mí las palabras de Jesús:«No juzguen y no serán juzgados» (Lc. 6, 37), son ley. Quiero solamente decirte esto: Si antes de conocer y vivir el catolicismo cambiaste de religión: «Tú no eras de los nuestros. Si hubieras sido de las nuestros, te habrías quedado con nosotros. Al salirte, vimos claramente que entre nosotros no todos eran de los nuestros» (1 Jn. 2, 19).
Y este problema sigue todavía. A causa de tantos malos ejemplos presentes en la Iglesia, a falta de buenos evangelizadores y frente a la triste realidad de una masa que se llama católica, carente de instrucción y vivencia cristiana, muchos se aprovechan para desacreditarla y sacar gente para sus distintos grupos.
¿Lo hacen con sinceridad? ¿Por interés? ¿Por orgullo? ¿Por odio en contra de la Iglesia Católica? ¿Por motivos políticos, tratando de adormecer las conciencias y así detener la marcha de la Iglesia Católica en favor de los derechos fundamentales de la dignidad del hombre y de la igualdad de todos los pueblos?
Yo creo que hay de todo. Sólo Dios conoce el corazón del hombre y sabe por qué razones actúa cada cual.
Mi intención es ponerte en guardia, para que no creas fácilmente a cualquier persona que te hable muy bonito de Cristo, persiguiendo otros fines, reconocidos abiertamente o no.
Tú obedece a tu conciencia. Si estás convencido de que andas bien, sigue adelante según tu conciencia y sin temor. Dios juzga el corazón. Si eres sincero contigo mismo y buscas la verdad, no tengas miedo. Dios te ayudará. Ora mucho y sigue buscando la voluntad de Dios. Tal vez estas cartas que escribo te podrán ayudar en algo.
Que Cristo sea conocido
No obstante lo anterior, yo, por mi parte, sigo siendo optimista. Me doy cuenta perfectamente de que para algunos «la religión es puro negocio» (1 Tim. 6, 5). Me doy cuenta que algunos viven de lo que otros cooperan.
En realidad, «el amor al dinero es la raíz de todos los males» (1 Tim. 6, 10). Sin embargo, lo que más importa es que Cristo sea conocido, aunque se trate de un Cristo roto y con verdades a medias. Algo es algo.
Claro que me gustaría que estuviéramos todos unidos y predicáramos al mismo Cristo con amor hacia todos, dando testimonio de aquel Reino de paz y justicia, que Cristo vino anunciar y empezó a implantar en este mundo. Pero... hay que ser realistas. Es un hecho que somos pecadores y que no logramos hacer las cosas a la perfección.
A este propósito recuerdo las palabras de San Pablo: «Algunos son llevados por la envidia y quieren hacerme la competencia, pero, al fin, ¿qué importa que unos sean sinceros y otros hipócritas? De todas maneras, se anuncia a Cristo y eso me alegra, y seguiré alegrándome» (Fil1,15-18).
Se llegará a la unidad
A pesar de las fuerzas destructoras y los fanatismos que operan en este mundo, estoy convencido de que el sueño de Cristo se va a realizar algún día. La verdad tiene que abrirse paso; si somos dóciles a los impulsos del Espíritu, se llegará a la unidad:
«Yo soy el Buen Pastor: conozco mis ovejas y ellas me conocen a mí.
Tengo otras ovejas, que no son de este corral.
A ellas también las llamaré y oirán mi voz:
y habrá UN SOLO REBAÑO, como hay un solo pastor»
(Jn. 10,14-16)
Así pues, adelante, hermano, con fe en estas palabras de Jesús. Un día llegaremos a formar una sola Iglesia todos los creyentes en Cristo. Tratemos de luchar para que este día no sea muy lejano.
Quiero terminar esta carta con las palabras de un pastor protestante:
«No te conformes nunca con el escándalo de la separación de los cristianos que tan fácilmente proclaman el amor al prójimo pero siguen viviendo separados. Busca ardientemente la unidad del Cuerpo de Cristo» (Pastor Roger Schultz).
El Mesías Verdadero al darles la Comunión
dijo vivan en unión hasta el último momento.
Este es mi testamento no me lo hagan al revés
tengan un solo querer perseveren bien unidos
no se olviden mis amigos de cumplir este deber
Hoy después de dos mil años esta es la pura verdad
se perdió aquella unidad que el Señor dejó ordenado.
El nos llama a reencontrarnos en amor y santa unión
busquemos de corazón aquella unidad perdida
y sanemos las heridas que causó la división.
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