Liturgia

Liturgia

Significado:
La palabra "Liturgia" en el Nuevo Testamento es empleada para designar no solamente la celebración del culto divino (cf Hch 13,2; Lc 1,23), sino también el anuncio del Evangelio (cf. Rm 15,16; Flp 2,14-17. 30) y la caridad en acto (cf Rm 15,27; 2 Co 9,12; Flp 2,25). En todas estas situaciones se trata del servicio de Dios y de los hombres.
En la celebración litúrgica, la Iglesia es servidora a imagen de su Señor, el único "Liturgo" (cf Hb 8,2 y 6) del cual ella participa en su sacerdocio, es decir; en el culto, anuncio y servicio de la caridad.

En la liturgia, la Iglesia celebra principalmente el Misterio pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra salvación. Por este misterio, `con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida'. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia.

La liturgia es, pues, el servicio que el hombre da a Dios, porque Él se lo merece. Y trae aparejada nuestra propia santificación, es decir; gracias a la liturgia nosotros nos vamos santificando, purificando, pues quien entra en contacto con Dios, recibe ese fuego divino que calienta, purifica y perfecciona.

Hoy ya entendemos la liturgia como el culto oficial de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, a la Santísima Trinidad, para adorarle, agradecerle, implorarle perdón y pedirle gracias y favores.

Desde el comienzo del movimiento litúrgico, hasta nuestros días, se han propuesto muchas definiciones de liturgia y todavía no existe una que sea admitida unánimemente, dada la riqueza encerrada en dicho misterio. Sin embargo, todos los autores admiten que el concepto de liturgia incluye los siguientes elementos: la presencia de Cristo Sacerdote, la acción de la Iglesia y del Espíritu Santo, la historia de la salvación continuada y actualizada a través de signos eficaces, que son los sacramentos, y la santificación del culto.

La liturgia es del presente, pero apunta hacia el futuro; es de este mundo, pero apunta hacia una realidad que trasciende la experiencia presente. Es del presente, porque celebra y hace real la presencia entre nosotros de Dios que salva al mundo y al hombre en Cristo, pero esa misma presencia nos hace penosalmente conscientes de cuán lejos estamos del Reino de Dios. Es un llamado para vivir y actuar por los valores de Dios, que no son los valores de una sociedad que toma como un hecho la desigualdad, la competitividad, los prejuicios, la infidelidad, las tensiones internacionales y el consumismo sin fronteras.

Los valores de Dios son el amor, la verdad, la paz y la gracia.
De esta manera, la liturgia es de este mundo, pero apunta hacia un modo de vivir en el mundo que reconoce su profundo significado. La liturgia aprovecha todos los elementos de la vida humana. Nos enseña a usar nuestro cuerpo y nuestra alma para manifestar la presencia de Dios, para darle culto y servirlo, y para llevar su Palabra y sanar a los demás.

Así pues, en la noción de liturgia que ofrece el Concilio podemos definirla como la función santificadora y cultual de la Iglesia, esposa y cuerpo sacerdotal del Verbo encarnado, para continuar en el tiempo la obra de Cristo por medio de los signos que lo hacen presentes hasta su venida.

Lo litúrgico y lo no litúrgico

Son acciones litúrgicas (lo litúrgico) aquellos actos sagrados que, por institución de Jesucristo o de la Iglesia, y en su nombre, son realizados por personas legítimamente designadas para este fin, en conformidad con los libros litúrgicos aprobados por la Santa Sede, para dar a Dios, a los santos ya los beatos el culto que les es debido. Lo no litúrgico son las demás acciones sagradas que se realizan en una iglesia o fuera de ella, con o sin sacerdote que las presencie o las dirija (a estas también se les llama ejercicios piadosos).

         Lo litúrgico es lo que pertenece al entero cuerpo eclesial y lo pone de manifiesto y constituye la eficacia objetiva de los actos de culto.
         Los ejercicios piadosos evocan el misterio de Cristo únicamente de manera contemplativa y afectiva.

La eficacia de los actos litúrgicos depende de la voluntad institucional de Cristo y de la Iglesia, y de que se cumplan necesariamente las condiciones para su validez; por eso estos actos actualizan la presencia del Señor.
La eficacia de los ejercicios piadosos depende tan sólo de las actitudes personales de quienes toman parte en ellos.

La liturgia como fuente de Vida:
La Liturgia, obra de Cristo, es también una acción de su Iglesia. Realiza y manifiesta la Iglesia como signo visible de la comunión entre Dios y de los hombres por Cristo. Introduce a los fieles en la Vida nueva de la comunidad. Implica una participación "consciente, activa y fructífera" de todos.

La liturgia debe ser precedida por la evangelización, la fe y la conversión; sólo así puede dar sus frutos en la vida de los fieles: la Vida nueva según el Espíritu, el compromiso en la misión de la Iglesia y el servicio de su unidad.

Oración y Liturgia:
La Liturgia es también participación en la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo. En ella toda oración cristiana encuentra su fuente y su término. Por la liturgia el hombre interior es enraizado y fundado (cf Ef 3,16-17) en "el gran amor con que el Padre nos amó" (Ef 2,4) en su Hijo Amado. Es la misma "maravilla de Dios" que es vivida e interiorizada por toda oración, "en todo tiempo, en el Espíritu" (Ef 6,18)

Catequesis y Liturgia:
La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres.


Liturgia de la palabra

La "Liturgia de la Palabra" se compone de lecturas, de cantos, de meditación silenciosa que permita asimilar lo escuchado, de predicación, del símbolo de la fe y de oraciones. Ese alimento, extraído de la Biblia, nutre la fe del creyente y le prepara el corazón para que luego asimile el Cuerpo Eucarístico del Señor.
Así la Palabra se complementa con el Sacramento. Que son los dos pilares que sostienen el edificio de la Iglesia.


Palabra de Dios:
Durante la "Liturgia de la Palabra", la asamblea cristiana escucha las lecturas de la Biblia, como si fuesen una carta recibida de Dios.
El número de las lecturas puede variar; son dos en los días de la semana, tres los domingos y más numerosas en algunas celebraciones como las vigilias de Pascua o Pentecostés. En cada una de esas lecturas es Dios quien habla a su pueblo.

La plegaria de cada participante podrá ser: "Habla, Señor que tu siervo escucha"; y el canto de su corazón: "Tu Palabra me da vida, tu palabra es eterna". Al finalizar cada lectura se oye la aclamación "Palabra de Dios", toda la asamblea responde alborozada: "Te alabamos Señor". Gracias porque quisiste de nuevo hablar con tu pueblo, gracias porque una vez más nos dices tu amor.

El Concilio Vaticano II pidió que se abrieran los tesoros de las Sagradas Escrituras para el enriquecimiento espiritual del pueblo cristiano. Para obedecer ese deseo se escogieron de los 46 libros del Antiguo Testamento las páginas más bellas que durante ocho siglos fueron escribiendo casi un centenar de autores, desde entonces se leen de la siguiente manera:

         Primera Lectura (La Ley y los Profetas)
En la primera lectura de la Liturgia de la Palabra solemos escuchar un párrafo de la Ley Mosaica, un episodio de la historia de Israel, un fragmento de los libros proféticos o unas frases de la Sabiduría popular del pueblo elegido. Todos esos libros del primer Testamento nos hablan del Cristo que los profetas anhelaban y que en el Nuevo Testamento se presenta como quien viene a llevar la plenitud de la ley y no a abolirla.

El mismo Jesús nos dijo que a El se referían los libros del Antiguo Testamento, cuando se aplicó un pasaje de Isaías (Lucas 4,21) o cuando afirmó que debía cumplirse lo que acerca de Él estaba escrito "en la Ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos" (Lucas 24,44)


         El Salmo
El "Salmo responsorial" o "gradual", ocupa su lugar tras la primera lectura y sirve para reforzar la enseñanza o ayudar en la meditación de alguna de las ideas proclamadas. Como la asamblea responde con un refrán a los versos del Salmo, a éste se llama "responsorial" y se le designa como "gradual" porque antes se cantaban desde las gradas reservadas a los cantores.

Los Salmos son un conjunto de 150 poesías hebreas, Cristo los usó  en su predicación ( cfr. Salmo 110 en Mateo 22,41) o en su plegaria (Mc 14,26). Mientras agonizaba en la cruz estuvo diciendo el Salmo 22.
Los Salmos pueden enseñarnos a orar. En ellos encontramos las dos grandes opciones de la plegaria: la petición y la alabanza. Nos dan las más bellas palabras para pedir y alabar. Es Dios mismo quien por medio de ellos, nos enseña a hablarle, como lo hace un padre con su hijo. Con tal Maestro estamos seguros de acertar, porque "Solo Dios habla bien de Dios"

Cuando escuchemos el Salmo, en la liturgia, acallemos el bullicio exterior, paladeemos las palabras sagradas, y dejemos que Dios nos hable y que quien le conteste sea nuestro propio corazón.

         Segunda Lectura (La carta del Apóstol)
Epístola es una palabra latina que significa "Carta". Con ese título se designan varios escritos de Pablo, Pedro, Juan, Judas, Santiago, o de algunos discípulos que publicaban sus obras usando como seudónimo el nombre de algunos de los doce.
Algunas de esas epístolas son verdaderas cartas, otras son copias de homilías o predicaciones de la primera Iglesia.

Las Epístolas de Pablo son catorce cartas que configuran el "Cuerpo Paulino". Algunas las escribió el Apóstol de los gentiles personalmente o compartiendo la responsabilidad con algunos de sus discípulos, otras como la de los Hebreos se deben a cristianos del siglo primero, influenciados por el pensamiento de San Pablo. Es importante leer y conocer el pensamiento paulino. Ese es un nutritivo alimento para vigorizar nuestra vida cristiana. Allí se aprende a amar a Jesucristo y a trabajar por Él.

         El Aleluya
Aleluya, significa alabanza a Yahvé en hebreo y corresponde al "Gloria de Dios" que se escucha de continuo en los ambientes de la Renovación Carismática. Aleluya era la gran oración de los israelitas ante Dios. Once Salmos empiezan con esa palabra y, con ella terminan trece, porque los Salmos son ante todo una alabanza.
         En los primeros siglos de la Iglesia sólo se cantaba "Aleluya" el día de la Pascua. Al correr los años, el Aleluya se cantó durante todo el tiempo Pascual, luego los domingos y finalmente todos los días del año, excepto en el tiempo de Cuaresma.

         El Evangelio.
Evangelio significa "Buena Nueva", "feliz noticia". El Evangelio es el anuncio gozoso de que la liberación ha llegado, es el dichoso pregón de que "se ha manifestado la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor a los hombres" (Tit 3,4). El Evangelio es la presentación de Jesús ante los hombres. El Evangelio es Jesucristo. Es ante todo la persona, la obra, las enseñanzas de Jesús, y sólo en segundo lugar, el libro en donde se nos habla de la vida de Cristo y de su mensaje.

La Iglesia heredó de las comunidades cristianas del siglo primero, cuatro libros que nos anuncian la vida y la obra de Jesús:

         El primero de esos libros se atribuye a Mateo; quien se esfuerza en presentar a Jesús como la respuesta a las expectativas del antiguo Testamento. Por eso es fácil encontrar en ese Evangelio la frase: "para que se cumpliese lo escrito por el Profeta". Mateo nos presenta a Jesús como Nuevo Moisés, como nuevo David, como la personificación del Nuevo Israel.

         A Marcos, discípulo de Pedro, se le atribuye el segundo Evangelio, el más corto y el más concreto de los cuatro Evangelios: se preocupa más de lo que Jesús hace que de cuanto dice. En Marcos resuena la pregunta: ¿Quién es éste? ¿Qué doctrina es ésta? ¿De dónde saca tanto poder?, y la respuesta a que todos van llegando es: Éste es el Hijo del Hombre, éste es el Cristo, el Hijo de Dios.

         A la pluma de Lucas se debe el tercer Evangelio. Lucas es un escritor deseoso de evangelizar paganos, samaritanos, y de proclamar que la salvación es para todos los hombres: los pecadores, los publicanos, los ladrones, los pobres, los niños, las viudas.
Lucas es el evangelista que nos habla de la oración y del Espíritu Santo. Es el que se refiere a Jesús con el espléndido nombre de Señor.

         Juan aparece como el autor del cuarto Evangelio. Es el teólogo que medita en la vida de Cristo y en la vida de la Iglesia, los Sacramentos del bautismo y de la Eucaristía.

La Liturgia de la Palabra nos regala cada domingo con la lectura de un párrafo de alguno de los Evangelios. Oigámosle de pie en señal de respeto, pues es el pensamiento y la palabra misma de Cristo lo que podemos escuchar.


La Homilía:
El Concilio Vaticano y la Renovación de la Iglesia precisan lo que debe ser la homilía: una conversación familiar por la que un pastor de almas alimenta su rebaño y le ayuda a aplicar en las circunstancias concretas de la existencia el mensaje del Evangelio.
La homilía debe revelarnos la voluntad de Dios, expresada en la Palabra, como si fuese un revelador fotográfico. Así debe ser la homilía una vez proclamada la Palabra de Dios en las lecturas y cánticos, la homilía ayuda a tomar conciencia de ella, explicando los términos oscuros, las expresiones difíciles, anunciando la llegada del Reino, llamando a la conversión, animando a la perseverancia y al crecimiento, aplicando el mensaje revelado a la vida diaria, urgiendo el compromiso.

Una bella homilía fue la que predicó Jesús cuando leyó un texto de Isaías y lo explicó diciendo: "Esta escritura se cumple hoy". Los ojos de todos estaban fijos en él y Él hablaba como no hay profeta bien recibido en su tierra. Los que le escuchaban se llenaron de ira contra él, porque Jesús les descubría su mal, y ellos rehusaban la conversión.
Algo así debería suceder hoy. Aplicarnos las Palabras de Dios en el hoy de nuestra vida y convertirnos a él y amarlo más. No salir diciendo que la predicación estuvo aburrida, divertida, elocuente, superficial o hermosa, sino examinando qué cambio quiere Dios en nuestra vida. Para algo nos habla. Él es el definitivo responsable de la Palabra que nos interpela.

El símbolo de la Fe:
Al Credo lo designamos con el nombre de "símbolo de la fe" porque sirve como signo de reconocimiento. Cuando escuchamos que un vecino, a quien tal vez nunca antes le habíamos visto, profesa el Credo, podemos decir: "¡Este es un hermano. Tiene la misma fe. Cree en el mismo Padre. Acepta al mismo Señor Jesucristo. Ha recibido en el bautismo al mismo Espíritu de Dios!". Al Credo lo llamamos símbolo porque permite reconocer a quien lo recita como auténtico hermano en el Señor.

El Credo es también un resumen de la fe. En el Nuevo Testamento encontramos algunas fórmulas de fe muy concisas, como "Jesús es el Señor". A partir de esas fórmulas breves, la fe cristiana expresó su conocimiento de Jesús nacido, muerto y resucitado, ascendido a la derecha del Padre, como Señor y juez del Universo. A esa confesión de fe en Jesucristo se unió otra profesión en Dios Padre Creador, en el Hijo Eterno que se hizo carne y en el Espíritu que resucita a los muertos.

Eucaristía:
En la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y banquete pascual, por el que el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia cuando el sacerdote, representando a Cristo el Señor, realiza lo mismo que el Señor hizo y encomendó a sus discípulos que hicieran en memoria de él.

“Cristo tomó el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed, bebed; éste es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía”. Por eso, la Iglesia ha ordenado toda la celebración de la Liturgia eucarística con estas partes, que responden a las Palabras y a las acciones de Cristo.

En efecto:
         En la preparación de los dones, se llevan al altar pan, vino y agua, o sea los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.
         En la Plegaria eucarística se da gracias a Dios por toda la obra de la salvación; y se hace la ofrenda del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
         Por la fracción del pan y por la Comunión de los fieles, reciben de un único pan el Cuerpo y de un único cáliz la Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles lo recibieron de manos del mismo Cristo.

Preparación de los dones:
Al comienzo de la liturgia eucarística se llevan al altar los dones que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

En primer lugar se prepara el altar o mesa del Señor, que es el centro de toda la liturgia eucarística, y se colocan sobre él el corporal, el purificador, el Misal y el cáliz. Luego se traen las ofrendas: es de desear que el pan y el vino sean presentados por los fieles; el sacerdote o el diácono los recibe en un lugar adecuado para llevarlos al altar. Aunque los fieles ya no contribuyan con el pan y el vino destinados a la liturgia, como se hacía antiguamente, no obstante, el rito de presentarlos conserva su fuerza y significado espiritual.
También se puede recibir dinero u otros dones para los pobres o para la iglesia, traídos por los fieles o recolectados en la nave de la iglesia, y que se colocarán en un lugar conveniente, fuera de la mesa eucarística.

La cruz alta acompaña la procesión en la que se llevan las ofrendas mientras que el canto del ofertorio se prolonga por lo menos hasta que las ofrendas han sido colocadas sobre el altar. El canto siempre puede acompañar los ritos del ofertorio, incluso cuando no hay procesión de dones.

El sacerdote coloca el pan y el vino sobre el altar, diciendo las fórmulas establecidas, puede incensar los dones colocados sobre el altar, luego la cruz y el altar, para significar que la oblación de la Iglesia y su oración suben como incienso hasta la presencia de Dios. Después el sacerdote, por causa de su sagrado ministerio, y el pueblo, en razón de su dignidad bautismal, pueden ser incensados por el diácono o por otro ministro.

Luego el sacerdote se lava las manos al costado del altar, expresando por este rito el deseo de purificación interior.

Oración sobre las ofrendas:
Una vez depositadas las ofrendas en el altar y concluidos los ritos correspondientes, con la invitación a orar junto con el sacerdote y la oración sobre las ofrendas, se concluye la preparación de los dones y se prepara la Plegaria eucarística.
En la Misa se dice una sola oración sobre las ofrendas, que concluye con la terminación breve: Por Jesucristo nuestro Señor; y si al final se hace mención del Hijo: Que vive y reina por los siglos de los siglos.

Plegaria eucarística:
Ahora comienza el centro y cumbre de toda la celebración: la Plegaria eucarística, es decir, la Plegaria de acción de gracias y de santificación. El sacerdote invita al pueblo a elevar los corazones al Señor en la oración y acción de gracias y lo asocia a la oración que, en nombre de toda la comunidad, él dirige a Dios Padre, por Jesucristo en el Espíritu Santo. El sentido de esta oración es que toda la asamblea de los fieles se una con Cristo en la alabanza de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio. La Plegaria eucarística exige que todos la escuchen con respeto y en silencio. Los principales elementos de la Plegaria eucarística pueden distinguirse de esta manera:
  Acción de gracias (que se expresa principalmente en el Prefacio), en la cual el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da gracias por la obra de la salvación o por algún aspecto particular de la misma, según los diversos días, fiestas o tiempos.
  Aclamación: con ella toda la comunidad, uniéndose a las virtudes celestiales, canta el Santo. Esta aclamación, que forma parte de la Plegaria eucarística, es proferida por todo el pueblo junto con el sacerdote.
  Epíclesis: con ella la Iglesia, por medio de invocaciones peculiares, implora la fuerza del Espíritu Santo, para que los dones ofrecidos por los hombres sean consagrados; es decir, se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión, sea para salvación de quienes van a participar de ella.
  Narración de la institución y consagración: por las Palabras y acciones de Cristo, se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena, cuando ofreció su Cuerpo y Sangre bajo las especies de pan y vino, y lo dio a sus discípulos como comida y bebida y les dejó el mandato de perpetuar el misterio.

  Anámnesis: con ella la Iglesia, cumpliendo el mandato que recibió de Cristo el Señor por medio de los Apóstoles, realiza el memorial del mismo Cristo recordando especialmente su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y su ascensión al cielo.
  Oblación: por ella, en este memorial la Iglesia, y principalmente la que está aquí y ahora congregada, ofrece al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia procura que los fieles no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que también aprendan a ofrecerse a sí mismos,  se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que finalmente Dios sea todo en todos.
  Intercesiones: por las que se expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, y que la ofrenda se hace por ella misma y por todos sus miembros, vivos y difuntos, que han sido llamados a participar de la redención y de la salvación adquirida por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
  Doxología final: en ella se expresa la glorificación de Dios, y se confirma y concluye con la aclamación: Amén del pueblo.

Rito de la Comunión:
Como quiera que la celebración eucarística es un banquete pascual, conviene que, según el mandato del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos como alimento espiritual por los fieles debidamente preparados. A esto tienden la fracción y los demás ritos preparatorios, con los que se va llevando a los fieles hasta el momento de la Comunión.

Oración el Señor:
En la Oración del Señor se pide el pan de cada día, lo cual para los cristianos implica especialmente el pan eucarístico, y se implora la purificación de los pecados, de modo que, en verdad, las cosas santas sean dadas a los santos. El sacerdote invita a orar, y todos los fieles, junto  con el sacerdote, dicen la oración; el sacerdote solo añade el embolismo y todo el pueblo lo concluye con la doxología. El embolismo, que desarrolla la última petición de la oración del Señor, pide para toda la comunidad de los fieles la liberación del poder del mal.
La invitación, la oración misma, el embolismo y la doxología  conclusiva del pueblo, se profieren con canto o en voz alta.

Rito de la paz:
Sigue el rito de la paz, por el que la Iglesia implora para sí misma y para toda la familia humana la paz y la unidad, y los fieles  se expresan la comunión y la mutua caridad, antes de comulgar con el Sacramento.
En cuanto al gesto mismo de entregar la paz, será establecido por las Conferencias Episcopales, de acuerdo a la índole y costumbres de los pueblos. Sin  embargo es conveniente que cada uno dé la paz  con sobriedad solamente a los que están más cercanos.

La fracción del pan:
El  sacerdote parte el pan eucarístico con ayuda, si es necesario, del diácono o del concelebrante. El gesto de la fracción realizado por Cristo en la última Cena, que en los tiempos apostólicos dio el nombre  a toda la acción eucarística, significa que los fieles siendo muchos, por la Comunión de un solo pan de vida, que es Cristo muerto y resucitado por la salvación del mundo, forman un solo cuerpo (1Co  10,17). La fracción comienza después del rito de la paz, y debe ser cumplida con la debida reverencia; sin embargo no se ha de prolongar innecesariamente ni se le dará una importancia exagerada.

El sacerdote parte el pan y deja caer una parte de la hostia en el cáliz, para significar la unidad del Cuerpo y la Sangre del Señor viviente y glorioso.  El coro o el cantor cantan  el Cordero de Dios, como de costumbre, con la respuesta del pueblo, o al menos lo dicen en voz alta. La invocación acompaña la fracción del pan, por lo cual puede repetirse cuantas veces sea necesario hasta que haya terminado el rito. La última vez se concluye con las Palabras “danos la paz”.

Comunión:
El sacerdote se prepara con una oración en secreto para recibir fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Los fieles hacen lo mismo orando en silencio.
Luego el sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico sobre la patena o sobre el cáliz, y los invita al banquete de Cristo; y, juntamente con los fieles, pronuncia el acto de humildad, usando las Palabras evangélicas.
Es muy de desear que los fieles, tal como el mismo sacerdote está obligado a hacer, participen del Cuerpo del Señor con hostias consagradas en esa misma Misa, y en los casos previstos, participen del cáliz de manera que, incluso por los signos, aparezca mejor que la Comunión es participación en el Sacrificio que se está celebrando.

Mientras el sacerdote  toma el Sacramento comienza el canto de Comunión, el cual debe expresar, por la unión de las voces, la unión espiritual de quienes comulgan, manifestar el gozo del corazón y  hacer más evidente el carácter “comunitario” de la procesión  para recibir la Eucaristía. El canto se prolonga mientras se distribuye el Sacramento a los fieles.   Sin embargo, si se va a cantar un himno después de la Comunión, conclúyase oportunamente el canto de Comunión.

         Procúrese que también los cantores puedan comulgar  convenientemente.

Para el canto de Comunión se puede emplear la antífona del Gradual romano, con o sin salmo, o la antífona con el salmo del Graduale Simplex u otro canto adecuado, aprobado por la Conferencia Episcopal. Lo cantan los cantores solos o bien los cantores o el cantor  con el pueblo.

Si no hay canto, la antífona propuesta en el Misal puede ser recitada por los fieles o por algunos de ellos,  o por un lector, o en último caso por el sacerdote  después de comulgar y antes de distribuir la comunión a los fieles.

Terminada la distribución de la Comunión, según las circunstancias, el sacerdote y los fieles oran en secreto por algunos  momentos. Si se prefiere, toda la asamblea   puede también cantar un salmo, o algún otro canto de alabanza o un himno.

Para completar la súplica del pueblo de Dios y para concluir todo el rito de la Comunión, el sacerdote profiere la oración después de la Comunión, en la que se imploran los frutos del misterio celebrado.

En la Misa se dice una sola oración después de la Comunión, que termina con la conclusión breve, es decir:
         si se dirige al Padre: Por Cristo nuestro Señor;
         si se dirige al Padre, pero al final se hace mención del Hijo: Que vive y reina por los siglos de los siglos;
         si se dirige al Hijo: Que vives y reinas por los siglos de los siglos.
              El pueblo hace suya esta oración con la aclamación: Amen.

La Plegaria Universal:
La Liturgia de la Palabra suele terminar con una súplica llamada: "Plegaria Universal" u oración de los fieles. Es la intercesión que eleva todo el pueblo cristiano, clérigos, laicos, es decir los fieles, los que tienen fe en que Dios los oye y les responde, los que confían en la fidelidad de Dios con ellos y esperan serle fieles a El. En esta súplica, el presbítero hace una introducción dirigida al Padre, luego el diácono o un comentador presenta las intenciones. Tras un momento de silencio la asamblea clama diciendo: ¡Te rogamos, Señor! ¡Escúchanos!. Finalmente el presbítero suplica a Dios Padre que acoja esas súplicas por medio de Jesucristo.

Las peticiones se refieren a la Iglesia, al mundo, a los pobres o a la asamblea, con gran amplitud de miras: el cristiano debe ser un hombre con vocación universal; los linderos de su parroquia o de su pueblo no agotan el alcance de sus preocupaciones.

         La primera intención: se refiere a la Iglesia; es el momento de pedir por los que creen, por los acontecimientos que afectan la vida de los cristianos: Concilios, Sínodos, congresos, Conferencias, nombramientos, esfuerzos por lograr la unidad, bendiciones especiales para el Papa, los Obispos, los que colaboran en la acción pastoral.

         La segunda intención: recuerda las necesidades del mundo: la justicia, la paz, la lucha por el desarrollo de los pueblos, la promoción integral de los hombres, la libertad, el buen gobierno de las naciones, el acierto de quienes rigen los destinos de la tierra.

         La tercera intención: alude a las urgencias de los que sufren: los enfermos, los huérfanos y las viudas, los ancianos, los exiliados, los desposeídos, los afectados por cualquier tragedia, los pobres. El cristiano debe solidarizarse con los necesitados. La Palabra de Dios urge acercarse al prójimo, comprometerse con él y amarlo.

         La cuarta intención: presenta al Señor las intenciones de la comunidad y de la asamblea. Los que configuran la parroquia, los que viven en el mismo barrio, los que se congregan en las mismas celebraciones, los que en el momento de orar se encuentran reunidos en el mismo altar, y no solo éstos sino sus amigos y familiares.

¿Cómo acolitar?

Las funciones de un acólito son:
         Cuidar del servicio del altar.
         Ayudar al diácono y al sacerdote en las acciones litúrgicas, especialmente en la celebración de la Misa.
         Distribuir la sagrada comunión como ministro extraordinario de la comunión, según las condiciones establecidas para ello.
         En idénticas condiciones podrá exponer públicamente el Santísimo Sacramento de la Eucaristía a la adoración de los fieles y podrá luego reservarlo, pero no puede dar la bendición.
         Puede además instruir a los fieles que ayudan en las acciones litúrgicas como son las de llevar el Misal, la cruz, los cirios u otras funciones similares.

Lugares:
         Presbiterio
         Altar
         Tabernáculo o sagrario
         Sede
         Ambón: Lugar desde donde se proclama la Palabra de Dios en la liturgia.
         Credencia
         Sacristía
         Nave
         Altares laterales
         Pasadizos
         Coro
         Confesionario
         Bautisterio
         Pila bautismal
         Capillas
         Atrio
         Mesa de ofrendas

Posiciones y signos:
         De pie
         Sentados
         De rodillas
         Postrados
         Señal de la cruz: Con la derecha extendida sobre la frente dice: "en el nombre del padre"; sobre el vientre: "y del hijo"; y desde el hombro izquierdo hasta el derecho: "y del espíritu santo"; y juntando las manos dice: "amen".
         Manos juntas: Palmas unidas, dedos extendidos, los pulgares cruzados.
         Persignarse para el evangelio.
         Reverencia o inclinacion:
         profunda o de cuerpo: doblando la espalda, ante el altar si no está el santísimo, a las palabras del credo "y por obra del espíritu santo se encarnó de la virgen maría".
         Sencilla, de cabeza o venia: al nombre de las personas de la santísima trinidad o de la virgen maría.
         Genuflexion; Acto de culto externo que manifiesta la fe en la presencia real de jesús. Se dobla lentamente la rodilla derecha hasta tocar la tierra, teniendo las manos juntas.
         Silencio y respeto: Jesús dijo: "mi casa es casa de oración". En el templo y en la sacristía se guarda respetuoso silencio. Los objetos sagrados se tratan y usan con el máximo respeto.
         Darse la vuelta para ir a algun lado:
         si está solo al centro, da la vuelta girando hacia la derecha
si son dos, giran hacia el lado interno (hacia el otro compañero).
         si está solo a un lado, gira al lado del sagrario o del altar. Nunca dar la espalda al santísimo.

Celebraciones:
         Misa, bautismo, matrimonio, comunión de enfermos, entierros, procesiones, adoración al santísimo

Vestidos litúrgicos:
         Del sacerdote
         Amito
         Alba: túnica larga de color blanco.
         Cíngulo: cuerda o cinturón blanco que se anuda por encima del alba.
         Estola: franja larga y angosta que se coloca el sacerdote sobre los hombros. Es un signo de que el portador ha sido ordenado por la iglesia y está autorizado a perdonar los pecados, a predicar, enseñar, bautizar y presidir la eucaristía.
         Casulla: vestimenta de color que parece un poncho. Sólo se utiliza en misa y la viste el celebrante. (los concelebrantes no).
         Capa : es una capa larga y pesada que usa el celebrante en ocasiones especiales fuera del templo. (por ejemplo: en procesiones).
         Velo humeral
         Del acólito
         Túnica
         Camisa o roquete
         Cuello
         Cinturón

Materiales:
         Ambon: Mueble donde se colocan los libros para las lecturas en las misas.
         Libros:
         Misal.
         Leccionario: Libro que contiene las lecturas bíblicas asignadas para cada día del año. Se coloca sobre el ambón.
         Evangeliar.
         Libro de la Sede: Libro que contiene todas las oraciones de la misa, excepto las que son pronunciadas en el Altar. Se puede colocar en la Sede, o en el Ambón de la izquierda.
         Cancionero.
         Hoja de intenciones.
         Peticiones.

         Recipientes sacramentales:
         Patena: Plato en el que se colocan las hostias. También con la patena se asiste al Sacerdote o Ministros, a dar la comunión.
         Cáliz: Copa que contendrá el Vino / Sangre de Cristo.
         Copón: Copa más grande que el cáliz, con tapa. En él se guardan hostias. (También se pueden guardar en una cajita con tapa).
         Luneta: Pequeño recipiente en que se acomoda la hostia consagrada, para presentarla en público. Va junto con la custodia
         Lavatorio: Pequeño recipiente sobre el cual se lavará las manos el celebrante.
         Vinajeras : Jarras que contendrán vino y agua.
         Custodia (ostensorio): Recipiente sagrado donde se pone la Eucaristía de manera que se pueda ver para la adoración. También se le llama ostensorium, del latín ostendere, mostrar. Hay gran variedad de tamaños y el estilos. Generalmente alrededor de la Eucaristía se representan rayos que simbolizan las gracias conferidas a los que adoran.


         Telas:
         Gremial: del latín gremium, regazo. Paño cuadrado que se ciñe el obispo durante ceremonias litúrgicas, por ejemplo en el lavatorio de los pies de la Misa del Jueves Santo. El gremial de seda y encaje para las misas pontificas ya no se usa. Uno de lino u otro material puede utilizarse.
         Velo del Copón: Tela con la que se cubre el copón, indicando que contiene al Señor, es decir, hostias consagradas
         Banderolas: Telas decoradas y sujetas a varas para llevarlas durante las procesiones, o colgarlas en la calles.
         Mantel : Se cubre con él el Altar y otras mesas, como la Credencia.
         Corporal: Tela cuadrada de tamaño chico. Se pone en el centro del Altar. Sobre él, se colocarán los recipientes sacramentales.
         Pala: Cuadrado pequeño, forrado de tela, que se coloca sobre el cáliz para proteger su contenido.
         Purificadores: Pequeñas servilletas de tela para limpiar el cáliz, copón, etc. También para secarse los dedos.
         Bursa: Sobre de tela para llevar al Santísimo.
         Jofaina: Recipiente que contiene agua para que el sacerdote se lave las manos.
         Manutergio: Toalla con la que el sacerdote se seca las manos.
         Palia: Lienzo para cubrir el cáliz.

         Incienso:
         Inciensario: recipiente en el que se quema incienso para las celebraciones.
         Incienso: Sustancia en polvo o granulada, que al quemarse emana humo aromático. Se usa en celebraciones especiales.
         Naveta o aserra: Recipiente en el que se guarda el incienso.
         Cucharilla: Con la que se toma el incienso para depositarlo en el incensario.

         Luz:
         Flambos: Velas colocadas en varas largas. Suelen acompañar a la Cruz alta en las procesiones, al Evangeliar, etc. Se utilizan en ocasiones especiales.
         Velas y cirios.
         Cirio Pascual: Vela alta con signos dibujados, colocada sobre un pedestal. Es bendecida en la Noche de la Vigilia Pascual y representa a Cristo, la nueva Vida. Permanece prendida desde la Vigilia hasta Pentecostés, cerca del Altar. Durante el resto del año, se encuentra cerca de la Pila Bautismal y se enciende para cada Bautismo.
         Luz eterna o Luz del Sagrario

         Cruces:
         Crucifijo: Cruz colocada en el Altar o cerca de él.
         Cruz alta: Cruz colocada en una vara alta para que pueda ser vista por los asistentes a las procesiones.

         Agua:
         Aspergil: Para salpicar el agua bendita.
         Acetre o hisopo: Recipiente donde se carga el agua bendita.

         Bautismo
         Crisma: Es usado por el Sacerdote para trazar la cruz sobre la frente del bautizado.

Reglas generales:
         Antes de la misa
         preparar las vinageras con agua y vino.
         preparar el caliz con un purificador y un corporal limpios.
         revisar que la jofaina y el manutergio esten limpios y con agua.
         revisar y encender las velas del altar.
         Incensario:
         Modo de usarlo:
          con la mano izquierda. El dedo meñique sostiene el anillo fijo y el pulgar mueve el anillo móvil. Se agita ligeramente para avivar el fuego. Una vez puesto el incienso no se agita; salvo en procesiones para incensar el trayecto.
         Para abrirlo: Con la mano derecha se jala el anillo libre y se levantan las cadenas juntas hacia la mitad; se levanta el incensario lo suficiente para servir el incienso. Luego se baja la tapa.
         Entregarlo. Por el lado derecho del celebrante, con la derecha se toma la extremidad y se ponen la izquierda del receptor, mientras sostiene las cadenas cerca de la tapa con la izquierda. Se recibe con la izquierda el nudo de las cadenas y la derecha a la mitad de las cadenas.
         En la procesión de entrada, lo lleva el "turiferario" (que es el nombre del acólito o monaguillo que se encarga del incensario). Sólo lo lleva ondeando de forma lateral alrededor de 90 grados (45° a la izquierda y más o menos en ángulo similar a la derecha).  Cuando el sacerdote llega al presbiterio, el turiferario se lo entrega y el sacerdote incensa el altar, el sagrario y el santo patrono de la iglesia. Después lo entrega de nuevo al turiferario y éste se retira.
         Durante el evangelio, de nueva cuenta entrega el turiferario el incensario al sacerdote para que incense el evangelio. Cuando termina de incensar lo entrega al turiferario y este permanece a un lado hasta que termina el evangelio.
         Durante el ofertorio o presentación de ofrendas, después de que el sacerdote se lava las manos, de nueva cuenta se entrega el incensario al sacerdote para que incense el altar.
          Durante la consagración, el turiferario debe hincarse al frente del altar, y al momento de que el sacerdote levanta el pan el turiferario lo incensa (ductus) por tres veces hacia adelante, en tres ocasiones. Esto es, levanta el incensario e incensa uno, dos, tres. Después baja el incensario y otra vez, uno, dos, tres. Y una vez más. Igual se hace 3 x 3 cuando el sacerdote levanta el cáliz. Se hace inclinación profunda; la mano izquierda con el nudo al pecho; y la derecha eleva el brasero hasta la altura de la boca, para incensar el objeto o persona con tantos golpes según indicación, bajando elegantemente el incensario hasta la altura de los órganos de la vida después de cada grupo de golpes. Se dan 3 golpes dobles para incensar al santísimo, la cruz, imágenes del señor, ofrendas, evangelio, cirio pascual, pueblo, difunto. Se dan 2 golpes dobles para reliquias e imágenes de santos.
         Generalmente no se utiliza el incensario en la procesión de salida (donde sólo se lleva como en la entrada). Sin embargo, esto depende del gusto del sacerdote celebrante, por lo que vale la pena preguntarle antes que si quiere se use el incensario al final.
         Genuflexión con el incensario: lo levanta para que no toque el suelo.

         Naveta. Si la lleva el mismo acólito del incensario, la pone en la izquierda para accionar con la derecha. Si es otro acólito, va a la derecha del incensario, por el lado derecho del celebrante.

         Cruz alta:
         Detrás del incensario o del agua bendita, delante de los ciriales, sobre la fila de acólitos, con el asta recta (no como bandera, ni entre las piernas, ni muy levantada), por la hilera de los acólitos.
         Durante las celebraciones solemnes permanece al lado derecho del altar.

         Ciriales:
         Con la mano externa lleva el candelero del nudo y con la otra mano sostiene la base, si son candeleros. Si están en una asta larga, con la mano externa la sostienen, y con la otra en el pecho o sobre la otra mano entrelazándola.

         Días mas solemnes:
         Los elementos de más solemnidad son la cruz alta, los ciriales o candeleros, y el incensario, la procesión de ofrendas.
         Según sea el número de acólitos y la amplitud del presbiterio, deberán variar los movimientos de unos u otros.
         La cruz y los ciriales suelen abrir la procesión de entrada. Aunque esté el santísimo en el sagrario, ni el cruciferario (el que lleva la cruz alta) ni los ceroferarios (los que llevan los cirios)  hacen genuflexión sino sólo inclinación de cabeza -a no ser que los astiles sean cortos, como para colocarlos sobre el altar-. Luego dejan las tres cosas en el sitio oportuno.
         La cruz no se moverá hasta la procesión de despedida; en cambio los ciriales podrán acompañar a la lectura del evangelio.
         En algunos sitios a la consagración se colocan dos o más acólitos frente al altar y alzan los cirios o candeleros.


Actitudes:
Hacia el altar de dios:
         Al ir saliendo al altar recuerda que todos los detalles de educación, urbanidad y cortesía natural cobran en tí un valor sobrenatural. (piensa en tu aseo de cara, cuello, manos, peinado: limpieza de ropa y calzado...) Vas a una fiesta sagrada.

         Procura que todas tus posturas junto al altar reflejen respeto y devoción. No es elegante ni correcto el estar con las manos en el bolsillo, o caídas y lacias; ni que vuelvas sin necesidad la vista hacia la gente; ni el estar muy cerca del sacerdote como curioseando lo que dice o lee; ni apoyarte o agarrarte al altar, o dejar sobre él algo tuyo, como un pañuelo, un libro... Postura religiosa es llevar las manos juntas, palma con palma (la que más suele adoptar el papa) o con los dedos entrelazados. También los brazos cruzados suele ser posición de quien está dispuesto a servir.
         Delante del sacerdote y a uno o dos pasos de él sales al presbiterio, con las manos juntas sobre el pecho si él las lleva así; y si no con los brazos cruzados (nunca colgando ni con las manos en los bolsillos). Si son dos acólitos, el que sale primero al llegar se retira un poco hacia atrás, dejando sitio para que pasen por delante su compañero y el sacerdote.

         A la liturgia de la palabra:
         tu puesto podrá variar según sea el presbiterio y lo que haga el sacerdote.
         Si no hay lectores, leer la Primera Lectura, el Salmo y la Segunda Lectura.
         Si comienza la misa en la sede estarás mejor en el otro extremo y un poco vuelto hacia él.
         Y si en la sede no tiene atril, sostenle tú el misal; si eres bajo de talla, puesto delante de él, sujétale el libro con las manos y apoyado en la frente. Pero si eres alto como para taparle la vista de los fieles, colócate a su derecha un poco de perfil, y con ambas manos mantén el libro a pulso.
         Si en cambio empieza la misa en el altar, tu puesto más propio sería como "adelantado" del pueblo, de espaldas a él y junto a una esquina del altar. También puedes colocarte de medio lado sin caer en la tentación de volver la cabeza a mirar hacia atrás o a los lados.
         Para el evangelio acompaña al sacerdote poniéndote de costado, no vuelto hacia el pueblo, sino hacia el centro de atención que en ese momento es el libro y el propio sacerdote. Persinate a la vez que él en la frente, labios y pecho; pero no lo hagas si les estás sosteniendo el libro o tienes tu derecha ocupada en el cirial o el incensario.
         Si hay homilía te sientas, como durante la primera lectura, cerca del sacerdote.
         Durante el credo (lo dice el sacerdote todos los domingos y en algunas fiestas solemnes), estás también como en el evangelio pero sin ciriales ni incienso, aunque se hayan sacado ese día.

         Al recordar la encarnación del hijo de dios haces con él una profunda inclinación de cabeza. Y al nombre de Jesús o de María, una venia sencilla.
         A la presentación de dones:
         Terminadas las preces de los fieles el sacerdote va al centro del altar; y tú llevas con diligencia pero sin correr el cáliz cubierto. Retira el cubrecáliz, entrega el corporal al sacerdote, y mientras él lo desdobla, dobla tú en uno o dos pliegues el cubrecáliz. Y vas enseguida a la credencia por las vinajeras. También puede el sacerdote encomendarte a tí el desdoblar el corporal, mientras él está en la sede.
         Preséntale, después de que ha hecho la bendición por el pan, la vinajera del vino con el asa vuelta hacia su derecha. En cuanto él la tome, toma tú con la derecha la del agua para que el la tome igualmente, a la vez que con la izquierda retiras la del vino que él te devuelve.
         Mientras él reza inclinado una oración, vuelve tú a la credencia y regresas con la jarrita del agua en la mano derecha y el manutergio sobre el brazo izquierdo, deteniendo con la mano izquierda la base donde cae el agua.
         Una vez retirado el lavabo a la credencia y doblado el paño, toma la campanilla y colócate en tu sitio -de espalda o de costado al pueblo- de pie. Los fieles se pondrán enseguida de pie cuando se les invite a orar.

         A la oración eucarística:
         Cuando el sacerdote impone las manos sobre la hostia y el cáliz que va a consagrar, avísalo tú al pueblo tocando muy tenuemente la campanilla para que todos se arrodillen. Cuida de no tapar con el sonido de la campanilla la voz del celebrante. Mientras él eleva la hostia y el cáliz consagrados, repica tú como signo de adoración y de alegría por la llegada de cristo al altar.
         Cuando el sacerdote hace la genuflexión para adorar a cristo presente en el altar, tú, que ya estás de rodillas, puedes acompañarle haciendo una reverencia. Pero cuando él levanta la hostia y el cáliz, levanta tú los ojos hacia cristo y adórale reconociéndole con amor como tu señor y tu dios. No olvides que con tus actitudes reverentes ayudas además a la devoción de los fieles.
         Contesta a la aclamación después de la consagración, según la proclamación que haga el sacerdote con voz clara y sonora similar a la del sacerdote.
         Tú subraya en voz alta y firme: amén, cuando el sacerdote termine la oración eucarística.

         Ofrendas:
         Acompaña al sacerdote al borde del presbiterio y recoge lo que él te irá entregando: las hostias y el vino los dejas sobre el altar; y lo demás (frutos, dinero, objetos varios), al pie del mismo altar donde no estorben.

         A la comunión:
         Reza con el sacerdote, sin adelantarte ni atrasarte, el padre nuestro y responde a los otros saludos.
         Si te da la paz con un abrazo, pon tus manos aproximadamente bajo sus codos. Si te extiende la mano, tómala con las dos tuyas (algunos la besan en señal de reverencia, no al hombre sino al que representa a cristo y tiene poderes divinos).
         Lleva al altar el platillo de comunión. Al cordero de dios si los demás se arrodillan arrodíllate también tú.
         Para poder comulgar cada día, vive siempre con el alma limpia de pecado mortal y haz el pequeño sacrificio de no comer nada desde una hora antes. Confiésate cada mes para hacerte cada vez más amigo de jesús, a menos que tengas pecado mortal..
         Quiere también la iglesia que al acercarse a comulgar todos hagan una reverencia; la genuflexión es la reverencia debida al santísimo. Pero una persona de edad basta que haga al acercarse una inclinación de cabeza.
         Como a tu edad eres ágil harás muy bien en hacer genuflexión para comulgar.
         Cuando actúas de monaguillo el sacerdote puede darte la comunión bajo las dos especies o del pan y de vino. No tomes este privilegio para vanidad; sino como una invitación del mismo cristo a "sangrar" tú sacrificándote cada día un poco por cumplir con tu deber.
         Si acompañas al sacerdote a su derecha mientras da la comunión, mantén el platillo de la comunión con tu derecha y vuelto hacia él; si a su izquierda, con tu izquierda. Pon bien el platillo para recoger las partículas que podrían caer; no la inclines de forma que puedan caerse trocitos del pan consagrado que es el cuerpo de cristo. Por lo mismo, evita poner los dedos encima. No lo coloques muy cerca de la barbilla de las personas, sino al pecho, y sin tocar a las personas. Si puedes hacerlo dignamente, puedes seguir su trayectoria del copón a la boca.
         Si el sacerdote así te lo pide, puedes orientar a los comulgantes que se acercan; para que circulen sin estorbarse: por ejemplo, que se acerquen en dos filas y que se retiren sin pasarse al otro lado. Pero hazlo más con la mano y el gesto que con la voz. Recuerda que el sacerdote tiene entretanto ocupadas manos y voz.
         Al volverte no gires dándole la espalda, sino de frente. Lo mismo harás en otras ocasiones parecidas.
         Deja el platillo de la comunión cerca del sacerdote para que pueda recoger las partículas. Si él ha ido a guardar el copón en el sagrario, quédate tú mirando hacia allá; y si él hace genuflexión, hazla con él, como despedida que tributas a jesús.
         Lleva enseguida las vinajeras de la credencia al altar para que lave el cáliz. Puede para ello usar vino y agua o sólo agua; y lavar sólo el cáliz o el cáliz y los dedos; dale pues la opción que elija él. Toma con la derecha por el asa la del agua y sírvesela. Cuida de no colocar las vinajeras sobre el mantel: podría mancharse éste. No vuelques la vinajera de golpe; ni te alargues demasiado; ni la muevas en círculos; un ritmo conveniente es que contando despacio hasta 5 se vacíe la vinajera; si te hace gesto de parar, levantando el cáliz, tú paras.
         Ve retirando todo a la credencia: vinajeras, bandeja, copón vacío, si lo hay... Cubre el cáliz con expedición y retíralo también. Si el sacerdote después de lavar el cáliz se retira a la sede, a tí te toca doblar el corporal y purificador.
         vuelve a tu sitio -o junto al altar o en tu silla- según él haya hecho.
         Si es el caso, preséntale el misal para la oración final, como lo dicho antes.

         Hacia la sacristía:
         Con la cabeza inclinada recibe la bendición santiguándote despacio. Déjale paso sin darle la espada para que baje del altar a hacer la genuflexión; hazla junto con él. Y delante de él vuelve a la sacristía con las manos juntas o los brazos cruzados.
         Ayúdale allí a quitarse las vestiduras y guárdalas. Sin quitarte aún la túnica, completa tu oficio retirando las cosas de la credencia...
         Para quitarte bien la túnica, muévela lo más que puedas hacia tu izquierda -por ejemplo- agarrando con tu derecha la costura del sobaco izquierdo y encogiendo el codo izquierdo, sácalo de la manga; con la mano izquierda por dentro de la túnica y la derecha por fuera recógela toda, frunciéndola desde el rueda al cuello; y pasa la cabeza sin que roce. Saca finalmente la manga derecha; cuélgala en tu percha.
         La iglesia nos pide un serio esfuerzo para que -aun en cosas de menor importancia- se unan la sencillez y la limpieza. Un poquito de ese esfuerzo te toca a tí.
         Aunque haya habido después de la comunión un rato de silencio, harás bien en dedicarle a jesús antes de salir de la iglesia unos minutos de acción de gracias. Ten también cada día un ratito de visita y charla con jesús; para mejor tratar con el, procura tener un libro adecuado.

         Dos acólitos
         Si son dos acólitos se expresa mejor la dignidad del acto sagrado. Se colocan en posición simétrica a ambos lados del altar.
         Cuando uno de los dos tiene que pasar por delante del sagrario y hacer genuflexión, se juntan previamente en el centro y la hacen juntos.
         Si las distancias son excesivas (o por el contrario, falta sitio) vienen juntos aunque sólo uno deba actuar.
         Se reparten las actuaciones de antemano para no atenerse ni discutir; por ejemplo, uno descubre el cáliz y pliega el cubrecáliz, mientras el otro presenta el corporal y el copón al sacerdote, el primero trae y ofrece las vinajeras, mientras el segundo prepara el aguamanil y el manutergio: entrega el pañito a su compañero y juntos se acercan al borde del altar: uno sirve el agua y el otro el paño.
         No se repartan los toques de campanilla ni otros servicios sencillos como apagar dos velas contiguas.
         Al evangelio acompañan los dos al sacerdote. Lo mismo que al dar la comunión. (al volver hacia el altar giran hacia el sacerdote, evitando el darle inmediatamente la espalda).


Los tiempos liturgicos

El Año Litúrgico :
El año litúrgico de la Iglesia está dividido en fiestas y temporadas que celebran diferentes aspectos del Misterio Pascual. Las temporadas principales son las siguientes:
-El Adviento
-La Navidad
-La Primera Etapa del Tiempo Ordinario
-La Cuaresma
-El Triduo Pascual
-El Tiempo Pascual
-La Segunda Etapa del Tiempo Ordinario

La fiesta principal de cada temporada es el domingo porque es cuando la Iglesia se junta para celebrar el Misterio Pascual
También encontramos otras fiestas del Señor y de Sta. María que expresan diferentes aspectos del Misterio Pascual.
En el ciclo santoral se recuerdan a santos, mártires y beatos porque sus vidas y muertes son reconocidas por la Iglesia como profundos ejemplos de comunión con Jesucristo.
Las celebraciones de los santos tienen diferentes grados de solemnidad:
-Solemnidad
-Fiesta
-Memorial
-Memorial Opcional

Colores litúrgicos

En cada tiempo litúrgico, el sacerdote se reviste con casulla de diferentes colores:

Blanco: es un color de alegría y de fiesta. En la liturgia simboliza la luz, la gloria, la inocencia. Es el color más adecuado para celebrar:
La Navidad y Epifanía
Los cincuenta días de la Pascua
Las fiestas de los Ángeles y Santos no mártires

Rojo: Es el color más perecido a la sangre y al fuego y su simbolismo va en ese mismo sentido. El color rojo expresa muy bien el martirio o sacrificio de Jesucristo. Es el más adecuado para celebrar:
Domingo de ramos (pasión) y Viernes Santo
Pentecostés
Fiesta de la Santa Cruz, apóstoles, evangelistas y Santos Mártires.

Verde: Es un color vivo que indica tranquilidad, paz, esperanza. El color verde es el más adecuado:
para celebrar las 34 semanas del tiempo de la Iglesia (o tiempo ordinario). Vale decir, después de la Epifanía hasta el miércoles de ceniza y después de Pentecostés hasta Adviento.

Morado: Este color es símbolo de penitencia, de sencillez y humildad. Es un color que invita al retiro espiritual, al recogimiento, a una vida más austera y sencilla. El morado es el color más adecuado para celebrar:
El Adviento y la Cuaresma
Las liturgias penitenciales, unción de los enfermos
Tmbién reemplaza al negro de los difuntos ya que este no se utiliza en la liturgia actual.

Rosa: Es un color poco empleado en nuestras celebraciones, simboliza la alegría, pero una alegría pasajera, de ciertos días, de ciertos momentos. El Misal Romano lo recomienda para ser empleado el
         tercer Domingo de Adviento (“Gaudete”) y
         el cuarto Domingo de Cuaresma (“Laetare”).
         Ha costado para que entre en la Liturgia, pero su simbolismo es necesario y útil ya que nos anuncia que una gran alegría se aproxima, sea entre la Cuaresma para recordarnos la Pascua o entre el Adviento para anunciarnos la Navidad.

Azul Celeste: Estos colores, aunque no aparecen en el Misal Romano, lo utilizamos mucho para las fiestas religiosas que tienen que ver con la Santísima Virgen. Nos podemos dar cuenta en las procesiones que hace el pueblo a los Santuarios o Templos Marianos, muchas comunidades llevan una cruz azul y algunas llevan cintas azules o celestes. A lo largo del año existen variadas fiestas en honor a la Santísima Virgen, es bueno que cada comunidad, de acuerdo a su estilo y posibilidades, pueda utilizar estos colores especialmente para las grandes fiestas como:
         la Inmaculada Concepción
         la Asunción
         Santa María Reina
         La Visitación

Elementos simbólicos

omos seres humanos, es decir, seres compuestos de cuerpo y espíritu, de elementos externos y deelementos internos. Por consiguiente, nuestra actividad, también la liturgia, ha de ser externa e interna. Por eso empleamos signos, gestos, palabras y diversas acciones como expresión de la correspondiente actitud interior. La concurrencia de lo externo con lo espiritual ayuda a captar mejor la realidad y a enriquecer la vivencia.

Signo y Símbolo.

El Signo es una señal, una realidad externa, que remite a otra realidad distinta, bien determinada, clara, comprendida racionalmente. Es un elemento sensible que remite a una realidad de otro orden, percibida en forma más intuitiva que racional, es decir, a una realidad no captada plenamente en el orden del razonamiento.

Puesto que el símbolo es el lenguaje propio de las experiencias profundas y de lo trascendente, la liturgia los necesita. Sin símbolos no podría referirse ni experimentar o vivir lo más profundo. Quedaría en lo superficial.

Cuando en la liturgia se quiere explicar todo (es decir, razonarlo), se elimina de ella la mayor riqueza. Cuando se quiere tener todo muy claro, sólo se ve la superficie. En es caso, “el precio de la claridad es la pérdida de profundidad” (P. Ricoeur). Lo que se muy claro es sólo la corteza. “El racionalismo es un enemigo de la celebración y de la ciencia litúrgica” (P. Fernández).

En algunas celebraciones se suceden sin cesar las explicaciones de todo. Eso perjudica grandemente la vivencia de la liturgia.

Elementos simbólicos

Luz: Expresa la realidad de las cosas que son como recreadas al pasar de la oscuridad a la luz. Simboliza al mismo Cristo –que dice de sí: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12)– y la fe. San Juan habla más de 30 veces de la luz en su Evangelio y en su primera carta. La liturgia menciona muchas veces la luz y la emplea constantemente (Cirio Pascual, velas, otras
lámparas)
Fuego: El fuego habla de lo que consume (sacrificio), del calor que saca de la pesadez (acción del Espíritu Santo) y de lo que hemos dicho de la luz.
Agua: Simboliza ante todo la fecundidad (tierra regada contrapuesta al desierto) y limpieza. Jesús habla del nacer “del
agua y del Espíritu” (Jn 3, 5). Es otro de los elementos muy utilizados en la Escritura, especialmente por San Juan (unas 20 veces en su Evangelio). La liturgia la emplea en el Bautismo, en la Eucaristía, en el oficio de difuntos, en bendiciones y en aspersiones varias.
Incienso: Es una resina que al caer sobre ascuas o fuego desprende un olor agradable. También al incienso se lo menciona numerosas veces en la Biblia. Se emplea en la Misa en días solemnes incensando el altar, las ofrendas, el Santísimo, a los ministros y a la asamblea. Se inciensan asimismo el Cirio Pascual, los cuerpos de los difuntos, la Cruz y las imágenes de los santos, etc. Es sigo de honor y de la oración que se eleva a Dios (Salmo 140).
Ceniza: Es signo de la caducidad de las cosas (en eso queda lo que se ha quemado) y, por lo mismo, invitación a la penitencia, a vivir teniendo como valor lo imperecedero. Se emplea el Miércoles de Ceniza, al comienzo de la Cuaresma.
Ramos: Expresan alegría y triunfo, vida y resurrección. Se bendicen el Domingo de Ramos para ser utilizados en la procesión que recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén antes de su Pasión.
Sal: Sazona los alimentos y los conserva. De ahí que se la considere expresión de acogida y hospitalidad y, sobre todo, de fidelidad. Por eso se empleaba al pactar las alianzas (cf. Lev 2, 13; Núm 18, 19). Jesús dice que los suyos son “sal de la tierra” (Mt 5, 13). San Pablo aconseja que la palabra de los cristianos “sea siempre amable, sazonada con sal” (Col 4, 6).
El pan y el vino, alimentos y ofrenda, se usan en la Eucaristía
El aceite: simbolizando curación, fortaleza y posesión por el Espíritu, tiene su uso en el óleo catecumenal y en el óleo de los enfermos y Santo Crisma
El cirio: simboliza a Cristo resucitado, la luz sin ocaso. Su empleo es propio en la Vigilia pascual, tiempo pascual, bautismo y exequias (funeral).
La fuente bautismal: es la Iglesia y su seno, está dispuesta para el bautismo.
Las campanas: se convierten en un "signo hecho sonido" de la identidad de la comunidad cristiana, evangelizador de la Buena Noticia de Cristo en medio de una sociedad que puede estar destruida.  Como también el mismo campanario, con su silueta estilizada, se convierte en símbolo de la dirección trascendente que debería tener nuestra vida. El Bendicional (nn. 1142-1162) ofrece textos muy expresivos para la bendición de las campanas, motivando bien su sentido y convirtiendo el rito en una buena ocasión para entender mejor la identidad de una comunidad cristiana y sus ritmos de vida y oración.
El canto: hace comunidad, al expresar más validamente el carácter comunitario de la celebración, igual que sucede en la vida familiar y social como en la litúrgica.

La Cruz, como árbol de vida y victoria pascual, se adorará en los Oficios del Viernes Santo. Además preside la Eucaristía y encabeza las procesiones.


Posturas y gestos
Hablamos con todo el cuerpo. Gestos y movimientos son vehículo de comunicación. El ser humano, por su misma constitución espiritual y corporal, sólo se expresa plenamente cuando a la actitud interna se une el gesto externo.
Pero las posturas y los gestos no sólo expresan actitudes, sino que también las fomentan. Esto se ha vivi do en todas las épocas; en nuestros días la liturgia renovada da particular importancia al cultivo de la interioridad, haciendo que el cuerpo no sólo no distraiga, sino que ayude.
El gesto que expresa una actitud es lenguaje simbólico. Dice otra cosa, dice algo que está más allá de lo expresable con palabras.
Lo primero que ha de tenerse en cuenta es que todas las posturas señaladas para la asamblea, ante todo significan y fomentan el sentido de comunidad y de unidad de todos los participantes
De Pie:
         La postura de pie expresa la dignidad del hombre como señor. Es la postura del resucitado,
         diferente al esclavo o al que está abatido por el mal. En los momentos más importantes de la
         Eucaristía nos ponemos de pie:
         Al inicio junto con el canto y la procesión de entrada hasta el final de la oración colecta.
         Cuando se aclama el Evangelio y durante su proclamación, por que se trata de la lectura
         más importante.
         Durante el Credo y la Oración Universal.
         En la gran Plegaria Eucarística y la preparación a la comunión.
         Padre nuestro, gesto de la Paz, Fracción del Pan.
         Y la Bendición final.
Sentado: La postura sentada representa la actitud de quien preside, de quien tiene autoridad y en enseña. A la vez representa a quien escucha, medita y aprende.
Es la actitud de María de Betania, hermana de Lázaro que “se sentó a los pies del Señor” y estaba atenta a su palabra escuchando y meditando lo que el Señor le decía (Lucas 10, 38-42).
En la celebración eucarística nos sentamos:
         En las lecturas antes del Evangelio incluyendo el Salmo. Allí estamos escuchando y meditando
         lo que se nos está comunicando.
         En la homilía, durante la presentación de las ofrendas.
         Después de recibir la Comunión, meditando, en una actitud de recogimiento.
         También lo hacemos después de la comunión.


De Rodillas:
Es una postura muy expresiva que nos hace ser pequeños ante Dios. Su sentido apunta a la
sencillez y la humildad.
         Expresa, además, el pedir perdón, tal como el hijo pródigo que se arrodilló ante su padre (LC 15)
         También es una postura penitencial y de adoración. Expresa una actitud interior ante la
         grandeza de Dios.
         El mismo Jesús en el huerto de los olivos “doblando las rodillas oraba al Padre” (Lucas 22, 41)
         San Pablo nos dice que: “al nombre de Jesús toda rodilla se doble” (Filipenses 2, 10).

Caminar:
Debiera ser un signo muy expresivo en nuestras celebraciones litúrgicas. Caminar, desde los movimientos sencillos, hasta las marchas y procesiones, indica disponibilidad y decisión. Como Iglesia vamos hacia delante, tal como dice el canto: “somos un pueblo que camina y juntos caminando...”
En las diversas celebraciones litúrgicas de nuestra Iglesia, tanto los ministros como la Asamblea han de darle importancia a este gesto. En el caso de nuestra Eucaristía se debe cuidar este gesto ya sea en la procesión de entrada, al momento de salir a proclamar las lecturas, en la presentación de ofrendas, en la procesión para recibir la Comunión y en la despedida.
“Somos la Iglesia peregrina de Dios”

La Señal de La Cruz:
Es uno de los gestos más repetidos por los cristianos y es, además nuestro símbolo universal que se ha empleado desde los tiempos antiguos. Es un signo de pertenencia y seguimiento a Jesucristo. El mismo extendió sus brazos en la cruz tal como lo señala la segunda plegaria Eucarística. También este signo nos ha de recordar en algún modo nuestro bautismo. Así lo hacemos al comenzar la Eucaristía, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo como pueblo de bautizados, seguidores de Jesucristo.
También antes de la lectura del Evangelio como signo de acogida a la Palabra (decimos: Purifica mi mente, mis labios y mi corazón) y al final de la Eucaristía.

Genuflexión: Es un gesto de respeto, de humildad y de adoración. Es un símbolo de nuestra adoración al Señor, especialmente ante su presencia en el Sagrario.
Siempre, al entrar a una capilla o donde se encuentre el Santísimo que nos recuerda la presencia viva y real de Cristo, hemos de tener una actitud de fe y de respeto. El gesto que mejor expresa esta actitud es la genuflexión.
En nuestra celebración Eucarística el sacerdote que preside realiza este gesto al comienzo, después de consagrar el Pan, después de consagrar el Vino, terminada la oración para la comunión y al final de ella.

Postración Total: Postrarse en el suelo es, sin duda, una postura muy significativa. Este gesto lleva la humildad y la adoración a su expresión máxima. Ya en el Antiguo Testamento, Moisés había empleado este gesto postrándose delante del Dios de la Alianza. (Éxodo 34, 8) Los mismos discípulos de Jesús “que estaban en la barca se postraron delante de El diciéndole:
¡Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios!” (Mateo 14, 33)
Actualmente, en nuestras liturgias, los que van a ser ordenados para recibir la gracia del Espíritu se postran.
También el sacerdote el Viernes Santo expresa su fe y humildad postrándose en el suelo al comenzar la celebración.

La Imposición de Manos: Es, sin duda un gesto muy hermoso y significativo. Expresa muchas cosas: bendición, perdón, transmisión de una fuerza, poder de Dios, y consagración. Depende en algunos casos de las palabras que se emplean al realizar el gesto.
El mismo Jesús imponía sus manos para sanar o resucitar (ver Lucas 4, 40). También lo hacía para bendecir, en este caso a los niños, como lo describe el evangelista Marcos: ”Jesús los abrazaba y luego ponía sus manos sobre ellos para bendecidlos” (Mc 10, 16).
En la actualidad este gesto se utiliza en todos los sacramentos.
De este modo se nos recuerda que siempre dependemos de la fuerza de Dios. También se puede emplear este gesto al interior de las familias, especialmente para bendecir a los hijos y los padres.

Elevar las Manos: Es, también, un gesto importante dentro de nuestra liturgia. Aunque por lo general lo emplea el que preside, perfectamente puede ser un gesto de toda la asamblea. ¿En qué momentos? Puede ser al rezar o al cantar el Padre nuestro, al canto del Gloria, acompañando alguna aclamación en la Plegaria Eucarística, también cuando se cante algún Salmo o el mismo “Bendecid a Dios... levantad las manos hacia el Santo lugar”.
San Pablo le da importancia a este gesto y nos aconseja diciendo: “Quiero que los hombres oren en todo lugar; que levanten al cielo manos limpias, sin enojos ni discusiones” (1° Timoteo 2, 8).

Golpearse el Pecho: Es un gesto que expresa una actitud interior de arrepentimiento y humildad. Significa que reconocemos nuestra propia culpa y que tenemos la intención de cambiar. Se hace en el acto penitencial al rezar el “Yo confieso” diciendo “..por mi culpa, por mi gran culpa...”
En el Evangelio de Lucas se muestra la actitud del publicano “que no se atrevía a levantar los
ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios mío, ten piedad de mi que soy un
pecador” (Lucas 18, 13).
Es un gesto simbólico ya que pretende expresar nuestra condición de pecadores. No se trata
de golpearse con fuerza sino levemente, pero golpearse.
El saludo de la paz: Un gesto que nos hacemos unos a otros antes de atrevernos a acudir a la comunión: para recibir a Cristo nos debemos sentir hermanos y aceptarnos los unos a los otros. Todos somos miembros del mismo Cuerpo, la Iglesia de Cristo. Todos estamos invitados a la misma mesa eucarística. Darnos la paz es un gesto profundamente religioso, además de humano. Está motivado por la fe más que por la amistad: reconocemos a Cristo en el hermano al igual que lo reconocemos en el pan y el vino.
Los Besos: Los besos son señales de afecto, de gratitud, de adhesión, veneración y también de reconciliación. Es un gesto muy expresivo, especialmente en nuestra cultura.
En Cuanto a la celebración Eucarística el Misal nos dice: “según la costumbre tradicional en la liturgia, la veneración del Altar y del libro de los Evangelios se expresa con el beso” (IGMR 232). También este gesto en el momento de la paz, tal como los primeros cristianos que se daban el “ósculo de la paz” (San Justino, mitad del siglo II).
En otras celebraciones, como el Viernes Santo, besamos la cruz como signo de adoración, durante el mes de María besamos los pies de la Virgen, también en algunas ocasiones se besan las manos de los enfermos; en el sacramento de la Reconciliación se emplea en señal de perdón, El Jueves Santo, a veces, el sacerdote o el Obispo besa los pies de algunos fieles, etc.
El sacerdote besa el libro de los evangelios: al hacerlo el sacerdote dice en voz baja: "las palabras del evangelio borren nuestros pecados". Esta frase expresa el deseo de que la Palabra evangélica ejerza su fuerza salvadora perdonando nuestros pecados. Besar el Evangelio es un gesto de fe en la presencia de Cristo que se nos comunica como la Palabra verdadera.

Libros litúrgicos
Misal: Contiene el texto utilizado por el presidente.
Leccionario: Libro con las lecturas bíblicas para la Misa.
Libro del Salmista: contine los salmos responsoriales.
Cantatorio: Contiene los cantos de la Misa. Originalmente se trataba de cantos en latín y música en gregoriano. Los cantos deben estar autorizados por las Conferencias Episcopales. En la actualidad han sido reemplazados por los cancioneros.
Rituales: Contiene el desarrollo de los sacramentos.
Liturgia de las Horas (Breviario): contiene la celebración de la oración del las distintas horas litúrgicas del día, las cuales no son propias de los sacerdotes, sino de todos los fieles.
Calendario litúrgico: Contiene un calendario de la organización de las celebraciones litúrgicas durante todo el año.

Vasos sagrados y accesorios


Cáliz: copa en la que se pone el vino que luego será Sangre de Cristo.
Patena: plato en el que se colocan las hostias durante la Misa.

Copón: recipiente destinado a colocar las hostias cuando se utilizan en gran número.
Corporal: lienzo cuadrado que se extiende en el centro del altar y sobre el cual se depositan el cáliz y la patena o el copón.


Purificador: Pequeño paño blanco para limpiar el cáliz, la patena y el copón.

Palia: paño almidonado para tapar el cáliz y la patena.

Ostensorio o custodia: elemento en el cual se pone la hostia consagrada para ser expuesta a la adoración de los fieles.
Viril: Elemento de sostén para la hostia dentro de la custodia.


Mantel: Cubre el altar.
Aguamanil: Depósito para el agua con que el sacerdote se lava las manos.



Manutergio: pequeño paño donde el presbítero se seca las manos luego de lavárselas.



Crismeras: Vasos donde se colocan los santos óleos: de los catecúmenos, de los enfermos (Bautismo y unción de los enfermos) y Santo crisma (perfumado, para Bautismo, Confirmación y Orden Sagrado).


Vinajeras: recipientes para el vino y el agua.



Luminaria: Es una lamparita, vela o lámpara de aceite (también eléctrica) que debe arder continuamente junto al sagrario, para recordar que JesuCristo está sacramentalmente allí y significa el amor vigilante de Dios.

Acetre: recipiente para el agua de las bendiciones.
Hisopo: (puede utilizarse una ramita) se utiliza con el acetre donde recibe el agua que será asperjada (salpicada).

Incensario o turíbulo: Recipiente donde se colocan brasas e incienso.
Naveta: recipiente donde se guarda el incienso.






Las vestiduras

Alba: túnica blanca que cubre el cuerpo desde el cuello a los tobillos.
Cíngulo: Cordón blanco destinado a sujetar el alba por la cintura.
Estola: Banda larga de tela del color correspondiente al oficio que se celebra. El obispo y el presbítero se la colocan sobre los hombros y espalda, de modo que cae por delante en dos bandas paralelas. El diácono la viste en forma cruzada, sobre el hombro izquierdo y sujetas las dos puntas en el costado derecho.
Casulla: es una especie de poncho que se utiliza encima del alba y la estola, utilizada por el obispo y los presbíteros.
Paño humeral: paño de forma rectangular que el presbítero se coloca sobre la espalda tomando con los extremos la custodia en las procesiones con el santísimo y adoraciones.
Capa pluvial: capa que se utiliza en celebraciones especiales.


Símbolos Episcopales

La Mitra: Gorro compuesto por dos secciones triangulares rígidas unidas entre sí por un doblez; de la cara posterior penden dos cintas llamadas ínfulas. Ornamenta así su cabeza para significar que representa a Aquel que es Cabeza del pueblo de Dios.

El Báculo: (palo o cayado donde apoyarse) Es un bastón largo, que recuerda que el obispo es el pastor de la diócesis, imagen del Buen Pastor, JesuCristo.

El Anillo: Signo de la fidelidad y del amor del obispo a la Iglesia.

La Cruz Pectoral: Es una cruz que cuelga sobre el pecho mediante una cadena alrededor del cuello

Solideo: (a Dios solo; porque se quita solo ante el Santísimo). Casquete, generalmente de seda que pueden usar los sacerdotes (solideo negro), usan los obispos (solideo Morado), Los Cardenales (Solideo Purpura) y el Papa (Solideo Blanco)

El Palio: Pequeña estola de lana blanca con seis cruces negras a su alrededor que reposa sobre los hombros de los arzobispos y que es signo de su autoridad y de su comunión con la sede de Roma, se pone sobre la casulla.



Es el conjunto de oraciones (salmos, antífonas, himnos, oraciones, lecturas bíblicas y otras) que la Iglesia ha organizado para ser rezadas en determinadas horas de cada día. El oficio divino es parte de la liturgia y, como tal, constituye, con la Santa Misa, la plegaria pública y oficial de la Iglesia. Su fin es consagrar las horas al Señor, extendiendo la comunión con Cristo efectuada en el Sacrificio de la Misa. Quien reza el oficio hace un paro en las labores para rezar con la Iglesia aunque se encuentre físicamente solo. Aunque sin duda es necesaria la oración privada, también es necesario que recemos formalmente unidos como Iglesia.

Los sacerdotes, religiosos y religiosas tienen obligación de rezar el Oficio Divino.

La Iglesia invita a TODOS a rezar la Liturgia de las Horas:
Se invita encarecidamente también a los demás fieles a que, según las circunstancias, participen en la Liturgia de las Horas, puesto que es acción de la Iglesia. -Código de Derecho Canónico [Canon 1174 § 2. ]

La Liturgia de las Horas se reza en diferentes "horas" del día. Las principales son los "laudes", que se hacen por la mañana antes de comenzar las labores , y las "vísperas", al atardecer, cuando regresamos a casa.  Cada una requiere solo unos 15 minutos y se pueden muy bien hacer en familia.


Estructura
Señalamos en general dos niveles de celebración en la liturgia, las llamadas horas mayores o principales y las horas menores, según el Concilio Vaticano II: «Los Laudes y las Vísperas...se deben considerar y celebrar como las Horas principales (Sacrosanctum Concilium 89a,100)» (OGLH 37), también se ha considerado el oficio de lecturas como hora mayor. Dentro de las horas menores podemos indicar las horas de Tercia, Sexta, y Nona además del rezo de Completas.
Cada hora está compuesta por los siguientes elementos:
         Invocación Inicial
         Himno
         Salmodia (a la que se añaden en las horas mayores textos bíblicos no sálmicos llamados cánticos)
         Lectura Bíblica (y Lectura Patrística en el oficio de lectura)
         Responsorio
         (Cántico evangélico, preces y Padre Nuestro en el caso de Laudes y Vísperas)
         Oración final y despedida
          
Las horas del oficio divino ("horas canónicas" según San Benito).  (no es necesario para los laicos rezarlas todas para participar de esta oración. Pueden reducir el oficio a estas dos horas: Los Laudes antes de ir a trabajar y las Vísperas al terminar los trabajos).
         Maitines (la oración de la mañana) también llamadas (matutinae laudes o alabanzas matutinas). El nombre es del latín matutinus.  La primera de las horas canónicas. Antiguamente se cantaban los maitines durante las primeras horas del día, poco después de la media noche.
         Laudes, que significa "alabanzas". Es, con las vísperas, una de las horas principales. Consiste de un himno, dos salmos, un cántico del Antiguo o del Nuevo Testamento, una lectura corta de la Biblia, el Benedictus, responsorios, intercesiones, el Padrenuestro y una oración conclusiva.
         "horas menores"
         Prima: primera hora después de salir el sol, aprox. 6AM
         Tercia: tercera hora después de salir el sol, aprox. 8AM
         Sexta: sexta hora, aprox. 11AM
         Nona: novena hora, aprox. 2PM
         Vísperas: (viene de "vesper": tarde). Es el oficio de la tarde. Consiste de un himno, dos salmos, un cántico del Antiguo o del Nuevo Testamento, una lectura corta de la Biblia, el Magnificat de la Santísima Virgen, responsorios, intercesiones, el Padrenuestro y una oración conclusiva.
         Completas: oraciones del oficio divino al acostarse.

También se reza diariamente el Oficio de las lecturas que consiste en tres salmos y de dos lecturas, una de la Biblia y la otra de otra fuente, generalmente de los Padres, de los santos o de un documento de la Iglesia.

Organización del Oficio Divino:
Como aparece en el Breviario, el oficio está dividido en:
         El Propio del Tiempo, con lecturas bíblicas y homilías.
         Solemnidades del Señor
         El Ordinario (el orden regular cuando no hay una fiesta señalada)
   El Salterio (salmos para las diferentes horas) que sigue un ciclo de cuatro semanas.
         El Propio de los Santos, con secuencia de fiestas
         Oficios Comunes, para las Misas votivas
         El Oficio de los Muertos.
         Un suplemento contiene cánticos y lecturas de la Palabra para las vigilias, pequeñas oraciones de intercesión, e índices detallados.
          
La revisión del Breviario desde el Concilio Vaticano Segundo prescribe:

Oficio de las Lecturas, Oración de Laudes (mañana), Oración del Día (optar por una de las menores),  Oración de Vísperas (Atardecer) y  Completas (Oración de la Noche). Estas incluyen las antífonas apropiadas, así como las oraciones, salmos, cánticos, himnos, y responsorios que aparecen en el breviario.

Para todo el clero, religiosos y religiosas, el Oficio Divino continúa siendo obligación formal. Su primer cometido es orar por el pueblo y en nombre del pueblo que se les ha encomendado.  Lo ideal es que el clero rece con su pueblo en cuanto sea posible

Aunque no es obligación para los laicos, La Iglesia recomienda a todos los fieles que recen el Oficio Divino. San Pío X, en 1903 exhortó encarecidamente al pueblo cristiano a participar en el Oficio Divino.  El Concilio Vaticano II confirmó esta recomendación que aparece también en el Catecismo de la Iglesia Católica:

1196    Los fieles que celebran la Liturgia de las Horas se unen a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, por la oración de los salmos, la meditación de la Palabra de Dios, de los cánticos y de las bendiciones, a fin de ser asociados a su oración incesante y universal que da gloria al Padre e implora el don del Espíritu Santo sobre el mundo entero.

Aparece también en la actual ley canónica:
"Se invita encarecidamente también a los demás fieles a que, según las circunstancias, participen en la Liturgia de las Horas, puesto que es acción de la Iglesia."  -Canon 1174 § 2.



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