¿Qué es la oración?

Gramaticalmente La oración es el constituyente sintáctico más pequeño posible, capaz de realizar un enunciado o expresar el contenido de una proposición lógica, un mandato, una petición, una pregunta o, en general, un acto ilocutivo (fuerza de la oración) que incluya algún tipo de predicación. Se iferencia de las frases en su completitud descriptiva.
El Catecismo de la Iglesia católica nos dice que la oración no es sino la elevación del alma hacia Dios o la petición a Dios de bienes convenientes" (San Juan Damasceno, f. o. 3, 24), la capacidad de adherirse a la voluntad de Dios y de abandonarse a ella con gozo". La oración es obra del Espíritu Santo.

Establecemos entonces como un dato objetivo que: es el encuentro del alma con Dios que viene a ser vivido por un sujeto dentro de la obediencia a lo que Dios quiere, por tanto, dentro de unos datos que pueden ser verificables de acuerdo a la Revelación y no sólo dejándose guiar por el sólo subjetivismo. Es el sujeto quien en el encuentro con Dios en la oración obedece a lo que Dios le hace ver, sin perder para nada sus propias cualidades subjetivas. Al contrario, sus cualidades personales subjetivas vienen a enriquecer el dato objetivo del encuentro con Dios.

Esta forma personal de vivir el encuentro con Dios es el reflejo de toda la persona, ya que el encuentro con Dios, si es verdadero, abarca a toda la persona humana. Por ello, una palabra, una definición, una expresión en la oración, nos puede revelar el interior de la persona, su estado de humor, su psicología y hasta su cultura. Así vemos en Santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz la cultura de su tiempo se refleja en su vida de oración.

Más que un concepto, la oración es un tipo de vida.
Nos encontramos por tanto con una definición de oración que hunde sus raíces en una profunda sintonía con la verdad revelada. Si bien toda oración es un encuentro personal con Dios, este encuentro se realiza en la Iglesia y para la Iglesia. En la Iglesia porque el encuentro personal se llevará a cabo dentro de la estructura que Jesús ha marcado para que este encuentro se lleve a cabo. Es un encuentro de dos personas: el cristiano que quiere encontrar a Dios y Dios (le Persone trinitarie) que viene al encuentro del hombre. Y es un encuentro para la Iglesia, porque toda oración no queda encerrada en el caparazón del egoísmo personal. Si el hombre ha orado verdaderamente, entonces ese encuentro se traduce necesariamente en una misión. El hombre que encuentra a Dios lo encuentra necesariamente en un ambiente de obediencia.

Por lo tanto, la oración consiste propiamente hablando, de un diálogo personal íntimo entre el hombre y Dios, que dará la comunión de las criaturas redimidas con la vida íntima de las personas Trinidad. En esta comunión, que se basa en el bautismo y sobre la Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la iglesia se trata de una actitud de conversión, un vuelo desde el "tú" de Dios.

Nuestro cuerpo también ora. Las posturas corporales expresan la actitud de fe de las personas.
De pie  -expresamos nuestro respeto a una persona importante,
- es la actitud que mejor indica la atención, la prontitud, la disponibilidad, la tensión hacia una acción o una marcha, la corresponsabilidad,
- las acciones importantes las realizamos de esa manera: un político que jura su cargo o unos novios que se dan el "sí";
- para un cristiano es un signo de su libertad, como redimido por Cristo, de su condición de hijo en la familia, de su confianza ante Dios ("nos atrevemos a decir..."),
- participa, así, de la dignidad del Resucitado, unido al Cristo Glorioso, como miembro de su Cuerpo; nada extraño que en los primeros siglos estuviera prohibido arrodillarse para la oración comunitaria los domingos o durante todo el Tiempo Pascual: tomaban en serio su condición de partícipes de la Resurrección del Señor;
- y es también la postura típica de todo sacerdote que actúa en su ministerio, sobre todo cuando dirige a Dios su oración en nombre de toda la comunidad.
- Salomón pronuncia de pie una. solemne oración de acción de gracias en la fiesta de la Dedicación del Templo, oración que escucha también en la misma postura toda la asamblea de Israel (1 R 8);
- al profeta que va a escuchar la Palabra de Dios, se le invita: "hijo de Adán, ponte en pie, que voy a hablarte" (Ez 2,1);
- Jesús, en la sinagoga de su pueblo "se puso en pie para tener la lectura" (Le 4,16), mientras que luego, para la homilía, "enrolló el volumen, lo devolvió al sacristán y se sentó";
- la lectura del Evangelio, la Palabra más importante que escuchamos en la celebración: indicamos así no sólo el respeto, sino también nuestra atención y nuestra disponibilidad para aceptar y cumplir la que va a ser, más específicamente todavía que las otras lecturas, la Palabra de Cristo para nosotros;
- la Oración Universal, en la que "el pueblo, ejerciendo su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres" (IGMR 45): toda la comunidad, respondiendo con su oración a las intenciones sugeridas, se pone como mediadora -oficio sacerdotal- entre Dios y la humanidad entera; 
De rodillas: penitencia y adoración
- indica humildad ante la presencia del misterio o de una persona a la que dirigimos nuestra oración: ante Dios todos somos pequeños;
- es el modo como más explícitamente manifestamos nuestra postura interior de adoración;
- y también de nuestra penitencia: en los primeros siglos el grupo de los penitentes era también llamado de los "genuflectentes", y recordamos todavía cuando en los días más penitenciales se nos invitaba a arrodillarnos para determinadas oraciones ("flectamus genua");
- ha sido la clásica postura para la oración personal, privada, aunque más tarde se fue convirtiendo poco a poco en la postura normal también para la comunitaria, cuando a partir del siglo XI se fue subrayando el aspecto de adoración en la Misa.
b) Es la postura que encontramos muchas veces en la Biblia para los momentos en que se quieren expresar esas actitudes de humildad, adoración y penitencia:
- Daniel ora de rodillas (Dn 6,11), vuelto el rostro desde el destierro, hacia Jerusalén,
- los hermanos de José, en Egipto, se postran ante él con sentimientos de culpabilidad y respeto (Gn 42,6),
- los veinticuatro ancianos del Apocalipsis (Ap 4,10) se postran en actitud humilde y adorante ante el que está sentado en el trono,
- los que se acercan a Jesús para pedirle algo, se postran en tierra,
- Pablo ora de rodillas, con sus discípulos, en la despedida de Mileto o de Tiro (Hch 20,36 y 21,5),
- Pedro se arrodilla y ora antes de resucitar a la muchacha muerta (Hch 9,40),
- y Jesús mismo ora de rodillas en la agonía del huerto (Lc 22,41).
Es la actitud interior y exterior que expresa los sentimientos que uno siente ante la grandeza y el amor de Dios: "por esto doblo las rodillas ante el Padre" (Ef 3,14).
Sentados: receptividad y escucha
Cuando nos mantenemos sentados, estamos expresando unas actitudes determinadas:
- que estamos en paz, distendidos, presenciando algo o en actitud de espera,
- es la postura que más favorece la concentración y la meditación,
- así permanece el que enseña, el que tiene autoridad, el que juzga, el que actúa como ministro de la Reconciliación,
- y así también estamos cuando escuchamos una lectura o una homilía: es la actitud del discípulo ante el maestro, expresando su receptividad y atención.
b) Por eso en el NT se dice varias veces explícitamente:
- que Jesús, sentado, dirige a sus discípulos su enseñanza, por ejemplo el sermón de la montaña (Mt 5,1),
- que la muchedumbre, "sentada en torno a él", le escucha (Mc 3,32)
- como el mismo Jesús, de niño, "sentado en medio de los máestros", les escuchaba y les hacía preguntas (Lc 2,46),
- y María, en Betania, "sentada a los pies del Señor", escuchaba su Palabra (Lc 10,39).
c) En nuestra liturgia, el "sentado" por antonomasia, es el Sacerdote Presidente. Presidente significa el que se sienta delante: "prae-sedere". Durante la primera parte de la celebración -la escucha de la Palabra preside sentado en su sede, excepto la lectura del Evangelio. Y también sentado es como normalmente ejerce su ministerio de la homilía (cfr. IGMR 97): aunque si le parece más conveniente, la puede hacer también desde el ambón; con todo, no es propio del ambón la homilía: el ambón es un "sitio reservado para el anuncio de la Palabra de Dios" (IGMR 272).
Ni descuido ni absolutización.
No es indiferente la postura corporal que acompaña a nuestra oración. Sobre todo en las celebraciones comunitarias. La expresividad del lenguaje corporal favorece la actitud interior: tanto si es de escucha, como de atención respetuosa a la acción, como la adoración y la súplica penitencial.
Es cuestión de que cada uno, consciente de la dirección expresiva de estas posturas, se ejercite a sí mismo en las actitudes de fe que manifiestan: con presteza y atención, cuando está de pie escuchando el Evangelio o la Plegaria Eucarística; con adoración y humildad, cuando se arrodilla; con paz y apertura, cuando escucha las otras lecturas o después de recibir la comunión. Es toda una pedagogía, en la que cada uno es maestro, para ir identificando la postura exterior con las actitudes interiores que supone.
Descuidar esta sintonía puede empobrecer o hacer menos expresiva nuestra celebración.
Y por otra parte, tampoco hay que endiosar o absolutizar una postura determinada. El Misal sugiere a las conferencias Episcopales que determinen para su territorio, si lo creen conveniente, estas u otras posturas de celebración: con la condición de "que haya una correspondencia adecuada con el sentido e índole de cada parte de la celebración" (IGMR 21). Está bien que se tengan en cuenta las dos claves: la índole de cada pueblo y cultura (en algunas culturas la postura de mayor respeto es permanecer sentados), y a la vez la índole de la celebración misma, que en cada momento pide una dinámica distinta en la postura corporal y en la acción.
Posturas no mecánicas, ni meramente rutinarias, sino "verdaderas": en las que el sentimiento espiritual se encarna y se expresa con el gesto exterior. De modo que se vaya consiguiendo lo que siempre es la finalidad de todos los gestos y símbolos: la mejor participación en el misterio que celebramos.
Una lectura académica difiere mucho de una lectura espiritual. La primera se contenta tan sólo con adquirir elementos para conformar unas ideas, unos juicios. Sin embargo, quien hace del carisma una fuente de su conocimiento para descubrir la voluntad de Dios para su vida, no puede contentarse con una lectura que satisfaga solamente al intelecto. Busca una lectura que conteste y dçe sentido a la pregunta sobre la voluntad de Dios para su vida. Pasará entonces de la lectura a la oración.
Las etapas de la oración

LAS ETAPAS DE LA ORACIÓN:
REFLEXIÓN, CONTEMPLACIÓN, UNIÓN
Expresiones de oración: 
Recitación de plegarias hechas, Cuando se vive con la mente dispersa en mil preocupaciones, es útil acudir a estas oraciones y hacerlas lugar de encuentro con Dios. Hay plegarias verdaderamente sublimes, que la Iglesia ha realizado a lo largo de los siglos como por ejemplo: el padre Nuestro enseñado por el mismo Jesucristo, el Avemaría, inspirado en el evangelio y la tradición y los santos ofrecen un sin número de oraciones para ofrecer el día, en la mañana y para agradecer la jornada de la noche. Son oraciones que si “se rezan” hay que saber darles su importancia y su lugar.
Meditación:  En ella el hombre recoge su mente, su voluntad, su corazón, su memoria, su imaginación, para dialogar con Dios, como cuando conversa con un amigo, acerca de un pasaje del evangelio, algún tema de la vida cristiana, o de alguna situación personal. Para quien busca crecer en la santidad, debería poder encontrar cada día un espacio de 10 a 15 minutos para entregarse a este diálogo con Dios y sacar de allí luz, determinación y ayuda para recorrer la jornada según la voluntad de Dios. Puede ser un cuarto de hora al levantarse, antes de salir hacia el lugar de trabajo, o por la noche antes de retirarse a descansar, o hacer alguna pausa durante el día.
¿Cómo hacer la meditación? Buscar un sitio idóneo, de preferencia aislado, donde uno no esté perturbado por ruido o personas, actuar la conciencia de que Dios está presente allí, un acto de fe en Dios para ponerse delante de él con sencillez y naturalidad con las palabras que broten espontáneamente, pedir su ayuda para sacar el fruto que se busca en ese rato de oración. “Señor, tú que me escuchas y quieres el bien de tus hijos, te pido que me ayudes en este día a ser como el buen samaritano: ayúdame a descubrir las necesidades de mi prójimo, y dame la generosidad para prestarme a remediarlas con alegría y prontitud”.
Se sugiere tomar un texto del evangelio, hacer una lectura pausada tratando de imaginar la escena, viendo que hacen los personajes, escuchando que dicen, leyendo sus sentimientos íntimos, etc. Después de esta primera lectura hay que tomar el texto nuevamente desde el inicio, para reflexionar con más profundidad su sentido y sobre todo para tratar de descubrir las lecciones prácticas que tiene para la vida concreta. Por ejemplo si se medita en buen samaritano: - aquel hombre asaltado, era uno cualquiera, un desconocido, podía haber sido el vendedor de la esquina, el chofer del taxi, o el compañero de asiento en el avión. Lo dejaron medio muerto. En ese momento no podía valerse por sí mismo. Si nadie lo hubiese auxiliado, ahí habría muerto lejos de los suyos. Ahí quedó el pobre hombre y ninguno lo sabía. ¡Cuánto sufrimiento, cuánta necesidad, material o moral, sufre tal vez esta persona con quien hoy me cruzo, y nadie a su alrededor lo sospecha!- .
Lo más importante, al ir haciendo estas reflexiones es ir dialogando con Nuestro Señor preguntarle con sinceridad y disponibilidad, qué es lo que uno tiene que cambiar en su interior, pedir la gracia para ser generoso y modificar las actitudes contrarias. La verdadera oración no es la que sabe de sutilezas y elucubraciones, sino la que transforma la voluntad y el corazón.
Para que ese rato de oración no sea estéril y el fruto no quede sólo en buenas intenciones, es conveniente enseñar al dirigido a terminar con una resolución concreta, un propósito práctico a realizar en ese día
Resulta de mucho provecho ayudar a fijar una serie de temas para la meditación, de manera que cada día al llegar el momento reservado para el encuentro con Dios, ya se sepa que se va a meditar; de otra forma es muy fácil exponerse a improvisar en cada ocasión, con peligro de divagar y perder minutos preciosos mientras se busca y se decide algo.
La meditación, la oración mental es el camino para asimilar el mundo de la fe viviéndolo a la luz de Dios. Es rumiar la Palabra de Dios para que el corazón se empape de ella... Más allá de una emotividad superficial, tiene que ir alcanzando y formando el centro personal del hombre. Las mismas consolaciones que el Señor envía tienen como objetivo grabar más profundamente las verdades fundamentales. La fe no es sólo aceptar teóricamente unas afirmaciones, sino además vivir según esas afirmaciones. Y vivir no sólo en fuerza de unas secas determinaciones de la voluntad, sino vivir porque el hombre reacciona cordialmente según esa realidad. Esto es lo que se va actuando en la oración mental. Por eso hace falta calma, paz, insistencia serena, aun sin particulares emociones
El recogimiento propio de la meditación consiste en una sencilla y sincera apertura del corazón a la acción de Dios, retrayendo la mente de lo creado y elevándola a Dios.
Hay que formar al dirigido a que esté pendiente de Dios y no de las posibles distracciones.
En el progreso de la oración se presentan muchas veces períodos de aridez y depresión, desgana y falta de fe. hay que sostener su perseverancia fiel en la oración prefijada. Tiene que aceptar la ausencia de Dios. La ausencia de Dios sentida es una forma de presencia de Dios y de oración.
A veces hay personas que en la oración se encuentran
bien con el Señor en una quietud serena. Pero surge la preocupación de que necesitan penetración sólida en las verdades
de la fe.
La oración debe estar fundada en espíritu y verdad. No es conveniente recurrir al sistema de ocupar el tiempo de
manera entretenida, presentando en forma de petición al Señor cuanto uno ha experimentado durante el día. No porque
esto sea malo, sino porque no debe ser un método de entretenimiento habitual para hacer soportable el tiempo de oración. Conviene promover en el dirigido, más bien, la verdad de estar sinceramente con el Señor. Y progresivamente habituarle a dejar todas las preocupaciones terrestres, aunque buenas, para sumergirse en Dios. Muchas veces sucede que el hombre está estrechado con preocupaciones profesionales, apostólicas, económicas; llega a la oración, y, en lugar de esponjar el corazón desde su estado de angustia y estrechez mantenido, sigue dando vueltas a sus mismas preocupaciones con la misma estrechez de corazón. Por ese camino no llegará nunca a dilatarse según las dimensiones de Dios. Al llegar a la oración conviene que lo deje todo para entrar en la nube con Dios (cf. Ex 24,16), a fin de que luego se acerque a la realidad del mundo y del hombre con un corazón como el de Dios.
En la oración se plantea pronto el problema de la autenticidad de los dones de Dios. Es buen criterio el no establecer nunca una separación entre el juicio sobre la oración y el cuadro general de la vida del dirigido. Si una oración es auténtica y va elevándose, el cuadro general de la vida debe elevarse igualmente. Por lo tanto, en orden a un juicio de autenticidad, más que el contenido experiencial de una oración concreta, interesa examinar el cuadro de la vida: el nivel de bondad de corazón, de salida de sí, de servicialidad para con los demás, de mansedumbre y paciencia.
¿Qué es para mí la oración? ¿Hay gratitud, adoración, reparación? ¿Oro con frecuencia?
¿Es para mí la oración una necesidad de vital? ¿Siento que es un deber, una obligación? ¿trato día a día de orar mejor? ¿Hago de mi oración un diálogo íntimo con Dios, a quien amo y sé que me ama? ¿Dedico el mejor tiempo de mi día a la oración?
¿Qué frutos obtengo de mi oración? ¿Cómo va cambiando mi vida? ¿Se nota mi transformación sobre todo en el trato con mi prójimo? ¿saco siempre propósitos concretos y prácticos?
¿Pido consejo a mi orientador cuando se me dificulta la oración? ¿Sigo sus consejos?
la oración que se prolonga a lo largo de la jornada, haciendo una especie de trasfondo, de todas y cada una de las actividades del día. Es una oración eminentemente espontánea: un diálogo permanente en el interior del alma, en el que uno va comentando y compartiendo con Jesucristo las cosas que piensa y hace, los proyectos y las realizaciones, los deseos y las intenciones; le ofrece los buenos éxitos de sus iniciativas, y pide luz y ayuda para resolver las cuestiones difíciles, le agradece las incontables bendiciones con que Él se hace presente continuamente: el nuevo día, el sol, la sonrisa de la esposa, el abrazo del hijo, el negocio bien logrado, la lectura provechosa, la velada amena con los amigos, etc., etc. La sucesión interrumpida del acontecer diario es el tema de esta conversación interior, con la que uno busca incrementar la amistad con Jesucristo y trata de parecerse cada vez más a Él. Este tipo de oración supone, y a la vez alimenta, el amor a Dios nuestro Señor. Así como dos personas que se aman entrañablemente, pasan la mayor parte del tiempo pensando en la persona amada y se desviven por complacerse una a otra, así el alma que ama a Jesucristo, no solo piensa en Él, sino dialoga continuamente con Él, buscando agradarle en medio y precisamente a través de las actividades cotidianas.
En general, se advierte que el proceso pedagógico de la oración suele seguir la línea del padrenuestro, invertida. Hay que respetarla. Es como si Jesucristo nos hubiera enseñado el padrenuestro bajando él de la altura de su oración hasta la bajeza de la nuestra, y el proceso nuestro suele ir subiendo desde un comienzo más terrestre de oración hasta la elevación de Cristo. Por eso, de ordinario, lo que pide el fiel sencillo es «líbranos del mal», de lo que ve como mal: de la enfermedad, de la muerte, de las desgracias, de la pobreza; y ésa es su oración normal. Después ve como mal el pecado; y de ahí empieza a pedir: «no nos dejes caer en la tentación», líbranos del pecado, que ya supone una cierta elevación mayor al considerar el pecado como mal del que Dios tiene que librarle. Siguiendo más adelante, pide la purificación de los pecados: «perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos»; de ahí llega a la providencia actual, contentándose con «el pan de cada día»; y de ahí, a la voluntad del Señor: «hágase tu voluntad»; al, «venga tu reino» y «santificado sea tu nombre». Es decir, que es una elevación de niveles, del estado interior que uno advierte como indigencia, y para cuyo remedio invoca la asistencia de Dios.
Para orar, es necesario querer orar.
La oración es buscar a Dios, es ponernos en contacto con Dios, es encontrarnos con Dios, es acercarnos a Dios.
Orar es llamar y responder. Es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones. Es un diálogo de amor.
Santa Teresa dijo en una ocasión: “Orar es hablar de amor con alguien que nos ama”.
La oración no la hacemos nosotros solos, es el mismo Dios (sin que nos demos cuenta) el que nos transforma, nos cambia. Podemos preguntarnos, ¿cómo? Aclarando nuestro entendimiento, inclinando el corazón a comprender y a gustar las cosas de Dios.
La oración es dialogar con Dios, hablar con Él con la misma naturalidad y sencillez con la que hablamos con un amigo de absoluta confianza.
Orar es ponerse en la presencia de Dios que nos invita a conversar con Él gratuitamente, porque nos quiere. Dios nos invita a todos a orar, a platicar con Él de lo que más nos interesa.
La oración no necesita de muchas palabras, Dios sabe lo que necesitamos antes de que se lo digamos. Por eso, en nuestra relación con Dios basta decirle lo que sentimos.
Se trata de “hablar con Dios” y no de “hablar de Dios” ni de “pensar en Dios”. Se necesita hablar con Dios para que nuestra oración tenga sentido y no se convierta en un simple ejercicio de reflexión personal.
Cuanto más profunda es la oración, se siente a Dios más próximo, presente y vivo. Cuando hemos “estado” con Dios, cuando lo hemos experimentado, Él se convierte en “Alguien” por quien y con quien superar las dificultades. Se aceptan con alegría los sacrificios y nace el amor. Cuanto más “se vive” a Dios, más ganas se tienen de estar con Él. Se abre el corazón del hombre para recibir el amor de Dios, poniendo suavidad donde había violencia, poniendo amor y generosidad donde había egoísmo. Dios va cambiando al hombre.
Quien tiene el hábito de orar, en su vida ve la acción de Dios en los momentos de más importancia, en las horas difíciles, en la tentación, etc.
En cambio, si no oramos con frecuencia, vamos dejando morir a Dios en nuestro corazón y vendrán otras cosas a ocupar el lugar que a Dios le corresponde. Nuestro corazón se puede llenar con:
el egoísmo que nos lleve a pensar sólo en nosotros mismos sin ser capaces de ver las necesidades de los que nos rodean,
el apego a las cosas materiales convirtiéndonos en esclavos de las cosas en lugar de que las cosas nos sirvan a nosotros para vivir,
el deseo desordenado hacia los placeres, apegándonos a ellos como si fueran lo más importante.

el poder que utilizamos para hacer nuestra voluntad sobre las demás personas.

Lo que no es la oración
Algunas veces podemos desanimarnos en la oración, porque creemos que estamos orando, pero lo que hemos hecho no es propiamente oración. Para distinguirlo podemos ver unos ejemplos:
Si no se dirige a Dios, no es propiamente oración.
En la oración nos comunicamos con Dios. Si no buscamos una comunicación con Dios, sino únicamente una tranquilidad y una paz interior, no estamos orando, sino buscando un beneficio personal. La oración no puede ser una actividad egoísta, debe siempre buscar a Dios. Debemos estar pendientes en nuestra oración de buscar a Dios y no a nosotros mismos, porque podemos caer en este error sin darnos cuenta.
Si no interviene la persona con todo su ser (afectos, inteligencia y voluntad) no es oración. Las personas nos entregamos y nos ponemos en presencia de Dios con todo nuestro ser. Orar no es “pensar en Dios”, no es “imaginar a Dios”, no es una actividad intelectual sino del corazón que involucra a la persona entera. 
Si no hay humildad y esfuerzo no es oración. Para orar es necesario reconocer que necesitamos de Dios.
Si no hay un diálogo con Dios, no es oración. Si únicamente hablamos y hablamos sin escuchar, nuestra oración la reducimos a un monólogo, que en lugar de hacernos crecer en el amor nos encerrará en el egoísmo. Cuando dejamos de mirar a Dios y nos centramos en nuestros propios problemas, no estamos orando.
Cuando retamos o exigimos a Dios tampoco estamos orando, pues nos estamos confundiendo de persona. Dios es infinitamente bueno y nos ama. No podemos dirigirnos a Él con altanería.
Si no nos sentimos más identificados con Jesucristo no hemos hecho oración. Se trata de poco a poco en la oración identificarnos con Cristo para poder actuar como Él actuaba.
Si no tenemos un fruto de más amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, no hemos hecho oración. La oración debe verse reflejada en nuestras vidas.
Ejercicio:
El que dirige el taller de oración deberá ir leyendo los siguientes párrafos en voz alta, de una manera tranquila y muy pausada. Al terminar cada párrafo, deberá dejar unos minutos de silencio para que los asistentes se ejerciten en la oración.
Cerremos los ojos y dediquemos unos minutos a la oración:
Adopta la postura que más te acomode para orar. Si lo deseas, respira profundo para relajarte.
Detente un momento para pensar con quién vas a hablar. Siente la presencia de Dios muy cerca de ti. Él está aquí, frente a ti. 
Dios Todopoderoso, el Creador del Cielo y de la Tierra está aquí, esperando para dialogar contigo. Obsérvalo con tu corazón. Fíjate en lo grande y lo bueno que es, en lo mucho que te ha dado. Reconoce la grandeza y la bondad de Dios. 
Abre tu corazón a Dios dejando a un lado por unos momentos tus preocupaciones, tus obligaciones. Reconoce que necesitas de Dios y ponte en sus manos diciendo “Señor, aquí me tienes”.
Platícale acerca de tu familia, de las alegrías y las penas, de las satisfacciones y de las dificultades por las que atraviesa, de los momentos felices y de los momentos difíciles, de los grandes regalos y de las grandes pruebas.
Platícale a Dios lo que más te aflige en estos momentos. Dile cómo te sientes, qué te preocupa, por qué te preocupa, que has pensado hacer, cómo has pensado resolver el problema, pídele su opinión, consúltalo.
Platícale de tu interés por vencer ese egoísmo que no te deja en paz, por las pasiones que sientes que te atrapan en muchas circunstancias de la vida, por el deseo de tener cada vez más cosas materiales, por querer acercarte a Él. 
Platícale de tu interés por aprovechar este taller de oración, de tu deseo de aprender a orar, de tu deseo de perdonar a los demás, de tu deseo de amar más a los demás.
Pídele que te ayude a confiar, más en Él que en ti mismo, que te ayude a comprender el amor tan grande que te tiene. Dile que lo necesitas, que sin Él no puedes vivir.
Trata de escuchar lo que Él te quiere decir.

Características de la oración:
La oración se dirige a Dios y no necesita de muchas palabras. Él conoce lo que nos pasa. Si no logramos escuchar a Dios, volver a intentarlo una y otra vez hasta conseguirlo.
La oración debe ser perseverante: tener paciencia en establecer ese diálogo con Dios.
La oración debe ser insistente, es decir, no abandonar la oración a la primera sino insistir. 
Para orar es necesario ser humildes. La soberbia, el pensar que no necesitamos de los demás ni de Dios, aleja al hombre de la oración. Es imposible ser soberbios y tener una auténtica vida de oración porque se necesita reconocer la necesidad de Dios. La humildad nos acerca a Dios. Es darnos cuenta que no está en nuestras manos solucionar los problemas de nuestra vida. El activismo, el hacer y hacer cosas sin parar, se da por la falta de seguridad en la oración. Sucede entonces que confiamos más en nuestras propias capacidades y esfuerzos, que en Dios y nuestra oración pierde toda su fuerza. Orar es enriquecerse partiendo de nuestra pobreza para abrirnos a la riqueza de Dios.
La oración es poderosa: Se pueden observar en la Iglesia muchos imposibles conseguidos por la oración. Por ejemplo, la resurrección de Lázaro, la conversión de San Agustín lograda con las oraciones de Santa Mónica, su madre, entre otras. Hoy en día sigue Dios manifestándose en milagros que son actos de Dios que parten de la oración humana.
La oración es confiada: La oración es hablar con Alguien a quien no vemos, pero que sabemos está ahí escuchándonos. Al orar se tiene la certeza de que Dios no nos va a fallar y esto debe transformar nuestra vida. Confiar en que Él puede ayudarnos a solucionar nuestros problemas. Saber y tener la convicción que somos importantes para Dios. Es dejar nuestra seguridad en nosotros mismos para ponerla en Dios.
La oración, siempre debe estar precedida del perdón: Para que nuestro amor a Dios sea auténtico se necesitan purificar nuestras faltas. Antes de orar debemos limpiar nuestro corazón, “darle una barridita” quitando todos los rencores acumulados que quitan la paz a nuestros corazones tan necesaria para la oración. Es momento de perdonar como Jesús lo hizo en la cruz.
La oración es necesaria para no caer en tentación: Jesucristo advirtió a sus apóstoles que tenían que rezar para no caer en la tentación. Dios conoce nuestra debilidad y sabe cómo fácilmente nos dejamos vencer por nuestro egoísmo, por nuestra indiferencia ante las necesidades de los demás, por ser altaneros, por dejarnos llevar por el placer, por un deseo exagerado de poseer, por dejarnos vencer por la ira, el rencor, la pereza. La oración nos fortalece para vivir siempre cerca de Dios.
Orar no se trata sólo de cumplir con una serie de normas externas. La oración nos invita a entregarnos con generosidad al amor. Se ora con el corazón, con lo más profundo del hombre, que sólo Dios conoce a la perfección.

Consejos para la oración:
Cuando comencemos a orar es muy conveniente hacer un ejercicio de reflexión para preparar nuestro corazón. Consiste en detenernos un momento a pensar que es lo que estamos haciendo, con quién estamos hablando. Tomar conciencia de que la oración es un diálogo con un Padre que nos ama y que nos ha dado todo lo que somos y tenemos. Todo lo que viene de Dios es bueno, es para nuestro bien. 
Para que la oración sea auténtica se necesita buscar con sinceridad a Dios, un clima de silencio interior y exterior quitando el ruido de las pasiones, de los llamados de sensualidad, del orgullo. Tener humildad y deseos de amar a Dios. San Juan de la Cruz nos dice “Olvido de lo creado, memoria del Creador, Atención a lo interior y estarse amando al Amado”.
Dedicar cada día unos minutos a la oración personal. Así como dormimos, comemos, trabajamos y descansamos, la oración debe formar parte de nuestra vida diaria.
Algunas recomendaciones prácticas que cada persona puede adaptar a su estilo de vida:

Lugar: Escoger un lugar específico para orar. No importa cuál sea, mientras nos ayude a obtener el silencio interior que necesitamos.
Horario: Revisar nuestro horario y escoger para la oración un momento en el que nos encontremos en paz y no tengamos muchas ocupaciones y que tampoco nos encontremos muy cansados. Procurar que esta hora sea siempre la misma y mantenerla fija lo más que se pueda.
Postura: La postura es importante, mas no indispensable. La oración no es cuestión de ejercicios físicos, es algo espiritual. Cada quien puede adoptar la postura que quiera, ya que cada persona experimenta las cosas de manera distinta. Nos pueden ayudar algunos ejercicios de relajación y de respiración, pero sin convertirse en el fin de nuestra meditación.
Antes de la oración: Decirnos a nosotros mismos, ¿con quién voy a hablar?, ¿con qué actitud voy a comenzar?, ¿de qué le quiero hablar el día de hoy?
Al principio de la oración: Dejar de hacer lo que estábamos haciendo para dedicar este tiempo a la oración. Dejar a un lado todo lo demás por un tiempo. Ponernos en presencia de Dios Padre, al persignarnos hacerlo pausadamente. Después, ofrecernos a Dios diciéndole “Aquí me tienes Señor, con mis cualidades y defectos”. Aquí se puede tener algún detalle de delicadeza.
Llevar a cabo la oración: Escoger el tipo de oración que se quiera llevar a cabo. Adentrarse en ella. Turnar momentos de hablar y escuchar a Dios a lo largo de la oración.
Propósito concreto para nuestra vida: Sacar como fruto de la oración un propósito concreto a seguir en ese día. Debe ser muy concreto para poderlo cumplir. Por ejemplo, en lugar de decir “hoy voy a ser un buen padre de familia” decir “hoy voy a tener paciencia, no gritándoles a mis hijos a la hora de la cena en la que ya todos estamos cansados”.
Duración: Cada persona sabrá del tiempo que dispone y del tiempo que quiera dedicar a la oración. Es indispensable un mínimo de 15 minutos. Hay que estar conscientes de que mientras más dificultades y preocupaciones tengamos, se debe orar más, pues necesitamos más de la presencia de Dios en nuestras vidas.

Tipos de oración.
Existen distintos tipos de oración:
Oración de alabanza: Es alabar, elogiar a Dios, es “echarle flores” a Dios. Un ejemplo de este tipo de oración son los salmos que forman parte del Antiguo Testamento de la Biblia. Los salmos son” alabanzas” a Dios. Nosotros podemos utilizar los salmos para rezar, pero también podemos alabar a Dios con nuestras propias palabras.
Oración de agradecimiento: Es agradecer a Dios por todo lo que hemos recibido de él o por algo en particular. Día con día tenemos algo que agradecer a Dios tanto en plano material como en el plano espiritual.
Oración de confianza: Es ponernos en las manos de Dios con la confianza con que un niño pequeño brinca desde la mesa a los brazos de su padre. Es confiar en que Él siempre estará presente para ayudarnos, para darnos las gracias que necesitemos en cada momento. Es tener presente que Dios, que es Todopoderoso, nos conoce y nos ama. Es quitar todo el miedo y la inseguridad de nuestra vida. ¿A qué podemos temer si tenemos un Padre Todopoderoso?
Oración de arrepentimiento y perdón: Dios nos tiene un gran amor y tiene un plan para cada uno de nosotros: Él quiere que seamos felices ahora y para siempre junto a Él. Cuando pecamos, nos negamos a seguir sus planes de felicidad para nosotros. El pecado es decirle a Dios que no nos interesa su plan, que preferimos hacer lo que se nos antoja. En la oración de arrepentimiento, le decimos a Dios que nos sentimos mal de haberlo ofendido, de haber despreciado su invitación a la felicidad eterna, que queremos volver a ser sus amigos. Le pedimos que nos perdone y nos vuelva a aceptar en sus planes de salvación. Todos los días podemos pedir perdón a Dios por nuestras faltas haciendo un acto de contrición y una penitencia que escojamos. En esta oración también podemos abrir nuestro corazón para perdonar a los que nos han ofendido, pidiendo por ellos.
Oración de petición e intercesión: Consiste en pedir a Dios todo lo que necesitemos, lo que más nos haga falta. Podemos pedir cosas materiales o espirituales, con la confianza en que Dios escogerá concedernos sólo aquello que nos haga bien y no nos concederá aquello que nos pueda hacer daño o que se pueda convertir en un obstáculo para nuestra salvación.

Ejercicio
El que dirige el taller de oración deberá ir leyendo los siguientes párrafos en voz alta, de una manera tranquila y muy pausada. Al terminar cada párrafo, deberá dejar unos minutos de silencio para que los asistentes se ejerciten en la oración.
Cierra tus ojos y ponte cómodo, adopta una postura en la que te sientas bien para comenzar a orar. Si te ayuda respirar profundo, lo puedes hacer. Ahora, con los ojos cerrados detente un momento a pensar con quién vas a hablar. No es cualquier persona… Prepara tu corazón dejando a un lado tus ocupaciones y preocupaciones, tus pasiones, tu orgullo. Ponte en presencia de Dios diciéndole “Aquí me tienes Señor, con mis cualidades y defectos que tu ya conoces.”
Platícale a Dios todo lo que estás pensando, comparte tus pensamientos con Él, entrégaselos para que puedas conseguir el silencio interior necesario para la oración.
Háblale de tus preocupaciones, tus sufrimientos y penas en el trabajo, tus problemas en tu matrimonio, tus preocupaciones con tus hijos, los sufrimientos en la familia, la muerte de un ser querido, la falta de dinero, ese hermano que va por un camino muy alejado a Dios, el amigo que no deja la bebida, ese vecino que se metió con los drogas, el familiar que le hizo una mala jugada en el trabajo a otro… Dile a Dios que confías en Él, que sabes que lo que está sucediendo en tu vida es por tu bien. Déjate caer con confianza en sus manos amorosas. 
Pídele perdón a Dios por las faltas que hayas cometido el día de hoy: ¿fui amable con los que me rodean?, ¿tuve paciencia con mis hijos?, ¿ofendí a alguien con mis palabras?, ¿con mis actitudes?, ¿estuve triste?, ¿di lo mejor de mí este día?, ¿cumplí con mis obligaciones con espíritu de servicio?, ¿me acordé de Dios?, ¿tuve presente a Dios durante el día?, ¿guardo rencor hacia alguien?, ¿critiqué a alguien negativamente? Arrepiéntete de corazón de tus faltas con el propósito de mejorar. Silencio.
Pídele también por las personas que te hayan ofendido y que quizá nunca se disculpen contigo. Pídele que las lleve por buen camino para que logren vivir más cerca de Ti y poder llegar al cielo. Silencio.
Ahora dale gracias porque hoy estás aquí en este taller de oración, compartiendo con otras personas la inquietud de aprender a orar. Dale gracias porque hoy gozas de buena salud, porque tienes un hogar, una familia, porque tienes un trabajo, porque estás vivo, porque tienes amigos, por las alegrías de la vida, porque Dios te quiere, por tus logros en el trabajo, por los sufrimientos que te unen más a Dios y te hacen ser más humano, por tus seres queridos, por tener la oportunidad de aprender algo más. Silencio.
Haz un propósito concreto de cambio en tu vida y dile a Dios algunas palabras de despedida. Pídele que siempre esté contigo aunque tu no te acuerdes de Él.

Distintas formas de hacer oración.
Los caminos de la oración son muchos. Se puede orar de varias formas. Existen muchos modos de entrar en contacto con Dios. Cada quien elegirá el suyo de acuerdo a su personalidad, a sus circunstancias personales, a lo que le llene más espiritualmente en cada momento determinado.
Éstas son:
1. Oración vocal: Consiste en repetir con los labios o con la mente, oraciones ya formuladas y escritas como el Padrenuestro, el Avemaría, el ángel de la guarda, la Salve. Para aprovechar esta forma de oración es necesario pronunciar las oraciones lentamente, haciendo una pausa en cada palabra o en cada frase con la que nos sintamos atraídos. Se trata de profundizar en su sentido y de tomar la actitud interior que las palabras nos sugieren. Es así como podemos elevar el alma a Dios. Podemos apoyarnos en la oración vocal para después poder pasar a otra forma de oración. Todos los pasos en la vida se dan con apoyos y la oración vocal es un apoyo para las demás. La palabra escrita es como un puente que nos ayuda a establecer contacto con Dios. Por ejemplo, si yo leo “Tú eres mi Dios” y trato de hacer mías esas palabras identificando mi atención con el contenido de la frase, mi mente y mi corazón ya están “con” Dios.
2. La lectura meditada: Un libro nos puede ayudar mucho en el camino a encontrarnos con Dios. No se trata de leer un libro para adquirir cultura, sino de tener un contacto más íntimo con Dios y el libro puede ser una ayuda para conseguirlo. No se trata de aprender cosas nuevas, sino de platicar con Dios acerca de las ideas que nos inspire el contenido del libro. Hay que leer hasta que encontremos una idea que nos haga entrar en contacto con Dios y ahí frenar la lectura “saboreando” el momento. Es así como se profundiza en las ideas del libro para escuchar a Dios. Si cuando estamos leyendo, se produce una visita de Dios, abandonémonos a Él. Al orar hay algo que nos “llama”, una idea en la que sentimos la necesidad de profundizar. Para profundizar volvemos a la idea para verla en todos sus aspectos hasta que llegue a sernos personal, hasta que la hagamos propia. Esta idea mueve nuestra voluntad, nuestra capacidad para el amor, el deseo y el afecto. Esta oración debe terminar con un propósito de vida de acuerdo a las ideas en las que hemos profundizado en compañía de Dios.
3. Contemplación del Evangelio: Consiste en leer un pasaje del Evangelio, contemplarlo, saborearlo y compararlo con nuestra vida, tratando de ver qué es lo que debo cambiar para vivir de acuerdo a los criterios de Cristo. Al leer el Evangelio nos vamos a familiarizar con los gestos y las palabras de Cristo, y a comprender su sentido. Poco a poco iremos cambiando nuestra mentalidad y nuestra conducta de acuerdo a los criterios del Evangelio. Comparamos nuestro actuar en la vida con la vida de Jesús en el Evangelio. Se trata de mirar a Jesús más que mirar el pasaje del Evangelio, escuchar su Palabra. Al orar de esta forma, hemos pasado de la reflexión que se detiene a mirar en cada punto a un mirar simplemente a Cristo. Para ponerlo en práctica se necesitan seguir los siguientes pasos:
a) Ponernos en presencia de Dios y ofrecerle nuestra oración. Leer lentamente la escena del Evangelio para tener una visión rápida de conjunto, del lugar donde sucede. Por ejemplo, en Belén, en el templo de Jerusalén, etc. Después pedirle a Dios que adquiramos un conocimiento más hondo de Jesús para amarlo más y poderlo servir mejor.
b)Volvemos sobre el pasaje evangélico y vemos las personas y: 
- Vemos a los personajes que hablan y actúan en el pasaje. Fijarnos en cada uno en particular viendo primero su exterior para luego contemplar sus sentimientos más íntimos, sean buenos o malos. Sacar algún fruto personal.
- Después escuchamos las palabras: Penetrar en su sentido, poner atención a cada una de ellas. Algunas palabras las podemos escuchar dirigidas a nosotros personalmente. Sacar un fruto personal.
- Como tercer punto, consideraremos las acciones: seguir las diversas acciones de Jesús o de las demás personas. Penetrar en los motivos de tales acciones y los sentimientos que los han inspirado. Sacar algún fruto personal, recordando que la oración nos debe llevar a la conversión de corazón.
c) Terminar platicando con Jesús o con su Madre la Santísima Virgen María acerca de lo que hemos descubierto.
4. Oración sobre la vida cotidiana: Dios está presente en nuestra vida. Los acontecimientos de la vida son un camino natural para entrar en contacto con Dios. Es necesario buscar la presencia de Dios en nuestra vida y descubrir qué es lo que Dios quiere de nosotros. Esta búsqueda y este descubrimiento son ya una oración. Estar atentos a lo que Dios quiere de nuestra vida es hacer oración y nos invita a colaborar con Él. De esta “mirada” sobre mi vida nacerá el asombro, el agradecimiento, la admiración, el dolor, el pesar, etc. De esta manera nuestra vida entera será una oración.
5. Contemplación: Se le conoce también como silencio en presencia de Dios. Este es el punto donde culminan todos las formas de orar de las que hemos hablado con anterioridad. Es el momento en que se interrumpe la lectura, o se deja la reflexión sobre un acontecimiento, una idea o un pasaje del Evangelio. Se da cuando ya no hay deseos de seguir lo demás, se ha encontrado al Señor con toda sencillez, después de recorrer un camino. Hemos experimentado interiormente que Dios nos ama a nosotros y a los demás. Es guardar silencio en presencia de Dios con un sentimiento de admiración, de confusión, de gratitud, cuando nos sentimos invadidos por la grandeza de Dios y su amor hacia nosotros y nos ofrecemos a Él. 
La oración contemplativa es mirar a Jesús detenidamente, es escuchar su Palabra, es amarlo silenciosamente. Puede durar un minuto o una hora. No importa el tiempo que dure ni el momento que escojamos para hacerla.
Para tener una oración contemplativa, debemos:
a) Recoger el corazón: Olvidarnos de todo lo demás, encontrándonos con Él tal y como somos, sin tratar de ocultarle nada.
b) Mirar a Dios para conocerle: No se puede amar lo que no se conoce. Al mirarlo debemos tratar de conocerlo en su interior, sus pensamientos y deseos.
c) Dejar que Él te mire: Su mirada nos iluminará y empezaremos a ver las cosas como Él las ve.
d) Escucharle con espíritu de obediencia, de acogida, de adhesión a lo que Él quiere de nosotros. Escuchar atentamente lo que Dios nos inspira y llevarlo a nuestra vida.
e) Guardar silencio: Silencio exterior e interior. En la oración contemplativa no debe haber discursos, sólo pequeñas expresiones de amor. Hablar a Jesús con lo que nos diga el corazón.
Ejercicio de oración:
El que dirige el taller de oración deberá ir leyendo los siguientes párrafos en voz alta, de una manera tranquila y muy pausada. Al terminar cada párrafo, deberá dejar unos minutos de silencio para que los asistentes se ejerciten en la oración.
Encuentra una postura que te acomode antes de comenzar a orar. Si te ayuda hacer un ejercicio de relajación respirando profundo, lo puedes hacer.
Ahora, prepara tu corazón deteniéndote un momento a pensar con quien vas a hablar. Reconoce que necesitas de Dios, de su amor.
Aleja el ruido que pueda haber en tu alma: odios, rencores, egoísmo, orgullo. Siéntete pequeño al lado del Señor. Dile que lo amas y ponte en su presencia diciéndole “Aquí estoy Señor para dialogar contigo”.
A continuación leeremos una serie de frases que se escribirán en el pizarrón para que cada quien escoja la que más le llame la atención: “Tú me conoces”, “desde siempre y para siempre Tú eres mi Dios”, “Mi Dios y mi todo”, “Tú eres mi Señor”. Repítela en voz alta y suave, tratando de profundizar en lo que nos quiere decir. 
Toma la siguiente cita del Evangelio: Lucas 2. 1-21 y léela. Si una idea te parece interesante, detente y levanta tus ojos del texto. Profundiza en la idea. Sigue leyendo despacio y meditando en lo que estás leyendo. Si no entiendes un párrafo, vuelve a leer las veces que sea necesario para entender la idea que Dios te quiere dar a conocer. Si de pronto viene un pensamiento que te impresiona mucho, cierra tus ojos y saca todo el jugo a ese pensamiento aplicándolo a tu vida. Saca un propósito concreto para tu vida. Si de pronto sientes ganas de platicar con Dios, hazlo. Pídele fuerza, agradécele, adóralo. Si no pasa nada especial, sigue con tu lectura.
Contempla la escena del nacimiento de Cristo en la cueva de Belén. Están presentes la Virgen María, San José y el Niño Dios. María arropa al Niño Jesús porque hace frío y el lugar es muy pobre. La vaca y el buey ayudan a dar calor al recién nacido. José le ayuda y los dos se encuentran en una gran paz y alegría porque saben que ese Niño es el Hijo de Dios y que ha venido a salvar al mundo. Luego llegan los pastores a visitar al Niño Jesús con todo amor, cariño, respeto sabiendo en su corazón de quien se trataba.
Luego de contemplar esta escena, debes preguntarte si vives ese espíritu de pobreza a ejemplo de Jesucristo…, si lo visitas con frecuencia como lo hicieron los pastores…, si eres sencillo y humilde como la Virgen María…, si aceptas la voluntad de Dios en tu vida como la aceptó José…, si sabes reconocer que Dios es lo más importante de tu vida…
Contempla a Dios en el Evangelio por el tiempo que quieras. Haz silencio dentro de ti para escucharlo a Él, para que Dios pueda hablarte de los planes que tiene para ti y el mensaje que quiere darte a través del pasaje que acabas de leer.
Hazte un propósito de vida de acuerdo a esta meditación del Evangelio. 

Conclusión : Oración y vida.
A lo largo de este taller, hemos orado de varias formas para acercarnos a Dios sacando frutos para nuestra vida. Nos ha escuchado y nosotros lo hemos escuchado. Hemos logrado establecer un diálogo.
Pero aquí no acaba el taller, sino que más bien es el punto de arranque para una sólida vida de oración que ejercitaremos todos los días hasta que nos encontremos con el Señor “cara a cara” el día de nuestra muerte. 
Es importante analizar de vez en cuando la relación que existe entre nuestra oración y nuestra vida. Debe existir una correlación directa entre las dos porque si oramos con profundidad nuestra vida forzosamente debe cambiar. En otras palabras, se nos debe “notar” la oración.
Si no se nos nota… es que algo anda mal…
Debemos analizar si tal vez estamos pretendiendo orar, pero en lugar de alabar a Dios, nos hemos dado culto a nosotros mismos. No hemos dialogado con Dios sino con nosotros mismos. En lugar de amar a Dios, nos hemos amado a nosotros mismos. Tal vez nos hemos fabricado un dios a la medida de nuestros deseos, intereses y temores. Tal vez nunca hemos salido de nosotros, sino que al rezar hemos continuado centrados en nosotros.
Pero, tal vez sí hemos orado bien y sentimos que no se nos nota porque seguimos cayendo en los mismos pecados que antes; hay que tener en cuenta que cada persona es distinta y a algunas nos cuesta más trabajo superar los defectos y la parte negativa de nuestra personalidad. Se hacen muchos esfuerzos y nuestro progreso puede ser muy lento. Estos esfuerzos suelen ser silenciosos. Dios los conoce y los aprecia, aunque ante los ojos de los hombres pueda parecer que no hemos cambiado.
El secreto para ser fieles a Dios, para lograr la unidad entre la oración y la acción es prestar atención a Dios, es “sacar nuestras antenas” para encontrar a Dios no sólo en la Iglesia, en la capilla o en la Misa de domingo, sino en nuestras ocupaciones, en los acontecimientos del día, en el trabajo, en la familia. Si Dios está ausente en nuestros deberes de hombres, también lo estará en la oración.
El examen de conciencia es un buen medio para conocer la coherencia que existe entre nuestra oración y nuestra vida. Por la noche nos ponemos en presencia de Dios para conocer nuestras faltas, pedir perdón a Dios, fijándonos un propósito a cumplir para ser mejores y pidiéndole su ayuda. Vernos como somos a la luz de Dios. El examen de conciencia es una oración personal con Dios. Nos abrimos al Él y lo escuchamos.
Nada nos toca más personalmente que la luz de Dios. Él nos ama con un amor personal, no en “general”. A cada uno nos toca en lo más profundo de nuestro ser. Sólo al experimentar ese amor vamos a reconocer nuestros pecados, y a corresponder a Dios con un amor personal que invada nuestra vida y la transforme.
Atentos a Dios y a su constante acción, aprenderemos a juzgar según Cristo, a que nuestras acciones sean como las de Él, a encontrar a Dios en todas los acontecimientos y circunstancias de la vida, en cualquier hecho y en todo hombre.
La oración debe dar sentido a cada una de nuestras actividades, a cada minuto de nuestra vida. El encuentro con Dios que se produce en la auténtica oración, debe perdurar durante todo el día dándoles un colorido especial a las cosas. Quien ora con profundidad, descubre a Dios en todo y establece un diálogo continuo con Él. La unión con Dios abre el corazón a su amor y el amor lo llena todo. 
La oración nos debe llevar a la conversión, a cambiar internamente para cambiar el mundo y construirlo desde Jesucristo.
Rezados y cumplidos en Cristo, los Salmos son un elemento esencial y permanente de la oración de su Iglesia. Se adaptan a los hombres de toda condición y de todo tiempo.
En su enseñanza, Jesús instruye a sus discípulos para que oren con un corazón purificado, una fe viva y perseverante, una audacia filial. Les insta a la vigilancia y les invita a presentar sus peticiones a Dios en su Nombre. El mismo escucha las plegarias que se le dirigen.

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