Por Fray Pedro de Medina, O. de M.
LAS REDENCIONES DE CAUTIVOS
INTRODUCCIÓN
La Orden de la Merced nace a principios del siglo XIII como una orden
religiosa con la misión de redimir cristianos cautivos. Se trata de una labor
muy concreta que era parte de la sociedad de frontera entre el mundo musulmán y
el cristiano. Los mercedarios tomaron esta tarea social de rescatar cautivos
como propia, por vocación cristiana, elevándola de esta manera a categoría de
carisma religioso. Estos frailes se pusieron al servicio de la sociedad en
nombre de la Iglesia para llevar a cabo esta misión por amor y misericordia. La
frontera, como un espacio que va más allá de la mera marca física, esto es,
como un ámbito de confrontación en el que se da de modo paradójico lucha y
encuentro, afianzamiento de la identidad y mestizaje, pactos y traiciones, es el
contexto natural social y religioso de la cautividad y de sus rescates. La fe,
en este ámbito, se convierte en el aglutinante de factores para determinar la
pertenencia de cada individuo a uno de los dos mundos en confrontación. La fe,
por tanto, en este contexto, no es sólo creencia religiosa personal, tal y como
entenderíamos hoy, sino que también la fe determina la fuerza que blande la
espada hacia unas filas u otras (en el caso de los hombres) y la fecundidad de
los vientres, esto es, la importante fuerza demográfica (en el caso de las
mujeres).
La imagen de los frailes redentores mercedarios en tierra de moros
rescatando a cautivos cristianos es el prototipo clásico de la identidad de la
institución. El imaginario colectivo interno y externo de esta Orden se ha
forjado con esta imagen. Así, a lo largo de estos casi ochocientos años de
historia de la Merced este imaginario se ha ido plasmando en variadas formas
artísticas y se ha constituido en la parte fundamental de la misma
espiritualidad de la Orden.
Las representaciones artísticas religiosas mercedarias son la muestra
más clara de esta autoconciencia carismática de la Orden. El motivo de las
redenciones de cautivos ha sido y es el leitmotiv para expresar la identidad de
esta familia religiosa. La iconografía del fundador, san Pedro Nolasco, ha sido
y es siempre buena ocasión para plasmar al prototipo del redentor de cautivos.
Incluso, aunque a otro nivel, llegado un momento, la representación de la
Virgen de la Merced
adquiere este cariz redentor. La imagen de la Virgen María, bajo la
advocación de la Merced, es representada con el escudo y el hábito de la Orden
y se le añaden los signos redentores: grilletes, cadenas rotas y cautivos a sus
pies. La Merced de María Redentora, inspiradora y sostén de los mercedarios,
asume así en su misma representación iconográfica los signos de las redenciones
de cautivos. De igual manera, la iconografía de todos los santos mercedarios,
esto es, de san Pedro Pascual, de san Pedro Armengol, de san Ramón Nonato, de san
Serapio e incluso de santa María de Cervellón, son también ocasión para
reflejar el ideal redentor mercedario.
Pero, como bien sabemos, la realidad histórica de la cautividad y de
los rescates de cautivos es algo, gracias a Dios, desaparecido en nuestro mundo. La fecha que se suele
utilizar entre los historiadores para datar el final de la cautividad es la del
16 de agosto de 1856 con la Declaración de París. En esta fecha varias
potencias políticas (Austria, Francia, Gran Bretaña, Prusia, Rusia, Cerdeña y
Turquía) firman un pacto por el que se comprometen a no admitir la guerra de
corso como guerra legítima y así desaparece la «cautividad clásica» para la
cual había nacido la Orden de la Merced. Los mercedarios realizan, de hecho, la
última redención a finales del siglo XVIII.
Ningún mercedario desde la restauración de la Orden, en el convulso y
crítico siglo XIX, hasta hoy ha conocido una redención de cautivos. Sin
embargo, el ideario e imaginario redentor de la Orden sigue siendo el mismo. La
iconografía, literatura y simbología mercedarias han mantenido viva la imagen
espiritual colectiva. De hecho, sin riesgo de exagerar, podemos afirmar que
este imaginario se ha acrecentado a través de nuevas representaciones
religiosas, catequéticas y divulgativas
del carisma de
la Orden. Esto
ha hecho que la misión histórica y tradicional de la Orden de redimir
cristianos cautivos, tal y como se había llevado a cabo desde su fundación
hasta finales del siglo XVIII, siga viva, aunque se haya ido convirtiendo en
legendaria.
El término legendario que utilizo no es en modo alguno negativo. Lo
único que indica es que el conocimiento que hoy se tiene en general, en el
imaginario colectivo de los mercedarios, de la misión histórica concreta de
redimir cristianos cautivos se ha desfigurado por falta de contacto real con
esta realidad desaparecida. Es decir, sólo han pervivido en este imaginario
actual los rasgos más novelescos, de románticas y piadosas idealizaciones.
Según un antiguo adagio latino, tempora mutantur et nos cum eis, esto
es, los tiempos cambian y nosotros con ellos. Esta es una verdad irrefutable.
La cautividad clásica es una realidad que se nos escapa, porque no pertenece ya
al contexto de nuestro mundo, es decir, no es una realidad inmediata, sino que
necesitamos del esfuerzo de la investigación histórica para conocerla. Para los
mercedarios el hecho de conocer la realidad histórica de la cautividad y de las
redenciones no es sólo una cuestión de laudable prurito de curiosidad científica,
sino que es una obligada tarea para entender sus raíces y ref lexionar sobre su
identidad. Pues de otro modo, sin una ref lexión histórico- crítica existe el
peligro de arrojar el carisma de la institución a la manipulación caprichosa de
las sensibilidades de moda.
Por suerte, hoy contamos con una nutrida bibliografía sobre la
realidad histórica del cautiverio. Por desgracia, no están al mismo nivel los
estudios sobre el papel que la Orden de la Merced ejerció ante esta llaga
social. Esta es una página que, sin lugar a dudas, los mercedarios, de un modo
especial, están llamados a escribir, de modo crítico y profesional, en la
historiografía de las relaciones entre el mundo musulmán y el cristiano desde
la Baja Edad Media hasta finales de la Edad Moderna.
En esta breve exposición, lo primero que intentaremos es dibujar el
marco socio-religioso en el que la cautividad es un elemento normal. Normal en
el sentido de que el cautiverio se ajusta a las normas de una sociedad
desaparecida. Sólo así se pueden entender las redenciones. Pues las redenciones
efectuadas por los mercedarios son un remedio de caridad a una llaga social muy
concreta y con unos componentes que la distinguen y diferencian de otras
necesidades sociales que también padecía aquella sociedad.
Una vez establecido el contexto socio-religioso, esto es, la causa que
produce la herida del cautiverio y definida la figura del cautivo (distinta del
esclavo, del preso, del mero pobre, entre otros), es decir, el problema a
resolver, diseñaremos un prototipo de lo que era llevar a cabo una redención de
cautivos por los mercedarios en el siglo XVI, esto es, la solución caritativa
de la Merced.
1. LOS CAUTIVOS
El cautivo es una figura de un paisaje social desaparecido. Lo más
similar, en términos jurídicos, a un cautivo en nuestra sociedad — con el miedo
y la prevención necesaria que hay que
tener ante este tipo de comparaciones — sería un prisionero de guerra. Pero
dejada esta afirmación así, sin los necesarios matices diferenciadores,
caeríamos en una burda caricaturización, o lo que es peor, en una media verdad,
que es una mentira disfrazada de verdad. No se pueden hacer estos trasvases temporales.
Digo esto, porque este intento de querer identificar y trasladar la figura del
cautivo a un colectivo deprimido de la sociedad actual ha sido y es un desafío
para la espiritualidad mercedaria: la búsqueda de las nuevas cautividades.
Un historiador, sin embargo, por disciplina de su método no está
llamado como tal a esta tarea, ni le es legítimo presentar tales cábalas de
identificaciones caprichosas como fruto científico. El historiador puede y debe
ofrecer la imagen del cautivo, con todas sus características que lo determinan
y lo diferencian de otro personaje social.
De esta manera ofrece
los materiales sólidos para poder hacer una reflexión
carismática crítica y liberada de ensoñaciones
ingenuas y manipulaciones descaradas.
Pero, por el contrario, dentro de la Merced y de la Trinidad, es decir,
en el seno de las órdenes redentoras tradicionales se ha dado, más de lo que se
debiera, esta perversión, es decir, presentar reflexiones personales acríticas
como producto final histórico, y por tanto, definitivo en las que se identifica
un grupo social como «los nuevos cautivos de Nolasco». Utilizo la palabra
perversión porque el hecho de presentar una reflexión teológica sobre la
actualidad carismática de la redención de cautivos, con este tipo de
identificaciones, como resultado de un pretendido método histórico vicia de
raíz la propia ciencia histórica. Este tipo de lecturas, por otra parte, ha
producido la lógica confrontación entre estos diversos pseudo-historiadores,
porque cada uno, según su sensibilidad, ha señalado como nuevos cautivos a un
grupo social determinado distinto a otros.
Esta misma colección de la “Familia mercedaria”, amparándose en la
razón divulgadora, es un exponente claro de la tentación denunciada, es decir,
la de querer poner en boca de Nolasco ideas de moda de la sensibilidad (o de la
ideología) de los autores de hoy como hecho histórico. Esto, insisto, aunque
suene duro, es una perversión que ha traído, además, un escepticismo y un
relativismo en las filas de los nuevos redentores. Con argumentos
pretendidamente históricos, para conseguir una autoridad objetiva, han señalado
en la sociedad actual quiénes son los nuevos cautivos que hoy redimiría san
Pedro Nolasco. No obstante, esto que se pensaba que era una solución ha traído,
por el contrario, un grave problema. Pues ahora, parafraseando a
Antonio Machado, se
ha podido banalizar
la
historia, pues «¿dijiste media verdad?, dirán que mientes dos veces si
dices la otra mitad».
Este estudio no va a entrar en este campo movedizo. En la medida que nos sea posible intentaremos
ser lo más rigurosos para presentar la causa, el problema y la solución
redentora de la cautividad cristiana en la historia.
1.1 CONTEXTO SOCIO-RELIGIOSO: LA CAUSA DE LA CAUTIVIDAD
Para entender quién era un cautivo hay que conocer la sociedad que lo
genera y de la que forma parte. Tenemos que volver la mirada, como mínimo, al
año 711 en el que los bereberes del Norte de África islamizados entraron y
conquistaron casi la totalidad de la Península ibérica. El nacimiento del Islam
(622) en la periferia del antiguo y ya derruido Imperio romano replanteó la
situación política. El Islam conquistó y configuró todo un pujante mundo al sur
del Mediterráneo de Oriente a Occidente en muy poco tiempo. La unidad cristiana
del antiguo Imperio romano se quebró y una civilización alternativa,
configurada por una religión nueva, el Islam, se presentó como alternativa
amenazante. El advenimiento del Islam, por tanto, no significó la llegada de
otro pueblo, sino una ruptura y una alternativa beligerante. El mestizaje que
se produjo en Europa entre bárbaros y romanizados hizo ampliar la antigua
frontera romana hacia lo que se conocerá como la Cristiandad, mientras, por el
contrario, la llegada del Islam constituyó la frontera para la civilización
europea cristiana.
La Península ibérica,
a partir del
año 711, adquiere
un papel de frontera,
en la parte
occidental, entre el
mundo cristiano y el musulmán, que conservará hasta la fecha
de 1492 en que fue conquistado, por los Reyes Católicos, el último reino
musulmán ibérico, el reino nazarí de Granada. No obstante, esta frontera se
trasladará al mar Mediterráneo en la Época Moderna y será tan tensa y peligrosa
como en toda la época medieval.
En la Baja Edad Media, en el siglo XIII, cuando nace la Orden de la
Merced, la pugna en el suelo peninsular es abierta y continua entre ambos
mundos. Este enfrentamiento en la Península ibérica es un exponente claro de lo
que se daba a nivel general en un pulso entre las dos civilizaciones. La
violencia de la guerra se santifica, es decir, se pone al servicio de la
civilización que es sinónima de credo y salvación. La pacífica Europa cristiana
de la Antigüedad tardía y de la Baja Edad Media se sien- te claramente
amenazada por el mundo musulmán. Poco a poco, la Europa cristiana (la
Cristiandad) supera su sentimiento de fragilidad y debilidad pro- pio de los
siglos IV-X, en la que como mucho esta Eu- ropa era defensiva, pero nunca
expansiva ni agresiva. Nace, así, en Europa
una novedad: la cristianización del comportamiento militar. El na-
cimiento de las órdenes militares son el claro ejemplo de ello. Aparece, por
primera vez, en la Cristiandad la militancia. La Cristiandad se verá llamada a
la empresa común de recuperar ahora la Tierra Santa del poder musulmán. El signo
de la cruz convocará a la realidad cristiana para esta empresa. Las cruzadas se
convierten, así, en una respuesta defensiva de la Cristiandad para recuperar
parte del antiguo territorio de la civilización cristiana ahora musulmán. La
recuperación de Tierra Santa, así como la recuperación para la Cristiandad de
la Península ibérica se vivirá como una verdadera Reconquista cristiana.
Del año 711 a 1492 el suelo ibérico fue un prototipo de esta tensión y
lucha. Esto hizo que se creara una verdadera civilización de frontera. La
frontera, en este sentido, no se puede reducir sólo a un espacio o una línea
geográfica. Ante el hecho de que ningún bloque tiene la capacidad de imponerse
sobre el otro obliga a convenciones, a llegar a acuerdos, a buscar códigos de
convivencia. Así, entre los
extremos puros, por llamarlos de alguna manera, de cristianos del
norte y musulmanes del sur nacen otros grupos más dúctiles del necesario
encuentro: mudéjares, mozárabes, cautivos y los oficiales del contacto
necesario como alfaqueques, exeas, soldados y mercaderes.
Esta guerra abierta y continua, con el matiz diferenciador de
sacralización de la lucha, con la civilización de frontera, es el trasfondo
clave para entender la figura del cautivo, es decir, ese especial esclavo que
tiene denominación propia por su especificidad y diferencia.
La lucha entre cristianos y musulmanes es continua en la Península
ibérica. Esto no significa que siempre se estén dando batallas militares. A la
guerra oficial o militar propiamente dicha, que se produce en fechas y lugares
puntuales, hay que unir una guerra menor continua como es la del corso marítimo
y las razias terrestres. Una de las características de la civilización de
frontera es justo esto: la continua guerra de desgaste con asaltos marítimos y
terrestres. Se trata de una guerra dolorosa e ininterrumpida con tramas,
intrigas, insidias, espionajes y zancadillas. Cualquier momento podía ser
propicio para el asalto de una población o una nave enemiga para saquearlas y
hacer cautivos a sus moradores o a sus tripulantes. Se trata de un terrorismo
contante, para desgastar al enemigo, practicado por ambas partes, aunque a muy
distinto nivel, aceptado como forma legítima de guerra. Estos ataques y asaltos
provienen, en muchos casos, de la iniciativa particular, de lo que llamamos el
corso, lo que no significa que estén fuera de las leyes y usos de la guerra.
Los corsarios son la prolongación del ejército del Estado a cuyo servicio
actúan. De hecho, para armarse en corso se necesita la autorización de un
Estado en forma de patente de corso, lo que implica el hecho de concertar el
quinto del botín para ese Estado que les concedió tal licencia. El corsario
sólo puede atacar a los enemigos de su Estado, es decir, contra los enemigos de
su señor, con los cuales no haya, en ese momento, ningún tratado de paz o de
tregua.
Por tanto, para entender la figura del cautivo y por tanto el corazón
de Pedro Nolasco, debemos imbuirnos en este contexto de enfrentamiento sacralizado
entre cristianos y musulmanes. Este contexto es diferenciador y clave para
entender esta guerra como distinta a otras. Las víctimas de este enfrentamiento
entre la civilización cristiana y la musulmana son los cautivos de Nolasco.
Porque, insisto, la defensa de la civilización cristiana es vivida como
sinónimo de defensa del credo y de la salvación.
Este contexto nos ofrece las bases para plantearnos la siguiente
pregunta: ¿por qué los cautivos se convierten en el dolor de Pedro Nolasco y en
el objeto de la misión carismática de la institución religiosa de la Merced?
1.2 EL CAUTIVERIO: UN PROBLEMA SOCIAL Y RELIGIOSO
El cautivo es distinto al esclavo. Es verdad que son dos conceptos que
a menudo se confunden en la historiografía. No obstante, no deja de ser un
error el uso indiferenciado de ambos conceptos, a pesar de que tengan el vasto
campo en común de la pérdida de la libertad.
La esclavitud propiamente dicha debe entenderse como una realidad
socio-jurídica de determinación socio-económica, sin el necesario fundamento
étnico-nacional o ideológico-religioso. Es decir, la sociedad antigua estaba
dividida en estamentos cerrados de hombres libres y hombres esclavos. La
condición jurídica social de libre o de esclavo, en la mayoría de los casos,
viene determinada por el nacimiento dentro de un determinado estamento social.
Esto está a la base de la estructura socio-económica, en la que los esclavos
son parte fundamental de la estructura económica-social. La cautividad, sin
embargo, como forma de privación de libertad, no viene determinada por la
estructura estamental socio-económica, sino por factores de confrontación
étnico-ideológica, nacional- ideológica y político-religiosa. Es decir, son
personas nacidas libres que, en la confrontación y guerra por razones étnicas,
nacionales- ideológica y político-religiosas son reducidas a cautividad.
Esta diferencia se percibe incluso en la misma terminología. En
palabras de E. González Castro, los captivi (cautivos) no son identificados con
los servi (esclavos), aunque la captivitas (cautividad) es, de hecho, una
fuente de la servitus (esclavitud). El captivus o captus ab hostibus (capturado
por los enemigos) del derecho romano (cf.
Digestum XLIX, 15) pasó a ser en el derecho y en la teología el captus
ab inimicis crucis Christi (capturado por los enemigos de la cruz de Cristo).
En otras palabras, la condición jurídica de los cautivos no coincide con
aquella del esclavo, que podía ser incluso un romano. Más tarde, explicando la
captivitas, así como viene definida en las Partidas de Alfonso X el Sabio, la
glosa distinguirá entra captivus y captus: con este último término se indicarán
personas (de la misma religión; en nuestro caso cristianos) hechos prisioneros
en batalla, mientras que el término captivus será reservado a personas de otra
religión.
Con lo cual en la época de Pedro Nolasco y del nacimiento de la Orden
de la Merced existía esta clara diferenciación. El fundador de la institución
redentora de la Merced tiene como objetivo carismático devolver la libertad a
los cristianos que la han perdido en esta confrontación abierta entre
cristianos y musulmanes por el hecho de pertenecer a la Cristiandad. Pues en
esta época existían los esclavos propiamente dichos y los captus, los
prisioneros de guerra entre cristianos, y ninguno de estos dos grupos entró
dentro del afán carismático de Nolasco y de su institución redentora. La razón
es clara, tanto los esclavos como los prisioneros de guerra señalados podía
vivir su fe cristiana con total libertad. En estos casos no estaba en juego la
salvación eterna y total de la persona.
En este contexto de pulso continuo entre cristianos y musulmanes, el
enemigo es reductible a la cautividad como algo legítimo según la mentalidad y doctrinas
vigentes de la guerra justa. Del mismo modo su liberación se convierte en un
deber social y religioso.
Este deber social y religioso de redimir al cautivo, como obra de
misericordia que mueve el corazón carismático de Nolasco, viene impulsado por
dos razones principalmente:
La primera, porque la sociedad cristiana siente el deber de rescatar a
las víctimas de este enfrentamiento del que todos forman parte. Los cautivos
son las víctimas directas de esta guerra, ya sean soldados defensores de la cruz
capturados en el campo de batalla, o ya sean pobres gentes capturadas en sus
hogares o trabajos por cabalgadas musulmanas. De hecho, la misma sociedad
cristiana antes y también después de la fundación de las órdenes redentoras tenía
mecanismos para rescatar a sus cautivos a través de comerciantes, pactos
políticos, trueques y por medio de personas, como los exeas y alfaqueques, que,
por oficio y cobrando por ello, hacían este servicio de ir con el dinero
familiar a rescatar a tierra de moros a los cristianos cautivos. Los
mercedarios seguirán esta tónica, pero con una diferencia fundamental, ellos lo
harán por amor a Dios y al prójimo, no por dinero. Los hijos de Nolasco se
ponen al servicio de la sociedad cristiana en nombre de la Iglesia para llevar
hacia adelante esta labor compleja, por misericordia cristiana, labor peligrosa
y muchas veces ingrata.
La cautividad a diferencia de la esclavitud tiene otras dos claves que
verifican la diferencia: el carácter transitorio y el valor económico de la
cautividad, es decir, la posibilidad y el negocio del rescate. El cautivo, en
principio, no lo es para siempre, como el esclavo que, salvo excepciones, nace
y muere como tal. El cautivo nace libre, cae en cautividad y ésta dura hasta
conseguir ser rescatado. La libertad se con- vierte, por tanto, en un negocio
para desgastar las fuerzas enemigas.
En la segunda razón pesa más su índole religiosa. El cautivo se ve
arrancando de su tierra, de su patria y de su cultura y viene a formar parte
del mundo de frontera. La situación del cautiverio hace plantearse al que la
sufre si seguir fiel a su señor y a su fe o cambiar de credo y de señor. Esta
situación de frontera invitaba a una moral acomodaticia y ponía a los cautivos
ante el peligro de renegar de la fe. Para muchos cautivos la única esperanza
para conseguir una vida mejor era renegar de la fe cristiana y «hacerse moro».
Algo que no era raro, sino bastante común. De hecho, en la Edad Moderna, el
Norte de África es regentado por renegados, como el caso de Argel por los
hermanos Barbarroja.
El cautivo vive en la tensión misma que conlleva el mundo fronterizo,
esto es, en la tensión entre la fidelidad a la sociedad de origen, credo y
moral y la acomodación en estos tres principios. Así, encontramos, como fruto
de la cautividad grupos o respuestas tan dispares como renegados (cristianos
convertidos oficialmente al islam), francos (cautivos cristianos que han pagado
su rescate y se quedan a vivir en tierra de moros, pagando un impuesto),
cautivos y mártires.
La espiritualidad mercedaria se fija en los pobres cautivos, en
aquellos cautivos sin posibilidades eco- nómicas familiares o institucionales
para su rescate y que se ven arrojados a desesperar de la redención de Cristo y
acomodarse a la nueva situación renegando de la sangre reden- tora de Cristo,
tanto en la fe como en las costumbres.
La vida en cautiverio es difícil. La literatura incidirá en mostrar la
parte más desgarradora de la misma. Pero no todos los cautivos tienen la misma
suerte. Como siempre, en la mayoría de los casos, la condición social
del cautivo le conferirá una mejor o peor vida en cautiverio.
El cautiverio, no obstante, las mejores o peores condiciones de vida,
visto desde dentro, desde la perspectiva de las víctimas que lo sufren es una
llaga dolorosa. En primer lugar, es una llaga moral. La persona es despojada de
su dignidad más alta que es la libertad y sufre su reducción a mera mercancía.
El cautiverio pone al individuo en una situación de tensión y confrontación. El
cautivo, sea de la condición social que sea, debe tomar unas opciones
religiosas y morales de hondo calado. Su escala de valores morales y religiosos
es zarandeada por la nueva situación. Deberá decidir entre renegar o no, vivir
su credo y referencias morales o acomodarse en un relativismo propio de la vida
del mundo de frontera, en el que — en palabras de Jerónimo Gracián — hay «sobra
de ocasiones y libertad para pecar». No podemos olvidar que el cautiverio
arroja a quien lo sufre a un grupo marginal dentro del ya complejo mundo de
frontera. La vida se torna de tal crueldad en la lucha por la supervivencia que
los valores se pueden resquebrajar fácilmente.
Esta llaga moral-religiosa es la que desgarra el corazón de Nolasco y de
los mercedarios. La situación del cautiverio
es percibida como peligrosa en el orden religioso, tanto en lo moral como en lo
doctrinal. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, carmelita descalzo, confesor
de santa Teresa de Jesús, que sufrió en sus carnes el drama del cautiverio nos
lo describe desde esta óptica:
Y muchos de ellos [de los cautivos], según experimenté en los que
tenía conmigo y me informé, hallé que estaban caídos en vicios abominables y
habían llegado al profundo de la maldad, obstinados en sus pecados, ensuciados
con deshonestidad de toda suerte, manchados con blasfemias, odios, robos,
desprecio de sacramentos, desesperaciones, palabras malsonantes contra la fe, y
aun herejías claras, por falta de sacramentos, castigos, doctrina, buen ejemplo
y sobra de ocasiones, libertad para pecar y tentaciones del demonio.
Esta es la clave que nos permite distinguir con claridad en la con-
ciencia de la Edad Media y de la Moderna entre un esclavo y un cautivo. El
verdadero peligro que se percibe para los cautivos en la mente cristiana es que
puedan perder su fe (renegar) y con ello su redención (salvación eterna). Este
es el
dolor que mueve a los padres espirituales cristianos y el marco que
nos permite entender el corazón de Nolasco. El hecho de obviar o relegar esto a
un lugar intrascendente es violentar la mentalidad y la conciencia cristiana en
la que nació la Merced y desconocer, por ello, el motor de las redenciones de
cautivos llevadas a cabo por los frailes mercedarios.
La espiritualidad mercedaria ha tenido esto siempre muy claro hasta el
siglo XIX.
Las palabras del redentor mercedario, Ignacio Vidondo, reflejan la espiritualidad
redentora mercedaria con toda claridad:
La obra de redimir a los cautivos cristianos del poder de los
infieles, por salvar aquellas almas del peligro de perderlas entre tantos
errores y vicios y el de apostatar de la fe, es un acto de caridad de amor de
Dios y del prójimo. Pero en ese mismo acto resplandece su efecto, que es la
virtud de la misericordia, en cuanto mira a condolernos y compadecernos de las
miserias y trabajos corporales que padecen los cautivos en aquella servidumbre
y esclavitud corporal.
De donde nace que el redimir los cautivos del poder de los infieles,
aunque es obra de misericordia corporal a que nos exhorta el espíritu Santo:
Arrancara al oprimido de manos del opresor, es imperada de la caridad, y nace
de efecto de caridad. El impulso interior que nos mueve es el amor de la
caridad a Dios, y al prójimo por Dios, para que aquellos cuerpos, afligidos por
los trabajos de la esclavitud, no se rindan a servir al diablo, a desenfrenarse
en las costumbres y derribar el alma a que caiga en la apostasía de la santa fe
que profesamos.
Lo que nos mueve a redimirlo es para que, libres de los peligros
corporales y espirituales, sirvan acá entre los católicos a Dios y a su Iglesia
santa, profesen la ley de Cristo con libertad, vivan en servicio de Dios,
reciban los santos sacramentos, perseveren en el ejercicio de las virtudes
hasta el fin de la vida natural, y, después de la resurrección de la carne,
vayan sus almas y sus cuerpos a gozar de Dios y de la visión de la humanidad
santísima de Cristo glorioso y bienaventurado.
El peligro de renegar y perderse en los vicios de la marginalidad del
cautiverio es la clave de bóveda de la misión tradicional de la redención
mercedaria. De hecho, en los libros de cuentas de la redención de cautivos
apostatar es sinónimo de muerte. Así, en algunas partidas de adjutorios, es
decir, en algunas partidas en las que se registra el dinero dado por una
familia para redimir a un familiar cautivo se pone esta cláusula: «con
condición que, si no hubiese efecto dicho rescate, o fuese muerto o renegado,
se emplease en rescatar otro cautivo». Los rescates de la Merced se llamarán
redenciones justo por esto. Pues los mercedarios quieren continuar, con la
labor de rescatar a los cautivos, la redención de Cristo. Sin embargo, en la
interpretación contemporánea de la misión redentora de la Merced, se ha dado,
en muchos casos, un giro ilegítimo. Se ha aniquilado la dimensión religiosa en
la obra redentora de los mercedarios, reduciendo ésta a mera obra social. La
esfera religiosa queda reducida (o recluida) al campo personal de la motivación
por la que los mercedarios actúan, pero no entra en el desarrollo y objetivos
de la obra misma. Esta es una novedad sustancial ajena a la espiritualidad de
la Merced hasta algunas relecturas postconciliares de los años sesenta del
siglo pasado.
1.3 LA VIVENCIA CRISTIANA DEL CAUTIVERIO
El cautiverio puede ser leído desde distintas ópticas: social,
económica, política y religiosa. Todas estas perspectivas son legítimas,
necesarias y en absoluto excluyentes o contradictorias. La problemática de la
cautividad lleva en sí todos estos factores. Eludir cualquiera de ellos
significa desvirtuar la realidad compleja del cautiverio.
El cautiverio es, en primer lugar, una herida en el tejido social,
sobre todo, en la parte más cercana del individuo que ha caído en esta
situación. La familia, los amigos y el círculo más cercano al cautivo es el
primer lugar en el que afecta esta situación y serán los primeros en ponerse en
marcha para solventar esta necesidad. Baste, como ejemplo, recordar a la madre
de los hermanos Cervantes, Leonor de Cortinas, que ingenió y llevó a cabo
distintas peripecias para poder conseguir de la administración pública el
dinero necesario para rescatar a sus hijos. Por otra parte, la misma sociedad
cristiana se pondrá en movimiento y, por distintos medios, se organizará para
conseguir fondos y crear estructuras que posibiliten el rescate de los suyos.
Pues nunca las órdenes redentoras agotaron la lógica fuerza social en este
campo.
Por otra parte, la cautividad se convierte en un problema económico.
La libertad tiene un precio y esta es la otra cara de la moneda del problema.
El objetivo principal del corso marítimo, de las razias y de las cabalgadas es
conseguir un botín usurpándoselo al enemigo. Los Estados se sentirán, por este
motivo económico,
obligados a intervenir y controlar los rescates por dos razones. La
primera para vigilar el dinero que sale del reino. La segunda, para que nadie
se aproveche de la desesperación de una familia que tiene a un ser querido en
cautividad y se haga negocio con ello.
Pero la cautividad es también una cuestión política. Los cautivos son
las víctimas de un enfrentamiento mayor entre dos civilizaciones y distintos
Estados. El ejercicio de una redención implica un pacto entre dos Estados en
guerra. El mundo de frontera tiene en sí estas aparentes contradicciones de
enfrentamiento continuo y abierto, con la aceptación, por una parte, de la
guerra menor corsaria y de este terrorismo legítimo dentro de las leyes de la
guerra, y por otro, el pacto bilateral para que se produzcan los rescates. En
el fondo, en términos jurídicos, una redención de cautivos es una legacía
diplomática entre dos Estados enfrentados. Por eso los redentores tendrán que
ir respaldados por salvoconductos y permisos de las autoridades de ambas
partes.
La cautividad, sin embargo, tiene también una lectura espiritual
cristiana. Por una parte, desde la sociedad cristiana, la herida de la
cautividad es un grito a la conciencia del cristiano que tiene la obligación de
ayudar al hermano, pues, como expone el mercedario Pedro de Cijar en 1446, el
hecho de redimir a un cautivo contiene en sí todas las obras de misericordia.
Pero, por otra parte, desde el mismo cautiverio, existe una lectura
cristiana para afrontarlo. Distintos clérigos que sufrieron en sus carnes la
tragedia de la cautividad, como el carmelita Jerónimo Gracián o el jesuita José
Tamayo, así como los redentores mercedarios, que a la vez escribieron tratados
sobre esta problemática, como son Ignacio Vidondo y Gabriel Gómez de Losada,
ofrecen una lectura espiritual desde la que se puede vivir el cautiverio. Esta
lectura cristiana invita al heroísmo, esto es, a hacer de la necesidad virtud.
Se trata de la clásica e inmutable escuela cristiana de tener la capacidad, por
medio de la fe, de trascender la triste realidad humana. Las palabras del
jesuita Tamayo, cautivo en Argel y Tetuán, son un claro ejemplo de ello.
Confiesa que ya que «en lo humano no podía yo buscar razones que mitigasen el
dolor, cuando toda la inhumanidad estaba de parte de la desdicha», saltó a la
esfera religiosa, «a los motivos eternos», y relee la situación como ocasión de
oblación y aceptación del misterio incomprensible del dolor.
Esta lectura espiritual del cautiverio va de la mano de la pastoral
que los redentores mercedarios podían hacer entre los cautivos. La misión
redentora no puede reducirse a la mera ejecución del pago
de un rescate. El P. Gracián, en una carta abierta al Maestro General
de la Orden de la Merced, se lo expresa con claridad:
Y por experiencia se sabe que, si estuviesen dos religiosos en Túnez,
y en Fez y en Argel y donde hay cautivos harían obras de gran servicio de Dios
y redimirían muchas almas de impostura y estorbarían para que no renegasen
nuestra santa fe tantos como la reniegan cada día. Porque confesarían muchos
cristianos que mueren sin sacramentos. Irían a la mano a innumerables pecados
públicos que cometen. Volverían por la honra de Jesucristo dando a entender con
su buen ejemplo de vida que no es nuestra Santa fe lo que los infieles dicen
viendo las costumbres de los cautivos y de algunos mercantes que aquí vienen de
tierra de cristianos. Darían orden en el rescate de los que tienen hacienda
ejecutándoles sus letras y negociando con sus parientes que traigan los dineros
y con sus patrones la talla y precio. Animarían a nuestros renegados a buscar
medios de volverse a la fe. Y con la esperanza del rescate que pondríanles
algunos cristianos, estorbarían que no le renegasen desesperados de la
libertad. Que esta desesperación es el mayor anzuelo que tiene el demonio para
sacarlos del gremio de la Iglesia. Y cuando se hace el azarge o almoneda que
vienen los bajeles de viaje, comprarían por poco precio algunos, que después se
venden por muchísimo cuando los turcos tienen alguna luz de ser personas de
calidad. Y por coyunturas que se hallan con extrema necesidad los infieles,
hallarían muy buenos lances. Y acudirían en ocasiones, que pasadas, pierden los
cautivos días y vidas.
No sabemos en qué medida los mercedarios pudieron realizar este ideal
de mantener en la fe y en las sanas costumbres a los pobres cautivos
desesperanzados. Estas palabras, de todos modos, resumen el ideal de redención
completo. La estancia entre los cautivos en tierra del islam no era fácil y más
cuando se iba a efectuar una redención. La desesperación de los cautivos, en
muchas ocasiones, aunque parezca contradictorio, se convertía en agresividad
hacia los redentores cuando estos desafortunados cautivos intuían o se
cercioraban de que no iban a ser redimidos en aquella ocasión. El redentor
mercedario Gómez de Losada así lo expresa:
Generalmente toda esperanza causa gran tormento y cuidado, aflige
mucho el ánimo. [...] Esta esperanza, aunque con toda certeza de conseguir, les
atormenta <a los cautivos> en gran manera por estar inciertos del tiempo
que sus penas han de durar. [...] Cuántas redenciones ven en que solicitan su
libertad y no la pueden conseguir o por su poca fortuna o porque hay otros más
necesitados; y muchos que están en los campos y galeras y allí no pueden ser
ayudados. Y como nuestras redenciones no son infinitas, como lo fue la de
Jesucristo, redentor nuestro, que con sola una gota de sangre pudiera redimir
otros mundos, si los hubiera criado; los caudales son finitos y limitados,
muchos los cautivos, grandes sus dolores en esperar y el mayor, el no
conseguir, como se verá adelante.
[...] Cuando los redentores no tuvieran otro trabajo y dolor en su
ministerio, sino no poder libertar todos los cautivos y ver los que quedan con
tanto sentimiento, es el mayor que se puede exagerar; porque ninguno va que no
sea revestido de grande amor y caridad de Dios y del prójimo [...] Este es
puntualmente el dolor y tormento de los cautivos que se quedan, viendo salir a
otros; no solamente tienen uno, sino muchos y éstos tan crueles, que luego
prorrumpen en quejas contra la razón y muchos se van al precipicio de la
apostasía y otros, apenas vuelven los redentores las espaldas, cuando escriben
quejas contra ellos y que no los quisieron rescatar.
Así, entre el gran ideal y la confrontación con la dura realidad, los
redentores mercedarios tenían que ejercer su ministerio de visitar, para
consolar en la fe, y de redimir a los cautivos que podían.
2. LAS REDENCIONES DE CAUTIVOS
Una vez apresados los cautivos y llevados a tierra de moros, se hace
una primera división o clasificación de esta especial mercancía: los cautivos
«de rescate» y los «de no rescate». Es decir, «de rescate» serán aquellas personas
que se retenían
pertenecientes a una clase social superior y, por tanto, con
posibilidad de buscar entre su familia o a través de alguna institución su
rescate. Mientras que los pobres, mercancía de ‘difícil venta’, o se mantenían
como cautivos «del concejo», esto es, como mano de obra esclava para los
trabajos públicos, o eran vendidos como galeotes o como esclavos domésticos.
Esta situación les hacía perder, sobre todo si eran enviados a Constantinopla o
al interior, la esperanza del añorado retorno a la libertad.
El hecho de ser mujer
también conlleva desventajas
mayores para el rescate, más aún si es joven y agraciada físicamente,
pues se convierte en un botín preciado para posibles matrimonios y se intentará
por todos los medios de convertirla al Islam. Según nos dicen testigos de la
realidad de Argel, como Haedo/Sosa, los moros «ordinariamente huelgan más de
casarse con renegadas». De hecho, el porcentaje de mujeres rescatadas es, con
diferencia, mucho menor que el de los hombres y su precio es mucho más elevado.
Se puede hablar, en consecuencia, de la excepcionalidad del regreso de las
mujeres cautivas a la Cristiandad.
Los niños conforman también un caso especial. La tendencia expuesta de
asumir a las mujeres en la sociedad berberisca nos la encontramos de un modo
más agudo con referencia a los niños cautivos. Los niños cautivados constituyen
el material humano del que se nutre el mítico cuerpo militar de los jenízaros.
Además, como lo denuncian con gran escándalo redentores, viajeros y se lee en los
relatos de cautivos, los adolescentes son invitados a la práctica del nefando,
es decir, a la práctica de la homosexualidad por aquellos que estaban
inclinados a ello. Las mujeres y los niños se convierten, por tanto, en el
objetivo teórico principal de las redenciones. Pero existe una presión social
berberisca de querer asumir este sector de población y esto hace que la
redención de niños y mujeres sea imposible o muy costosa.
El cautivo, en realidad, es una mercancía, pero una mercancía en
cierto modo frágil y costosa de mantener. De ahí la división primera entre los
«de rescate» y los «de no rescate». El cautivo es una mercancía que hay que
alimentar y proporcionarle unas condiciones mínimas para mantenerlo con la
salud necesaria para su rescate o, si el caso así lo indica, venderlo cuanto
antes como esclavo dentro de la sociedad islámica para ahorrase gastos que no
se prevé que puedan ser resarcidos en el negocio del rescate.
Por esta razón, el objetivo principal teórico y carismático de las
redenciones de los mercedarios será la redención de niños, mujeres y pobres,
pues ellos son «los que están en más peligro de perder la fe». Algo que, sin
embargo, sólo podrán hacer según se lo permitan las circunstancias y las
estructuras.
Los cautivos, por su parte, según su condición y posibilidades, tienen
ante sí para abordar su situación las siguientes posibilidades:
-
esperar con paciencia su rescate. Cervantes, hablando de sí mismo en tercera
persona resume esta actitud con estas palabras: «fue soldado muchos años, y
cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades».
-
renegar, de corazón o sólo formalmente, para
conseguir una mejor situación de vida.
-
huir con el consiguiente riesgo de grandes castigos
o de perder la vida en el intento.
2.1 INICIATIVA Y PERMISOS DE UNA REDENCIÓN DE CAUTIVOS
Las redenciones de cautivos son una misión que se mueve entre dos
campos: espontaneidad carismática y regulación gubernamental. La realidad de la
cautividad como un problema político y social, económico y religioso determina
la acción redentora. La iniciativa carismática social y religiosa necesita del
amparo institucional (política) y la estructura gubernamental necesita de la
iniciativa de la caridad. Se trata, pues, de un binomio indisoluble. En España,
hasta el reinado de Felipe II el Estado respaldaba, pero no interfería en las
actividades de las órdenes redentoras. La situación cambia bajo Felipe II,
sobre todo a partir de 1574, cuando el gobierno regula todos los estadios de la
redención de cautivos.
La iniciativa de las redenciones nace del corazón herido y misericordioso
del pueblo cristiano. Los familiares, en
primer lugar, junto a la conciencia del deber de la limosna para liberar a los
cautivos toman la iniciativa con el ofrecimiento del dinero redentor. Las
órdenes redentoras tienen como misión especial avivar las conciencias
cristianas para que no olviden su deber de caridad. Pero la organización y
ejecución de una redención necesita, por las razones ya expuestas, del amparo
institucional del Estado. Una redención de cautivos es una especie de tregua
pactada, en el paradójico mundo de frontera, entre dos Estados en abierta
confrontación y guerra. Por otra parte, las redenciones de cautivos mueven
cantidades considerables de dinero. El Estado se ve obligado a legislar el modo
de cómo sacar esta riqueza hacia el bando enemigo para aminorar, en lo posible,
el efecto negativo, así como también el Estado se presenta como garante y
vigila que este dinero, que procede de la caridad, sea destinado para los
rescates de cautivos.
Este matrimonio entre oficialidad y carisma es lógico en el caso de
las redenciones de cautivos dentro de la estructura de la sociedad cristiana
del Antiguo Régimen. De hecho, a medida que ha ido pasando el tiempo, cuando la
documentación de las redenciones mercedarias es más abundante, se observa que
las órdenes redentoras se convierten en el brazo estatal para llevar a cabo la
misión de rescatar a las víctimas de esta guerra menor. El Estado se siente con
el derecho y la obligación de legislar y controlar esta obra. Una obra que
parte de la caridad, es decir, de las limosnas y de la respuesta familiar, esto
es, de los adjutorios. El Estado se convierte en el tutor y las órdenes
redentoras en las gestoras de esta obra social y religiosa. El Estado es el que
concede el permiso para realizarlas porque, a su vez, las instituciones
religiosas solicitan poder llevarlas a cabo. Las órdenes religiosas las
ejecutan y el Estado las supervisa. Este es el juego que reflejan los libros de
cuentas de las redenciones. Las órdenes redentoras a partir del siglo XVI
tienen la misión de alentar esta obra y de gestionarla bajo la supervisión del
Estado que se presenta como garante.
Por tanto, las órdenes redentoras para llevar a cabo una redención
deben pedir el correspondiente permiso a las autoridades. Éstas, según el
tiempo y el lugar, conseguirán los salvoconductos, darán las instrucciones de
cómo efectuarla e inspeccionarán y verificarán, concluida la tarea redentora,
que todo se ha hecho con corrección.
Además de todo esto, como ya hemos apuntado, hasta la heroicidad
carismática de quedar los religiosos mercedarios en rehenes por la liberación
de los cautivos tiene que entrar en el marco de la oficialidad. Fray Jorge del
Olivar, mercedario redentor, desde la ciudad de Argel, el 28 de enero de 1578,
escribe al rey sobre el rescate de Joan de Bolaños, al parecer, un perito en la
construcción de galeras. Jorge del Olivar presenta al rey su disposición
carismática de quedar en rehén por este cautivo si hiciere falta:
Vuestra Magestad
informado de esta verdad mande lo que mas sea su serviçio que yo aqui quedo y
si fuese neçesario quedar captivo y que baya en libertad lo are por lo que toca al serviçio de Vuestra Magestad.
[...] Vuestra Magestad me mande lo que tengo de hazer.
A partir de la
nueva normativa dictada por Felipe II podemos decir que las redenciones de
cautivos son a la par carismáticas y oficiales. Por eso, al final del libro de
cuentas de la redención de
1575 se escribe
como cabecera de la lista de los cautivos rescatados:
«Los cautivos
cristianos que desenbarcaron en la playa del Grao de Valencia, de lo que
rescataron por horden de su Magestad frai Rodrigo de Arze y frai Antonio de
Valdepeñas de la horden de nuestra Señora de la Merced».
2.2 PROCEDENCIA DEL DINERO Y LIBERTAD DE ACCIÓN DE LOS REDENTORES
¿De dónde procede el dinero de las redenciones? ¿Qué libertad de maniobra
les otorga a los redentores a la hora de realizar una redención? La procedencia
del dinero que sustenta una redención está estrechamente ligada a la libertad de
maniobra que los redentores tendrán a la hora de utilizar este capital en las
redenciones. Los ingresos de una redención se dividen, desde esta perspectiva,
en tres tipos.
En primer lugar, las limosnas generales: dinero para rescatar los cautivos que los
redentores, en el desarrollo de su misión, consideren más oportunos, con el
límite que indique al respecto, si la hay, la instrucción del Estado que le
ampara. La norma general para estas limosnas es que se empleen en cautivos
oriundos del reino del que procede el dinero. El grosso de las limosnas
generales procede de dos fuentes fundamentalmente: dinero público, es decir, lo
que aportan los distintos consejos (hoy diríamos ministerios) del Reino y las
limosnas aportadas por la Orden.
En segundo lugar, limosnas con cláusula. Se trata de dinero que
entrega un bienhechor (a través de un testamento o manda) o una fundación para
un tipo expreso de cautivos: para rescatar niños, mujeres, vecinos de alguna
localidad, caídos en alguna ocasión u otros.
Por último, los adjutorios. Se trata de un dinero que se entrega para
el rescate de uno o varios cautivos determinados, con cláusula específica de
que sea devuelto en caso de no poder efectuar el rescate de aquel o aquellos
por quien o quienes se dio la suma.
¿Cuál es el porcentaje de esta diversidad de fondos en las
redenciones? A esta pregunta sólo podemos responder de un modo aproximado. Las
razones son dos: primero, porque cada redención es una historia particular y
distinta y varía mucho de unas o tras. La segunda es que, hasta el día de hoy,
son escasos los estudios en relación con toda esta problemática. No obstante,
después de haber estudiado con profundidad los tres primeros libros de cuentas
de las redenciones y de haber hecho algunos sondeos de otros, me atrevo a dar
esta clasificación porcentual: 45% limosnas generales; 30% adjutorios; 25%
limosnas con cláusula.
Por otra parte, esta libertad de maniobra para gestionar el capital de
la redención en la ejecución de los rescates tendrá, además de
la procedencia del dinero, otro condicionante. Las autoridades
musulmanas impondrán a los redentores qué cautivos deben ser rescatados por obligación
y en primer lugar. Los cautivos de la propiedad del rey de Argel, por ejemplo,
son los primeros que se han de rescatar, aunque éstos no coincidan con las
cláusulas que llevan consigo los redentores.
Estos dos condicionantes hacen difícil la misión de los redentores.
Sólo desde el estudio de la financiación de cada redención se puede llegar a
sopesar la capacidad que los redentores tienen para realizar su misión
carismática, esto es: liberar a los pobres cautivos o a aquellos que están más
en peligro de perder la fe.
2.3 UN CAPITAL EN MOVIMIENTO: CARIDAD Y COMERCIO
Gracias a los libros de cuentas de las redenciones, que existen a
partir de 1575, conocemos el movimiento económico que implicaba llevar a cabo
una redención de cautivos. Con toda seguridad, el engranaje económico preciso y
complejo que nos presentan estos libros de cuentas es algo que se fue fraguando
con la experiencia desde la Baja Edad Media.
Por imperativo legal del Estado, a través de la Provisión e
Instrucción, es decir, a través del permiso para poder llevar a cabo una
redención (Provisión) y del ordenamiento de cómo llevarla a cabo (Instrucción),
los redentores tenían que invertir en mercancías las dos terceras partes del
capital redentivo. Las razones para este mandato son claras y lógicas. Por un
lado — dicho en conceptos modernos — se evita la salida de moneda (oro y plata)
o divisas. Por otra parte, se intenta así amortiguar el golpe que supone el
desembolso de este dinero del Reino para un reino enemigo. Con la compra de estas
mercancías y la salida de ellas para venderlas en tierras de moros se activaba
el comercio del país.
Los redentores, una vez que han recogido el dinero del reino cristiano
del que parten, comienzan todo un trabajo de inversión en mercancías para luego
venderlas en Berbería. Las leyes del comercio y del capital se ponen al
servicio de la caridad redentora. Los redentores mercedarios dedicarán varios
meses, ayudándose de expertos, esto es, de peritos, de corredores y de
veedores, para esta delicada operación económica. Los productos en los que
invierten grandes sumas de dinero, dicho de un modo resumido, son tres: metales
preciosos (oro, joyas, perlas); telas (de todo tipo y valor: seda, velartes,
tafetán, brocados); y bonetes (gorros muy apreciados en tierra de moros). El
conocimiento de los redentores de gramajes, precios, quilates, pureza de joyas,
diferencias de tejidos, embalajes, entre otros es admirable. En realidad, en
este punto deben ser buenos mercaderes. Gran
parte del éxito de la redención y de la amplitud de la misma dependerá de saber
administrar y hacer crecer, con las leyes del comercio, el capital de la
caridad. El hecho de realizar todas estas inversiones conlleva meses de trabajo
y muchos viajes.
Esta razón, entre otras, hacía que la elección de los redentores no
recayera en cualquiera. Los redentores suelen ser Maestros, es decir, lo que
equivalía a doctor por una universidad. Hombres muy preparados en letras y en
números.
Aunque cada redención es una historia, la verdad es que los análisis
detenidos de varios de estos libros de cuentas de redenciones nos hacen ver el
buen resultado de esta inversión. Lo que se invierte, que es nada menos que dos
tercios del total de la redención, incrementa, por norma general, entre un
15-20%. Sin embargo, en algunos casos, como en la redención realizada en Tetuán
en 1579, los redentores hacen crecer el capital invertido nada menos que un
167,8%. Se invierte por valor de 1.712.299 maravedíes y la venta de lo
invertido arroja la no desdeñable cantidad de 4.861.728 maravedíes.
Estas inversiones no sólo son obligadas por las causas político-
económicas expuestas antes. El aumento del capital amplía el margen de maniobra
de los redentores, ya que, los beneficios pasan a englobar la suma de las
limosnas generales, es decir, dinero libre de cláusulas. El comercio o la
inversión se convierte, por tanto, en una fuente importante de financiación de
las redenciones. Además, estos beneficios harán de colchón para sufragar los
gastos que produce la maquinaria de la redención y que veremos en el siguiente
apartado.
2.4 GASTOS DE LA MAQUINARIA DE LA REDENCIÓN
Con la palabra maquinaria nos referimos a todos los medios prácticos
necesarios que dan movimiento al proceso de una redención. El hecho de
organizar una redención significa contar con una serie de medios necesarios
para poderla llevar a cabo: arrieros, barcos, escuchas, traductores, seguridad,
burocracia, viajes y estancias, entre otros. Una redención, en sí misma, cuesta
dinero.
Los gastos de organización y ejecución de una redención de cautivos
los podemos dividir en cinco categorías: 1) Los gastos que conlleva la
inversión en mercancías: su transporte, reparación de género, embalaje y
almacenamiento. 2) Viajes, estancias y logística (correos y escuchas) que
realizan los redentores. 3) Gastos de burocracia. 4) Transporte y manutención
de cautivos. 5) Espiritualidad y limosnas.
1. Una de las partidas mayores de gastos de la maquinaria de la
redención va ligada a la inversión en «mercaderías». No todo son ganancias,
como ha podido parecer en el análisis que hemos ofrecido en el apartado
anterior. Esta inversión conlleva sus costes: transporte, corredores,
conocedores (peritos), y todo lo necesario para mantener y tratar el género de la
mejor manera posible: tundir, afinar, frisar, limpiar, estirar, apuntar,
enfardelar, embalar y almacenar. Sin contar el gasto indirecto de los viajes y
estancias que los redentores deben hacer para ejecutar esta inversión.
2. Otra partida importante dentro de los gastos de la maquinaria de la
redención son los viajes. Como veremos en el próximo apartado, cada uno de los
redentores recorrerá por tierra más de un millar de kilómetros. Las razones de
estos viajes son tres: a) Recoger el dinero de la redención; b) Realizar la
inversión en mercancías; c) Concertar y ejecutar los rescates. Resulta de gran
interés repasar los gastos de estos viajes para comprender el nivel de vida que
llevaban los redentores. Podemos decir, ya que no podemos entrar en detalles,
que los redentores vivían ― dicho en términos de hoy — como la desahogada clase
media, esto es, como un mercader medio o un escribano. Los redentores viajan en
mulo y con un mozo de compañía que les sirve y ayuda. Alquilan siempre cama en
la posada y no sólo un jergón en el suelo. Deben contratar escuchas (espías)
para saber cuándo aventurarse a la mar. En definitiva, son los gestores de una
maquinaria, como es una redención, que mueve una considerable suma de dinero.
3. El gasto de la burocracia también tiene su peso dentro de la
maquinaria de la redención. Los frailes redentores tendrán que acudir y pagar
los honorarios de escribanos por los servicios que necesitan de ellos: fes de
diverso tipo, traslados, escrituras, entre otros servicios. La mayor parte de
estos gastos están derivados de la cobranza de algunas partidas importantes de
dinero para la redención que obligan a presentar algún documento público. Por
otro lado, también deben afrontar los gastos de aduanas, registros y
pasaportes, tanto en España (cuando no están exentos) como, sobre todo, en
Berbería.
4. Una vez que los cautivos salen de casa de sus amos dependen de la
redención para su manutención. Por esta razón se intentaba que permanecieran en
casa de sus amos hasta el momento de la partida de la redención. Pero, a veces,
las circunstancias aconsejaban lo contrario. No obstante, desde que salen de
tierra de moros hasta que finaliza el viaje de la redención los cautivos, como
es lógico, son mantenidos por las arcas de la redención.
5. El último punto de este apartado de gasto de la maquinaria de la
redención lo ocasiona la espiritualidad y las limosnas de la redención. Los
redentores son frailes sacerdotes. Esto hace que deban registrar gastos que
ocasionan el poder mantener el motor de su acción redentora, es decir, su vida
espiritual. Para ello, por ejemplo, a la redención de 1575, le cargan el gasto
«de un arca, que se compró más de las dichas, para llevar el aderezo para decir
misa y ropa blanca [...] <y> de una tabla de manteles grandes para decir
misa». En la redención de 1579 compran, por su parte, un «misal» en Sevilla.
Pero la espiritualidad de una redención de cautivos en el siglo XVI no
sólo se reduce a la vida espiritual de los redentores. La redención en sí
participa de la espiritualidad de la orden que la ejecuta. En la redención de
1575 se compran escapularios para todos los redimidos, para lucirlos en
procesión desde el Grao a Valencia. También se compra, por ejemplo,
lienzo para una bandera que se llevó, según es costumbre, cuatro varas
de anjeo y de hechura y pintarla por ambas partes, por la una a nuestra Señora
de la Merced con muchos cautivos y por la otra la bajada de Cristo al limbo.
Detrás de las frías partidas de las cuentas, en muchas ocasiones, se
esconden dramas. Por ejemplo, la historia personal que nos queda oculta detrás
de muchos de los adjutorios devueltos. O, por otro lado, los cautivos
desesperados que los redentores no pueden redimir. Y tantas otras calamidades que
una fuente como esta no ref leja. Poco o nada podemos decir en este aspecto del
trabajo de los redentores. Sabemos que poco pueden hacer, pues están
encorsetados. No obstante, sí que hemos encontrado algunas partidas
significativas que muestran, aunque de un modo muy tenue, la caridad humana de
estos gestores de la redención, es decir, de los frailes redentores. Por
ejemplo, en la redención de 1579 encontramos dos casos que, aunque
insignificantes en el conjunto de las cuentas de la redención, son harto
significativos. Estando los redentores en Ceuta, «a unos cautivos portugueses,
que habían venido
huidos, se les
dieron de limosna trecientos y cuarenta maravedíes» y, por otra parte, «dieron
de limosna a un fraile francisco sacerdote de misa, que venía rescatado, cuatro
reales». Dos casos que nos sumergen en la aventura y desventura de los intentos
de huida, así como en la historia de cautivos que se rescatan y luego tienen
que mendigar para poder regresar a su lugar de origen.
2.5 TIEMPOS Y DISTANCIAS
La historia de una redención de cautivos es una historia que obliga a
recorrer muchos caminos, es decir, largos desplazamientos por la mala
infraestructura de los caminos de la época. Gracias al advenimiento de los
libros de cuentas podemos reconstruir el itinerario que los redentores tuvieron
que recorrer en cada una de las redenciones, es decir, fechas, distancias,
estancias y costes. También, por otra parte, estos libros ofrecen algunos
detalles significativos como información sobre enfermedades, peligros de
peste, problemas ocasionados por la lluvia, por la seguridad o inseguridad de
los caminos, entre otros. Datos objetivos que, con la información que otras
fuentes contemporáneas nos ofrecen sobre el viajar por España en el siglo XVI,
nos permiten hacernos una clara idea del significado de los viajes de las
redenciones.
Una redención de cautivos dura, al menos a partir del siglo XVI, un
promedio de más de un año. Los viajes por la Península para recoger las
distintas partidas de dinero, así como para hacer la inversión son largos. Como
una imagen vale más que mil palabras ofrezco dos ejemplos.
En la redención de 1575, fray Rodrigo de Arze realiza el siguiente
itinerario: de Toledo va a Madrid, esto es, a la Corte para todas las gestiones
burocráticas. De Madrid vuelve a Toledo, de la Ciudad Imperial viaja a
Guadalajara, donde está reunido el capítulo general de la Orden. Una vez
recogido el dinero de los distintos comendadores regresa hacia el sur para
hacer las inversiones: Toledo, Córdoba y Baeza. Una vez concluida la compra de
perlas y paños, desde Baeza viaja hasta Valencia para embarcarse hacia Argel.
En total unos 1.221 kms. Su compañero redentor, fray Antonio de Valdepeñas,
hace, a su vez, el siguiente camino: Valladolid, Toro, Olmedo, Segovia, Madrid,
Toledo, Córdoba y Valencia, esto es, 1.171 kms. A esto hay que añadir el viaje
de ambos de ida y vuelta por mar a Argel y el regreso, después de desembarcar,
de Valencia a Madrid (357 kms.) para concluir la redención. Todo este recorrido
se hace desde el 4 de octubre de 1574 hasta el 15 de agosto de
1575.
Cada redención es una historia distinta. Las diversas circunstancias,
como pueden ser la procedencia de las partidas del dinero o el tipo de
inversiones, entre otras, marcan un itinerario y unos tiempos distintos. A
veces, los redentores deben hacer grandes viajes antes de comenzar el tiempo
específico de la redención. En la redención de Tetuán de 1583, el mencionado
fray Rodrigo de Arce tuvo que hacer dos viajes a Portugal, a Elvas y a Lisboa,
para cobrar la partida testamentaria que había dejado para la redención de
cautivos la difunta
reina, esposa de
Felipe II, María
Teresa de Austria. La redención de 1579, como otro ejemplo, tuvo que
retroceder y quedarse estancada un tiempo en Ronda (Málaga) por haberse
declarado la peste en el campo de Gibraltar (Cádiz), ciudad en la que tenía que
embarcarse hacia Ceuta. Si bien antes, para recoger la suma de la capilla del
Condestable de Castilla, el redentor fray Luis de Matienzo tuvo que ir a Burgos
y a Villalpando (Zamora) para este efecto.
Enfermedades, imprevistos, correos, emisarios, adversidades
atmosféricas, contratos para almacenar las mercancías, hacen que cada redención
sea una aventura singular. Todo esto sin contar los problemas que se puedan
encontrar los redentores al llegar a tierra de moros. Las redenciones que
parten del reino de Aragón se dirigen, por lo general, a Argel, mientras que
las de Castilla van a Tetuán. Ambas ciudades estaban especializadas en la Edad
Moderna en la venta de cautivos.
2.6 EL PRECIO DE LA LIBERTAD
Toda la dinámica de las redenciones expuesta se encamina hacia un fin:
la libertad de los cristianos cautivos. Una libertad perdida y ansiada.
Cervantes, cautivo en los años (1575-1580), expresa por boca de don Quijote el
anhelo de la libertad perdida.
La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se
puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor
mal que puede venir a los hombres.
Una libertad, no obstante, que, como en el caso de Cervantes, tiene un
precio. El enfrentamiento a gran escala entre las dos civilizaciones del
Mediterráneo, Cristiandad e islam, es aprovechado para reducir al enemigo a
mercancía, donde a la libertad se le pone precio.
Este precio en las redenciones de cautivos no es ni mucho menos
uniforme. Una tentación sería hacer una sencilla media matemática del precio de
los distintos rescates. Pero esto nos alejaría de la verdad concreta e
histórica de las redenciones. Cada partida de rescate de uno de los libros de
cuentas esconde tras de sí una historia concreta.
El precio de los rescates depende de una serie de factores. Los
clásicos y estudiados son edad, sexo y condición, los que exponen los estudios,
pues así lo narran los tratados y la literatura de cautivos.
En el momento en que los corsarios reclutan cautivos hacen enseguida
una clasificación de la mercancía humana en vistas al beneficio que se pueda
obtener de ella. No podemos olvidar que los corsarios, más allá de ideales
políticos o religiosos, viven del negocio del corso, en el que los cautivos es
la mercancía más preciada.
El sexo, como ya señalamos, va a ser un condicionante a la hora de
establecer el precio del rescate. La mujer es más difícil y más cara de
rescatar por lo que ya expusimos. Otro factor condicionante en el precio de los
rescates es la edad. Los niños, al igual que las mujeres, son más difíciles de
rescatar. Existe en la sociedad berberisca una fuerte tendencia a absorber a
los componentes de estos dos grupos. Por esta razón y porque se consideraban a
las mujeres y a los niños más débiles para mantenerse en la fe se convierten en
un objetivo carismático. El último factor clásico es la condición del cautivo.
Esta es un arma de doble filo. Por una parte, si era considerado pobre podría
ser vendido como esclavo y llevado lejos con lo que se cerraban las puertas a
la posible redención. Por otra parte, si se intuía que podía ser alguien
adinerado o relevante se tasa a un precio muy elevado. Esto último, por
ejemplo, fue el caso de Miguel de Cervantes.
Pero más allá de todo esto consabido, desde esta fuente que son las
cuentas de las redenciones, hallamos otro factor, no esbozado por los
estudiosos. Este factor es el de la pertenencia, es decir, los precios
dependerán también del dueño a quien pertenezca el cautivo. Es claro que el
dueño del cautivo es el que al final pone el precio de su venta o rescate. A
pesar de esto, en las cuentas de las redenciones vamos a encontrar largas
listas de partidas de rescates de cautivos que pertenecen a un mismo dueño y
que establece un precio estándar para todos los cautivos que vende, digamos, en
lote.
En algunas ocasiones, el precio del rescate de un cautivo cristiano
está determinado por la exigencia de su trueque por un cautivo musulmán. Es decir, para forzar la liberación de algún
cautivo moro concreto se pide su liberación como precio exclusivo para el rescate
de algún cautivo cristiano determinado del que se sepa que hay un especial y
alto interés en su liberación. Lo cual no deja de seguir siendo parte del
chantaje y estrategia de la guerra del corso. No obstante, las autoridades
cristianas serán reticentes ante estos canjes. Las razones que entran en conflicto
para acceder a los trueques como moneda de rescate son la prudencia
estratégica, por parte de la autoridad que mira en general el problema de los
cautivos, y la presencia de la caridad de los redentores que ven en primera
persona el drama de los cautivos que viven sin esperanza de recobrar su
libertad.
Con todo, aunque suene duro a nuestra sensibilidad, los precios de los
cautivos entran dentro del juego de la ley comercial de la oferta y la demanda.
Aquí los factores son variados y fluctuantes. El resultado de un buen negocio
dependerá de las circunstancias, de la suerte y de la posible pericia y
sagacidad de los redentores. Al fin y al cabo, entre los guarismos de las
cuentas de la redención la dignidad y libertad del ser humano se convierte en
una cuestión de dinero y chantaje.
2. 7 PERSONAJES DE LA REDENCIÓN
En los libros de las cuentas de la redención aparecen una infinidad de
nombres. Por ejemplo, en el libro de la de 1583 hemos contabilizado 233
personas con sus nombres, sin contar, otros que aparecen innominados. Las
redenciones de cautivos, desde su inicio hasta su conclusión, implican de
diferentes maneras a muchas personas. Se encuentran en estos libros los nombres
de los oficiales del Estado que conceden los permisos y se encargan de la
vigilancia de las redenciones, así como escribanos públicos y contadores del
Consejo. Por otra parte, aparecen todos los donantes o bienhechores de la
redención con algunos intermediarios de los que necesitan servirse para hacer
llegar el dinero a los redentores. También, cómo no, los frailes redentores y
algunos otros frailes mercedarios que hacen alguna labor en la redención,
además, todos los contratados de la maquinaria redentora, los comerciantes a
los que se compran y luego venden las mercancías, algunas personas que hacen de
intermediarios para ejecutar algunos rescates, los dueños de los cautivos con
sus agentes, los cautivos y hasta algunos necesitados que reciben limosna de la
redención.
No deja de ser interesante el papel de los judíos en las redenciones
de cautivos. Las comunidades judías de Argel y Tetuán desempeñan en la Edad
Moderna un papel importante en las redenciones.
Por ejemplo, en la redención de 1575, efectuada en Argel, aparecen
algunos judíos. La presencia de una comunidad judía en Argel es testimoniada
por Haedo/Sosa. Afirma que «están repartidos en dos barrios, en los cuales
habrá de todas 150 casas». Lo mismo dice otro autor que estuvo en Argel en el
siglo XVII, el mercedario Gabriel Gómez de Losada Conocemos, además, la
presencia de los judíos por toda Berbería, incluso son tolerados en la católica
Orán, plaza fuerte de la Monarquía hispánica.
Según Haedo/Sosa «ellos solos <los judíos de Argel son> los que
baten la moneda de oro, plata y bronce, teniendo a su cargo toda la casa de la
moneda». No obstante, no los describe como grandes ricos, sino como pequeños
comerciantes que participan también del negocio de la cautividad. Por eso dice
que «sírvense muchos de cristianos cautivos». El redentor mercedario G. Gómez
de Losada afirma de los judíos de Argel que «compran lo que los cosarios roban
[...]. Y desta manera compran cautivos cristianos».
Esta descripción coincide con el papel que ocupan los judíos en la
redención en Argel de 1575. En ella los judíos aparecen en tres ocasiones. En
primer lugar, encontramos a un judío inmerso en el negocio del trato de
cautivos, ya que se trata de un corredor de cautivos. Otro judío, en segundo
lugar, es el que alquila la casa a los redentores para su estancia en Argel,
dado que los redentores son infieles y no pueden vivir en la ciudad. Y por
último, también encontramos otro judío comprando a los redentores un paño de
Baeza, es decir, un comerciante que aprovecha a los redentores como proveedores
de mercancías.
2. 8 POR AMOR A DIOS
Después de todos estos trabajos, caminos, enfermedades, peligros y
controles que hemos visto que conlleva una redención de cautivos, cabe
preguntarse por el motor que impulsa y da sentido a todo esto en los redentores
y en la misma institución redentora, en este caso la orden de la Merced. Todo
por amor a Dios. Estos libros de contabilidad muestran que ni los redentores ni
la orden llevan beneficio alguno por este trabajo.
En una redención de cautivos confluyen muchos factores que con toda
seguridad incidían en la evaluación social que esta obra pudo tener en aquel
momento. Los redentores más allá de los trabajos, caminos y cansancios, deben
contar, por una parte, con la incomprensión de un sector de la comunidad
cautiva que no va a poder ser rescatado, con la susceptibilidad de grupos
sociales de la Cristiandad y con la vigilancia de los oficiales de las
autoridades cristianas.
Los textos espirituales de las órdenes redentoras son claros. Todo se
hace a imitación de Cristo redentor en el misterio de amor de Dios uno y trino:
Tuvo Dios tanta misericordia y caridad con los hombres, viéndolos
cautivos debajo del poder tirano del demonio por el pecado primero, que, para
mayor demostración de su amor y misericordia santa, dio y entregó a su Unigénito
Hijo por nuestra libertad y rescate.
[...] La obra de redimir a los cautivos cristianos del poder de los
infieles, por salvar aquellas almas del peligro de perderlas entre tantos
errores y vicios y del de apostatar de la fe, es acto de caridad de amor de
Dios y del prójimo.
Este ideal se desarrolla en el devenir concreto de cada una de las
redenciones de cautivos. Los libros de cuentas nos permiten seguir de cerca
esta encarnación concreta del ideal. La misión es compleja y arriesgada. El
hecho de hacer cuadrar las cuentas y cumplir todas las expectativas es casi
imposible. Pues las expectativas o exigencias son muchas, diferentes y, en
muchos casos, contradictorias: las del Estado, las de los familiares, de las
autoridades musulmanas y las de los cautivos. Es muy difícil de hacer cuadrar
todo esto.
En la conclusión de estos libros de cuentas se encuentran registradas
algunas advertencias por parte de las autoridades cristianas, porque no se ha
cumplido (o no se han podido cumplir) todas las prescripciones de la
Instrucción. Con lo cual, después de todo el esfuerzo por hacer casar todas las
prescripciones de difícil armonía, los redentores reciben amonestaciones de las
autoridades, desconfianzas de parte de la sociedad, sin contar, como dijimos, con
los desaires de los mismos cautivos que, por su situación desesperada, llegaban
a la conclusión de poder exigir un derecho, más que de recibir una caridad que
se les concedía.
No obstante, estas pequeñas contrariedades humanas no tienen parangón
con la satisfacción de haber sido, por amor, prolongación de la redención de
Cristo entre los hombres.
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