Concepto de “esclavitud”
1.
Somos hechos a
imagen y semejanza de Dios: en la dignidad, que nos da libertad. Entiéndase que
quienes pierden la libertad pierden la dignidad (no ante Dios, pues todos somos
dignos ante EL, sino la dignidad que proviene de Dios con la libertad).
2.
Esclavitud – Ausencia
de libertad – el cautivo al creerse su cautividad se olvida de su dignidad que
el la dignidad que Dios le da.
3.
Según la ONU en
la Declaración Universal de los Derechos Humanos.-
Artículo
1
Todos los
seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como
están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los
otros.
4.
En el AT el
concepto de esclavitud es diferente al que actualmente conocemos, era tradición
Judia que cuando alguien no podía pagar una deuda podía ofrecerse a sí mismo
como pago para que su familia no perdiera sus bienes (Dt 24, 25; 1-10.- Ley del
levirato.- El rescate, Lev. 25.- El año jubilar) Los Hebreos fueron pueblo de
esclavos a quienes liberó Moises con el poder de Dios. En el año sabático (cada
7 años). Se dejaba descansar la tierra y a los animales, también se debían
liberar los esclavos por deudas. En el año Jubilar se perdonaban las deudas, se
liberaba a todos los esclavos y se reestructuraba el reparto de la tierra.
a.
El pueblo hebreo
utilizaba los siguientes conceptos:
i.
La propiedad no
era individual, era familiar.
ii.
Beth –ab’ =
familia (conformada por la familia cercana y directa), compartían los bienes.
iii.
Mispaja’ = Tribu
(donde residía la propiedad familiar)
iv.
Goel (Goa’al) =
Redentor, vengador y continúa la descendencia del hermano en caso de muerte de
este, es una persona con lazos de sangre que paga las deudas de su familiar.
v.
Padah = Podía ser
cualquier persona que hacía una buena obra rescatando a una persona (por
solidaridad).
5.
Los israelitas se
sentían familiares de Dios y lo veían como su Goel. ¿Qué pagó Dios en el
antiguo Testamento por Israel?. – No pagó nada – le llamaban Goel porque
entendían que Él estaba dispuesto a todo por ellos – Sentían su amor como el de
una madre y en la biblia encontramos frases como “aunque algunas madres se
olviden de sus hijos yo no me olvidaré de ti” (Is 49).
En la traducción de la biblia del hebreo al griego:
La palabra goel se
perdió por varios siglos debido al destierro ocurrido por el 760 a. C. de lo que
como consecuencia, el pueblo judío obtuvo la pérdida de su identidad, entre
ellas la lengua hebrea fue sustituida por el araméo. Cuando en el sigo 3 a. C.
se hizo la traducción de la septuaginta del hebreo al griego, en el griego no
existía la palabra "Goel" y la sustituyeron por: Lystróstes que significa
rescatador lo mismo que en hebreo la palabra "padah".
¿Por qué Jesús es Redentor?
En ninguno de los
libros de la biblia aparece Jesús con el título de Redentor – Solo Moises.
San Anselmo hizo un
tratado donde indicaba que el ser humano tiene una deuda con Dios que no es
fácil de pagar ya que el honor de Dios no puede restituirse por un simple ser
humano, debía llevar su esencia, por lo que EL mismo se hizo humano, para pagar
esa deuda con su propia crucifixión.
Según el antiguo
testamento (es decir para los judíos), el enojo de Dios se calmaba con
sacrificios, de esa forma San Anselmo y los primeros teólogos cristianos
justificaron el sacrificio de Jesús en la crucifixión y de esa forma nos lo
presentan como Redentor. En la actualidad esa idea ya no es aceptada por
algunos teólogos puesto que, en los evangelios, Dios es presentado por el mismo
Jesús como un Dios misericordioso y por ello no podría haber enviado a su hijo
y condenarlo para que pagara con su propia vida lo que EL ya estaba dispuesto a
perdonar.
Jesús es redentor no
porque haya pagado algo, sino porque se hizo pariente cercano de los seres
humanos al compartir su naturaleza – el Verbo se hizo carne – al hacerse humano
y compartir nuestra naturaleza se hizo nuestro familiar – de la misma tribu
humana - y la redimió con su radicalidad;
siendo la cruz la mejor expresión de su radicalidad.
Jesús es Goel por
ser capaz de dar algo de sí mismo para pagar la deuda de sus parientes.
Al ser conocedor de
que vino a este mundo con una misión, con plena conciencia tomó la
responsabilidad de cumplir con su misión siendo radical tomando el riesgo que
conlleva.
Jesús no es redentor
por haber muerto en la cruz ya que su muerte en la cruz no es algo que Dios
quisiera.
La cruz es la
principal expresión de su radicalidad – toda decisión trae consecuencias y la
decisión de Jesús al echarles en cara a los poderosos lo que hacían mal, tuvo
como consecuencia su crucifixión. La resurrección de Jesús es la principal
muestra de que Dios no quería su crucifixión.
La cruz no es
salvífica por sí sola, es decir; por el hecho de que Jesús fuese muerto en
ella, sino porque la cruz representa la entrega radical de Jesús, sin escatimar
nada, de que es capaz de entregarlo todo para lograr la redención de su
familia.
La cruz también es
el reclamo de Dios, en ella se manifiesta su deseo de que no vuelva a
crucificarse ningún ser humano.
Por lo anterior, el mercedario
no está ligado necesariamente al sufrimiento, pero hay que estar dispuesto a
ello de ser necesario – entregarse con radicalidad – no escatimar en nada.
Hay 2 órdenes redentoras:
Mercedarios y trinitarios.
Los
Mercedarios son goel.
Los
trinitarios son Padah.
LA REDENCIÓN
Definición
Es la restauración
del hombre, de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios, a
través de las satisfacciones y méritos de Cristo. La palabra redemptio es del
Latin Vulgata, derivada del hebreo kopher y del griego lytron que en el Antiguo
Testamento significa, generalmente, precio de rescate. En el Nuevo Testamento,
es el término clásico que designa el "gran precio" (I Cor. 6,20) que
el Redentor pagó por nuestra liberación. La redención presupone la elevación
original del hombre a un estado sobrenatural y su caída a través del pecado; y
puesto que el pecado hace descender la ira de Dios y provoca la servidumbre del
hombre bajo la dirección del mal y Satanás, la redención es con referencia a
Dios y al hombre. Por parte de Dios, es con la aceptación de compensaciones
satisfactorias que el honor Divino se repara y la ira Divina se apacigua. Por
parte del hombre, es doble, liberación de la esclavitud del pecado y
restauración a la anterior adopción Divina y esto incluye el completo proceso
de vida sobrenatural de la primera conciliación, a la salvación final. Ese
doble resultado, a saber la satisfacción de Dios y la restauración del hombre,
es provocado por el oficio vicario de Cristo que trabaja a causa de las
acciones satisfactorias y meritorias realizadas en nuestro nombre.
Necesidad de redención
Cuando Cristo llegó,
había en todo el mundo una profunda conciencia de depravación moral y un vago
anhelo de un restaurador, apuntando a una necesidad de rehabilitación, sentida universalmente,
(vea Le Camus, "Life of Christ", I, i). De ese sentido subjetivo de
necesidad nosotros no debemos, apresuradamente concluir en la necesidad
objetiva de redención. Si como normalmente se sostiene, contra la Escuela
Tradicionalista, la baja condición moral de la humanidad en el paganismo o
incluso en la Ley judía no era todavía, en sí misma y aparte de revelación,
prueba positiva de la existencia del pecado original, menos podía ser necesaria
la redención. Trabajando en datos de la revelación que involucran al pecado
original y a la redención, algunos Padres griegos, como San Atanasio (De
incarnatione, en P. G., XXV, 105), San Cirilo de Alejandría (Contra Julianum en
P. G., LXXV, 925) y San Juan Damasceno (De fide orthodoxa, en P. G, XCIV, 983),
enfatizaron, la aptitud de redención, no solo, como un remedio para el pecado
original, sino también, para evidenciar los únicos y necesarios medios de
rehabilitación.
Sus refranes, aunque
calificados por la declaración, tantas veces repetida, que la redención es un
trabajo voluntario de misericordia, probablemente inducido por San Anselmo (Cur
Deus homo, I) la declaran necesaria, en la hipótesis del pecado original. Esa
consideración es ahora usualmente rechazada, puesto que Dios no tuvo ningún
límite de medios para rehabilitar a la humanidad caída. Incluso en el caso de
Dios decretando la rehabilitación del hombre, fuera de su propia y libre
volición, los teólogos señalan otros medios, además de la redención, v.g. la
condonación Divina pura y simple, con la sola condición de arrepentimiento del
hombre, o, si alguna medida de satisfacción fuera requerida, la mediación de
un, todavía no creado, elevado inter-agente. En una hipótesis sólo es
redención, como se describió anteriormente, juzgada completamente necesaria y
eso, si Dios debe exigir una compensación adecuada para el pecado de la
humanidad. El axioma jurídico "honor est in honorante, injuria in
injuriato" (el honor es medido por la dignidad de quién lo da, la ofensa
por la dignidad de quién la recibe) muestra que el pecado mortal lleva, en
cierto modo, una malicia infinita y que nada menos que una persona que posea
valor infinito, es capaz de elaborar completas reparaciones para eso.
Verdaderamente, se
ha sugerido que semejante persona pudiera ser un hipostático ángel unido a
Dios, pero sean cuales sean los méritos de esta noción en lo abstracto, San
Pablo prácticamente se deshace de ella con este comentario: "él que
santifica y los que son santificados, son todos de uno" (Heb., ii, 11), apuntando
así al Dios-Hombre como el verdadero Redentor.
Modo de redención
El verdadero
redentor es Cristo Jesús, según el credo de Nicea, " para nosotros los
hombres y para nuestra salvación descendida del Cielo; y fue encarnado por el
Espíritu Santo en la Virgen María y se volvió hombre. Él también fue
crucificado por nosotros, sufrió bajo Poncio Pilatos y fue sepultado". Las
enérgicas palabras del texto griego [Denzinger-Bannwart, n. 86 (47)],
enanthropesanta, pathonta, apuntan a la encarnación y al sacrificio como el
fundamento de la redención. La Encarnación, es decir, la unión personal de la
naturaleza humana con la Segunda Persona de la Santa Trinidad, es la base
necesaria de la redención porque para ser eficaz, debe incluir como
atribuciones del Redentor, ambas, la humillación del hombre, sin la cual no
habría satisfacción y la dignidad de Dios sin la cual, la satisfacción no sería
adecuada.
"Para una
satisfacción adecuada", dice Santo Tomás, "es necesario que el acto
de él que satisface deba poseer un valor infinito y deba proceder de uno que
es, al mismo tiempo, Dios y Hombre" (III:1:2 ad 2um). El Sacrificio que
implica siempre la idea de sufrimiento e inmolación (ver Lagrange,
"Religions semitiques", 244), es el complemento y la entera expresión
de la Encarnación. Aunque una sola acción teándrica (Nota del traductor:
teándrico, adj.- relativo a la unión en Cristo de la naturaleza divina y
humana), debido a su valor infinito habría bastado para la Redención, todavía
agradó al Padre demandar y al Redentor ofrecer, Su esfuerzo, pasión, y muerte
(Juan, x, 17-18). Santo Tomás (III:46:6 ad 6um) señala que Cristo desea liberar
al hombre, no solo por vía del poder, sino también por vía de justicia,
buscando el alto grado de poder que fluye de Su Deidad y el máximo sufrimiento
que, según la norma humana, sería considerado satisfacción suficiente. Es en
esta doble luz de encarnación y sacrificio que siempre debemos ver, los dos
factores concretos de la Redención, a saber, la satisfacción y los méritos de
Cristo.
Satisfacción de Cristo
Satisfacción, o pago
completo de una deuda, significa, en el orden moral, una aceptable reparación
de la honra ofrecida a la persona ofendida y, por supuesto, implica un trabajo
penal y doloroso. Es la inequívoca enseñanza de la Revelación, que Cristo
ofreció a Su Padre celestial, Sus esfuerzos, sufrimientos y muerte como
expiación por nuestros pecados. El clásico pasaje de Isaías, carácter Mesiánico
que es reconocido tanto por intérpretes rabínicos como por escritores del Nuevo
Testamento (ver Condamin, "Le livre d'Isaie" París, 1905),
gráficamente describe al sirviente de Yahveh que es el Mesías, Asimismo
inocente y castigado por Dios, porque Él tomó nuestras iniquidades sobre Si, Su
propia oblación se convirtió en nuestra paz y el sacrificio de Su vida, un pago
por nuestras transgresiones. El Hijo de Hombre se propone asimismo como un
modelo de sacrificio amoroso porque Él "no vino a ser servido, sino para
servir y dar su vida en redención por muchos" (lytron anti pollon) (Matt.,
xx, 28,; Mark, x, 45).
Una declaración
similar se repite en la vigilia de la Pasión en la Última Cena: "Bebamos
todos esto. Porque esta es mi sangre del nuevo pacto que por muchos se
derramará para remisión de pecados" (Mateo, xxvi, 27, 28). En vista de
esto y de la aserción muy explícita de San Pedro (I Pet., i, 11) y San Juan (I
John, ii, 2) los Modernistas no están justificados en contender que "el
dogma de la muerte expiatoria de Cristo no es evangélica sino Paulina"
(prop. xxxviii condenado por el Santo Oficio en el Decreto
"Lamentabili" 3 julio, 1907). San Pablo desconoce dos veces (I Cor.,
xi, 23, xv, 3) la paternidad literaria del dogma. Es, sin embargo, de todos los
escritores del Nuevo Testamento, quien lo expone mejor. El sacrificio redentor
de Jesús es tema y estribillo de la Epístola completa a los hebreos y en las
otras Epístolas, que los críticos más exigentes consideran ciertamente como
Paulinas, hay de todo menos una teoría fija. El pasaje principal es Rom., III,
23 sq.: "Porque todos han pecado, y necesitan la gloria de Dios. Estando
libremente justificados por su gracia, a través de la redención que es en
Cristo Jesús, a Quien Dios ha propuesto para propiciación, a través de la fe en
su sangre, para manifestación de su justicia, para remisión de pecados anteriores."
Otros textos, como Ef. 2,16; Col. 1,20,; y Gal. 3,13, repiten y enfatizan la
misma enseñanza. Los primeros Padres, absorbidos como estaban por problemas de
cristología han agregado, sino poco, al sostenimiento del Evangelio y San
Pablo. No es verdad, al decir de Ritschl (" Die christliche Lehre von der
Rechtfertigung und Versohnung", Bonn, 1889), Harnack ("Precisde de
l'histoire des dogmes", tr. París, 1893), Sabatier ("La doctrine de
l'expiation et son evolutión historique", París, 1903) que sólo vieron la
Redención como la deificación de la humanidad a través de la encarnación y que
no conocieron la satisfacción delegada de Cristo. "Una investigación
imparcial", dice Riviere, "claramente muestra dos tendencias: una
idealista, que considera la salvación más como la restauración sobrenatural de
la humanidad a una vida inmortal y Divina y otra realista, que prefiere
considerar la expiación de nuestros pecados, a través de la muerte de Cristo.
Las dos tendencias corrieron juntas con algún contacto ocasional, pero en
ningún momento, la anterior absorbió completamente a la última, y con el curso
del tiempo, la visión realista predominó" (Le dogme del la redemption,
pág. 209).
El famoso tratado de
San Anselmo "Cur Deus homo" puede tomarse como la primera
presentación sistemática de la doctrina de la Redención, y, aparte de la
exageración notada anteriormente, contiene la síntesis que predominó en
teología católica. Lejos de ser adversos a la satisfactio vicaria popularizado
por San Anselmo, los primeros Reformadores la aceptaron sin cuestionar e
incluso fueron tan lejos como suponer que Cristo soportó los sufrimientos del
infierno en nuestro lugar. Exceptuando las interpretaciones erráticas de
Abelardo Socino (d. 1562) en su "de Deo servatore" fue el primero que
intentó reemplazar, el dogma tradicional de la satisfacción delegada de Cristo,
por una especie de ejemplarismo puramente ético. Él fue, y todavía es, seguido
por la Escuela Racionalista que ve en la teoría tradicional definida totalmente
por la Iglesia, un espíritu de venganza indigno de Dios y una subversión de la
justicia sustituyendo al inocente por el culpable.
El cargo de
vengativo, una pieza de grosero antropomorfismo, viene de confundir el pecado
de venganza y la virtud de justicia. El cargo de injusticia ignora el hecho que
Jesús, la cabeza jurídica de humanidad (Ef., i 22), voluntariamente se ofreció
(Juan, x, 15) y que pudimos ser salvados por la gracia de un Salvador, aun
cuando hemos estado perdidos por la falta de un Adán (Rom., v, 15). Sería en
verdad una concepción cruda suponer que la culpa o culpabilidad de los hombres
pasó de sus conciencias a la conciencia de Cristo: la pena solo fue asumida
voluntariamente por el Redentor y, pagándola, Él lavó nuestros lejanos pecados
y nos restauró a nuestro anterior estado sobrenatural y destino.
Méritos de Cristo
La satisfacción no
es el único objeto y valor de las acciones teándricas y sufrimientos de Cristo;
pero estos, además de aplacar Dios, también benefician al hombre de varias
maneras. Ellos poseen, en primer lugar, el poder de impetración o intercesión
que son propios a la oración, según Juan, xi, 42,: " y yo sabía que
siempre me oyes". Sin embargo, como la satisfacción es el factor principal
de Redención con respecto al honor de Dios, entonces la restauración del hombre
es debida, principalmente, a los méritos de Cristo. Ese mérito, o cualidad que
hace a los actos humanos merecedores de una recompensa a manos de otro, unidos
a los trabajos del Redentor, hace evidentemente fácil determinar la presencia,
en ellos, de los requisitos necesarios del mérito, a saber, • la condición pasajera (Juan 1,14); • libertad moral (Juan 10,18); • conformidad a la norma ética (Juan 8,29);
y • promesa divina (Is. 53,10).
Cristo mereció para
Él, no en verdad, gracia ni gloria esencial pues ambas venían adheridas debido
a la Unión Hipostática, sino el honor accidental (Heb., ii, 9) y la exaltación
de Su nombre (Phil., ii, 9-10). También los mereció en favor de nosotros.
Frases Bíblicas semejantes sobre recibir "de su abundancia" (John, i,
16), ser bendecido con Sus bendiciones (Eph., i 3), ser hecho vivo en Él (I
Cor., xv, 22), deberle nuestra salvación eterna (Heb., v, 9) claramente
implican una comunicación de Él hacia nosotros, al menos, por vía de mérito. El
Concilio de Florencia [Decretum pro Jacobitis, Denzinger-Bannwart, n. 711
(602)] acredita la liberación de hombre de la dominación de Satanás por mérito
del Mediador, y el Concilio de Trento (Sess. V, c.c.p.. iii, vii, xvi y canons
iii, x) repetidamente conecta, los méritos de Cristo con el desarrollo de
nuestra vida sobrenatural, en sus varias fases. Canon iii de Sesión V dice
anatema a quien afirme que el pecado original puede ser cancelado, de distinta
manera que por los méritos de un Mediador, Nuestro Señor Jesucristo, y el Canon
x de Sesión VI define que ese hombre no puede merecer, sin la justicia a través
de la que Cristo mereció, nuestra justificación.
Los objetos de los
méritos de Cristo son, para nosotros, los dones sobrenaturales perdidos por el
pecado, es decir, la gracia (Juan I, 14, l6) y la salvación (I Cor., xv, 22);
los dones extraordinarios gozados por nuestros primeros padres en estado de
inocencia no son, por lo menos en este mundo, restaurados por los méritos de la
Redención, pues Cristo anhela que suframos con Él para que podamos
glorificarnos con Él (Rom., viii, 17). Santo Tomás explica cómo los méritos de
Cristo pasan a nosotros, dice: Cristo merece por otro como otros hombres en
estado de gracia merecen a causa de ellos mismos (III:48:1). Así que nuestros
méritos son esencialmente personales. No así en Cristo que, siendo la cabeza de
nuestra raza (Eph., iv, 15 v, 23), tiene, como señal, la única prerrogativa de
comunicar a los miembros personales subordinados, la vida Divina cuya fuente Él
es. "El mismo impulso del Espíritu Santo", dice Schwalm, " que
nos impele individualmente a través de los varios estados de gracia, hacia la
vida eterna, impele a Cristo, pero como el líder de todos; de modo que la misma
ley del eficaz impulso Divino, gobierna la individualidad de nuestros méritos y
la universalidad de los méritos de Cristo" (Le Christ, 422).
Es verdad, que el
Redentor asocia otros a Él " para perfección de los santos. . . para
edificar (moralmente) el cuerpo de Cristo" (Ef., iv, 12), pero su mérito
subordinado (el de los santos) es sólo una cuestión de aptitud y no crea ningún
derecho, mientras que Cristo, por la sola razón de Su dignidad y misión puede
reclamar para nosotros una participación en Sus privilegios Divinos.
Todos admiten, en
las acciones meritorias de Cristo, una influencia moral que transfiere Dios
para conferir en nosotros la gracia a través de la cual somos merecedores. ¿Es
esa influencia meramente moral o concurre efectivamente en la producción de la
gracia? De pasajes como Lucas, vi 19, "la virtud salió de él", los
Padres griegos insisten mucho en el dynamis zoopoios o vis vivifica, de la
Sagrada Humanidad, y Santo Tomás (III:48:6) habla de una especie de
efficientia, por medio de la cual, las acciones y pasiones de Cristo, como
vehículo del poder Divino, causan la gracia, por vía de la fuerza instrumental.
Esos dos modos de acción no se excluyen entre sí: el mismo acto o conjunto de
actos de Cristo, puede estar probablemente dotado de doble eficacia, uno
meritorio a causa de la dignidad personal de Cristo, otro dinámico a causa de
Su investidura con poder Divino.
Suficiencia de la redención
La redención es
llamada por el " Catecismo del Concilio de Trento" (1, v, 15)
"completa, íntegra en todos los puntos, perfecta y verdaderamente
admirable". Semejante es la enseñanza de San Pablo: "donde el pecado
abundó, la gracia abundó más" (Rom., v, 20), es decir, el mal como los
efectos de pecado, son más que compensados por los frutos de la Redención.
Haciendo un comentario sobre ese pasaje, San Crisóstomo (Hom. X en Rom., en
P.G., LX, 477) compara nuestra responsabilidad con una gota de agua y el pago
de Cristo con el inmenso océano. La verdadera razón para la suficiencia e
incluso la superabundancia de la Redención es dada por San Cirilo de
Alejandría: "Uno murió por todos. . . pero había en aquel más valor que en
todos los hombres juntos, más incluso, que en la creación completa, porque
además de ser hombre perfecto, Él seguía siendo el único hijo de Dios"
(Quod unus sit Christus, en P. G., LXXV, 135fi). San Anselmo (Cur Deus homo,
II, el xviii) probablemente es el primer escritor que usó la palabra "
infinito," en relación con el valor de la Redención: "ut sufficere
possit ad solvendum quod pro peccatis totius mundi debetur et plus in
infinitum."
Esta manera de
hablar fue opuesta fuertemente por Juan Duns Scoto y su escuela en el doble
alegato que la Humanidad de Cristo es finita y que la calificación de
"infinito" haría todas las acciones de Cristo iguales, colocando a
cada una de ellas en el mismo nivel con Su sublime entrega en el Jardín y en el
Calvario. Sin embargo la palabra y la idea pasó a la teología actual e incluso
fue adoptada oficialmente por Clemente VI (Extravag. Com. Unigenitus, V, IX,
2), la razón dada por el último, "propter unionem ad Verbum", siendo
idéntica a la aducida por los Padres. Si es verdad que; según el axioma
"actiones sunt suppositorum", el valor de las acciones es medido por
la dignidad de la persona que las realiza y de cuya expresión y coeficiente
ellas son, entonces acciones teándricas deben llamarse y son infinitas porque
ellas proceden de una persona infinita. La teoría de Scoto en que el valor
intrínseco infinito, de las acciones teándricas, es reemplazado por la
extrínseca aceptación de Dios, no es en conjunto ninguna prueba contra el cargo
de Nestorianismo igualado en eso por católicos como Schwane y Racionalistas
como Harnack.
Sus argumentos
proceden de una doble confusión entre la persona y la naturaleza, entre el
agente y las condiciones objetivas del acto. La Sagrada Humanidad de Cristo es,
sin ninguna duda el principio inmediato de las satisfacciones y méritos de
Cristo, pero ese principio (principium quo) estando subordinado a la Persona de
la Palabra (principium quod), se apropia de esto último fijando un valor, en el
presente caso, infinito, de las acciones ejecutadas. Por otro lado, hay en las
acciones de Cristo, como en las nuestras, un doble aspecto, el personal y el
objetivo: en el primer aspecto, solamente, ellas son uniformes e iguales,
mientras, consideradas objetivamente, deben necesariamente diferenciarse de la
naturaleza, circunstancias, y finalidad del acto.
De la suficiencia e
incluso superabundancia de la Redención mientras consideramos a Cristo nuestra
Cabeza, podría inferirse que no hay necesidad ni utilidad de esfuerzo personal
por nuestra parte, en la ejecución de trabajos satisfactorios o la adquisición
de méritos. Pero la inferencia sería engañosa. La ley de cooperación que
alcanza todo a causa del orden providencial, gobierna esta materia
particularmente. Es solamente a través de, y en la medida de, nuestra co-acción
(o cooperación) que destinamos para nosotros las satisfacciones y méritos de
Cristo.
Cuando Lutero,
después de negar la libertad humana en que descansan todos los buenos trabajos,
indujo la artificial "fe fiduciaria" como único medio de recibir los
frutos de Redención, no sólo se quedó corto, sino también ejecutó lo opuesto a
la clara enseñanza del Nuevo Testamento que, nos llama a negarnos a nosotros
mismos y llevar nuestra cruz (Mat., xvi, 24), caminar en los pasos del
Crucificado (I Pedro. ' ii, 21), sufrir con Cristo para ser glorificado con Él
(Rom. el viii, 17), en una palabra, llenar a esas cosas que estamos deseando
por los sufrimientos de Cristo (Col, i, 24). Nuestros esfuerzos diarios hacia
la imitación de Cristo, lejos de disminuir desde la perfección de la Redención,
son la prueba de su eficacia y los frutos de su fecundidad. "Toda nuestra
gloria", dice el Concilio de Trento, "está en Cristo en quien
vivimos, y merecemos, y satisfacemos, haciendo dignos frutos de penitencia, de
Él deriva nuestra virtud, por Él somos presentados al Padre, y a través de Él
encontramos aceptación con Dios" (Comprende. XIV, c. el viii)
Universalidad de la redención
Si los efectos de la
redención se extendieron al mundo angélico o al paraíso terrenal, es tema de
disputa entre teólogos. Cuando la pregunta se limita al hombre caído, tiene
respuesta clara en pasajes como I Juan, ii, 2; I Tim. ii, 4, iv, 10; II Cor.,
v, 16; etc., todo lo sostenido en la intención del Redentor incluye en Su
trabajo salvador, la universalidad de los hombres, sin excepción. Algunos
textos aparentemente restrictivos como Mat., xx, 28 xxvi, 28; Rom., v, 15;
Heb., ix, 28, donde las palabras "muchos" (Multi), "más"
(plural), son usadas en referencia a la magnitud de la Redención, debe
interpretarse en el sentido de la frase griega no pollon que quiere decir la
generalidad de los hombres, o por vía de comparación, no entre una porción de
humanidad incluida en, y otra dejada fuera de, la Redención, sino entre Adán y
Cristo. En la determinación de los muchos problemas que de vez en cuando se
levantaron en esta dificultosa materia, la Iglesia fue guiada por el principio
extendido en el Sínodo de Quercy [Denzinger-Bannwart n. 319 (282)] y el
Concilio de Trento [Sess. VI, c. el iii, DenzingerBannwart, n. 795 (677)] en
que una afilada línea fue trazada entre el poder de Redención y su aplicación
de hecho, a casos particulares.
El poder universal
se ha mantenido contra los predestinarianos y calvinistas quienes limitan la
redención a los predestinados (cf. los concilios nombrados anteriormente), y
contra los Jansenistas que lo restringieron al creyente o aquellos que
realmente llegaron a la fe [prop. 4 y 5, condenados por Alejandro VIII, en
Denzinger-Bannwart, 1294-5 (1161-2)] y la última disputa, que es un error de
los Semipelagianos decir que Cristo murió para todos los hombres, se ha
declarado herética [Denzinger-Bannwart, n.1096 (970)]. La opinión de Vázquez y
algunos teólogos, que colocan a los niños moribundos y sin bautismo fuera del
ámbito de la Redención, normalmente es rechazada por las escuelas católicas. En
tales casos no puede mostrarse ningún efecto tangible de la Redención, pero
ésta no es razón para pronunciarlos fuera de la virtud redentora de Cristo.
Ellos no están excluidos por ningún texto Bíblico. Vázquez apela a Tim., ii,
3-6, para el efecto que esos niños, no teniendo ningún significado o incluso
posibilidad de llegar al conocimiento de la verdad, no parecen estar incluidos
en el salvador legado de Dios.
Aplicado
absolutamente a los infantes, el texto excluiría también a quienes, de hecho,
reciben el bautismo. No es probable, que la Redención buscaría, únicamente, a
adultos abrumados con pecados personales y omitiría a infantes sufriendo bajo
el pecado original. Lejos, es mejor decir con San Agustín: "Numquid
parvuli homines non sunt, ut non pertineat ad eos quod dictum est: vult omnes
salvos fieri"? (Contra Julianum, IV, el xiii). Con respecto a la
aplicación de facto de la Redención en casos particulares, está sujeta a muchas
condiciones, siendo primeras: la libertad humana y las leyes generales que
gobiernan el mundo natural y sobrenatural. La disputa de los Universalistas,
que todos deben salvarse finalmente para que la Redención no sea un fracaso, no
sólo es, sin apoyo, sino también opuesta a la Nueva Dispensación, que lejos de
suprimir las leyes generales del orden natural, coloca en la vía de salvación
muchas condiciones indispensables o leyes de un orden sobrenatural establecido
libremente.
Ni debemos ser
inducidos a menudo por los reproches de fracaso lanzados a la Redención con el
pretexto que, después de diecinueve siglos de Cristiandad, una porción,
comparativamente, pequeña de la humanidad ha oído la voz del Buen Pastor (Juan,
x, 16) y un fragmento, aún más pequeño, ha entrado en el verdadero rebaño. No
estaba dentro el plan de Dios, iluminar al mundo con la luz de la Palabra
Encarnada, de una vez, puesto que esperó miles de años para enviar al Deseado
de las Naciones. Las leyes de progreso que prevalecen en todas partes también
gobiernan el Reino de Dios. Nos falta el criterio para discernir con certeza,
el éxito o fracaso de la Redención. La influencia misteriosa del Redentor puede
alargarse aún más de lo pensado en el presente, puesto que tiene, ciertamente,
un efecto retroactivo en el pasado.
No puede haber
ningún otro significado a los muy comprensivos términos de la Revelación. Las
gracias otorgadas por Dios a las incontables generaciones que precedieron la
era Cristiana, si judíos o Paganos, fueron por anticipación, las gracias de la
Redención. Hay poca cordura en el trivial dilema que la Redención no podría
beneficiar a aquellos que ya fueron salvados, ni a quienes se perdieron para
siempre. Para los justos de la Ley Antigua, su salvación se debió a los méritos
anticipados del próximo Mesías, y la condena a perder sus almas fue porque
rechazaron, con desprecio, las gracias de iluminación y buena voluntad que Dios
les concedió, en previsión de los esfuerzos salvadores del Redentor.
Título y oficios del Redentor
Además de los
nombres Jesús, Salvador, Redentor que directamente expresan el trabajo de
Redención, hay otros títulos normalmente atribuidos a Cristo debido a ciertas
funciones o oficios que están implícitos o en conexión con la Redención, siendo
los principales Sacerdote, Profeta, Rey y Juez.
Sacerdote
El oficio sacerdotal
de Redentor es descrito así por Manning (El Sacerdocio Eterno, 1): ¿Cuál es el
Sacerdocio del Hijo Encarnado? Es el oficio que Él asumió para la Redención del
mundo por oblación de Él en la vestidura de nuestra masculinidad. Él es Altar,
Víctima y Sacerdote por consagración eterna de Él, que persigue para siempre el
sacerdocio del orden de Melquisedec que es sin principio de días o fin de vida,
carácter del sacerdocio eterno del hijo de Dios.
Como el sacrificio, sino
por la naturaleza de cosas, al menos por la ordenanza positiva de Dios, es
parte de la Redención, el Redentor debe ser un sacerdote, porque es función del
sacerdote ofrecer sacrificio. En un esfuerzo para inducir a los judíos
recientemente convertidos a abandonar el defectuoso sacerdocio Aarónico y
aferrarse al Gran Sacerdote Superior que entró en el Cielo, San Pablo en su
Epístola a los hebreos, exalta la dignidad del oficio sacerdotal de Cristo. Su
consagración como sacerdote tuvo lugar, no desde toda la eternidad y a través
de la procesión de la Palabra del Padre, como algunos teólogos parecen
significar, sino en la plenitud del tiempo y a través de la Encarnación, la
unción misteriosa que lo hizo sacerdote, que no es nadie más que la Unión
Hipostática. Su gran acto sacrificatorio que se cumplió en el Calvario por
oblación de Él en la Cruz, es continuado en tierra por el Sacrificio de la Misa
y consumado en el Cielo a través de la intención sacrificatoria del sacerdote y
las heridas glorificadas de la víctima. El sacerdocio Cristiano, comprometido
en la dispensación de los misterios de Dios, no es un sustituto sino la
prolongación del sacerdocio de Cristo: Él continúa siendo el oferente y la
oblación; todos aquellos sacerdotes consagrados y ungidos realizan su facultad
ministerial, para "mostrar en adelante la muerte del Señor" y aplicar
los méritos de Su Sacrificio.
Profeta
El título de Profeta
aplicado por Moisés (Deut., xviii 15) al Mesías próximo y reconocido como
derecho válido por aquellos que oyeron a Jesús (Lucas, vii, 10), no significa,
solamente, la predicción de eventos futuros, sino además y de una manera
general, la misión de enseñar a los hombres en el nombre de Dios. Cristo fue un
Profeta en ambos sentidos. Sus profecías acerca de Él, Sus discípulos, Su
Iglesia, y la nación judía, están tratados en los manuales de apologética (ver
McIlvaine, "Evidences of Christianity", lect. V-VI, Lescoeur,
"Jésus-Christ", 12e conféer.: Le Prophète). Su poder de enseñanza
(Mat., vii, 29), un atributo necesario de Su Divinidad, también fue una parte
integrante de la Redención. Él que vino a "buscar y a salvar a quienes
estaban perdidos" (Lucas, xix, 10) debió poseer ambas calidades, Divina y
humana, que hicieron eficaz al maestro. La predicción de Isaías (Iv, 4),
"miren yo lo he dado para testimonio a los pueblos, para líder y maestro
de los Gentiles", halla su completa realización en la historia de Cristo.
Un conocimiento perfecto de las cosas de Dios y de las necesidades del hombre,
la autoridad Divina y simpatía humana, precepto y ejemplo, se combinaron para
arrancar de todas las generaciones la alabanza otorgada en Él por Sus oidores -
"ningún hombre habló como este hombre" (Juan, vii 46).
Rey
El título real
frecuentemente fue atribuido al Mesías por los escritores del Antiguo
Testamento (Ps. ii, 0,; Is. ix, 6, etc.) y abiertamente reivindicado por Jesús
en la Corte de Pilatos (Juan, xviii, 37) no sólo pertenece a Él en virtud de la
Unión Hipostática sino también por vía de conquista y como resultado de la
Redención (Lucas, i, 32). Si o no, el dominio temporal del universo perteneció
a Su poder real y es cierto que Él concibió Su Reino por ser de un orden más
alto que los reinos del mundo (Juan, xviii, 36). La realeza espiritual de
Cristo está caracterizada, esencialmente, por su objeto final que es la
felicidad sobrenatural de los hombres, su conducto y medios que son la Iglesia
y los sacramentos, sus miembros, que sólo son, a través de la gracia, han
adquirido el título de hijos adoptivos de Dios. Supremo y universal, no es
subordinado de ningún otro y tampoco conoce limitación de tiempo o lugar.
Mientras las funciones reales de Cristo no siempre se realizan visiblemente
como en los reinos terrenales, sería equivocado pensar Su Reino como un sistema
meramente ideal de pensamiento. Si considerado en este mundo o en el próximo,
"el Reino de Dios" es esencialmente jerárquico, su primer y último
estado, es decir, su constitución en la Iglesia y su consumación en el Juicio
Final, constituyen los actos oficiales y visibles del Rey.
Juez
El oficio judicial
aseverado tan enfáticamente en el Nuevo Testamento (Mat., xxv, 31,; xxvi, 64,;
Juan, v, 22 sq.; Acts, x, 42) y los primeros símbolos [Denzinger-Bannwart, nn.
1-41 (1-13)] corresponden a Cristo en virtud de Su Divinidad y Unión
Hipostática y también como recompensa de la Redención. Sentado a la derecha de
Dios, en señal no sólo de reposo, después de los esfuerzos de Su vida mortal o
de gloria, después de las humillaciones de Su Pasión o de felicidad después de
la prueba del Gólgota, sino también de verdadero poder judicial (San Agustín,
"De fide et symbolo", en P.L., XL, 188), Él juzga al que vive y al que
muere. Su veredicto instalado en cada conciencia individual devendrá final, en
el juicio particular y recibirá un reconocimiento solemne y definitivo, en las
sesiones del Último Juicio.
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