La esclavitud, la quema de brujas y el machismo

La Esclavitud

Cada cierto tiempo, diversos medios de comunicación ayudan a resurgir la falacia de antaño según la cual, la Iglesia ha estado de acuerdo en tiempos pasados, con la esclavitud:
- “La Iglesia hace algunos siglos aceptaba pacíficamente la esclavitud y cambió de idea porque hubo una evolución en la doctrina y eso sigue pasando (…). Si repetimos lo que dijimos siempre, la Iglesia no crece” [1].
- “La Iglesia… convivió durante siglos con el escándalo de la esclavitud sin advertir su sustancial incoherencia” [2].
- “Así como la Iglesia cambió de doctrina sobre la esclavitud, así también deberá hacerlo ahora con los homosexuales” [3].
Las acusaciones, valga aclararlo, son por completo infundadas; veamos algunos botones de muestra [4] sabiendo que el tema da para muchísimo más [5].



I.-
 El texto paulino que sirve como capitel completo dice: “En Cristo… ya no hay judío ni griego, ni libre ni esclavo, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Gálatas, 3, 27/28). 
El mismo San Pablo explica su posición respecto a la esclavitud, en un texto explícito, la epístola a su amigo Filemón, con motivo de la liberación del esclavo Onésimo, convertido al cristianismo cuando ambos compartían la prisión,:  aunque por causas diversas: el apóstol por su fe y el esclavo por hurto en perjuicio de Filemón. 
San Pablo remite el esclavo al amo, pero lo hace portador de la carta en la cual dice a Filemón: “aunque tendría plena libertad en Cristo para ordenarte lo que es justo, prefiero apelar a tu caridad… te suplico por mi hijo a quien entre cadenas engendré, por Onésimo…que te remito… Tal vez se te apartó por un momento, para que siempre le tuvieras, no ya como siervo sino como hermano amado, muy amado para mí, pero mucho más para ti, según la ley humana y según el Señor… acógele como a mí mismo. Si en algo te ofendió o algo te debe, ponlo en mi cuenta, yo Pablo, te lo pagaré” (10/19). 
Como comentan Eloíno Nácar Fuster y Alberto Colunga O. P., esta epístola “tiene especial interés por referirse al grave problema de la esclavitud. La vida económica y social antigua se apoyaba en la servidumbre… San Pablo exhorta a los siervos a obedecer a sus amos y a éstos a tratarlos con caridad (Efesios, 6, 5/9). No se cree llamado a cambiar el estado de aquellos infelices sino predicando a todos que son libres en Cristo, iguales ante el Padre Celestial y hermanos en Jesucristo, (I Corintios, 7, 21/23). 

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San Pablo es un gran apóstol. Saca el tema de la esclavitud del ámbito jurídico y lo coloca en la órbita de la caridad. No lanza contra la esclavitud un grito estéril sino que erosiona sus fundamentos. Como señala el destacado teólogo protestante Emil Brunner, “la institución de la esclavitud se disuelve desde dentro hacia afuera, y se sustituye por el orden de la comunidad de amor, sin la interferencia del orden mundanal… los cristianos tenían algo mucho más importante que hacer que protestar contra algo que no podían modificar y que una lucha abierta contra esa injusticia en aquella situación no habría conseguido suprimirla, antes bien, por el contrario, habría provocado un aumento de dicha injusticia” (“La justicia”, Universidad Nacional Autónoma de México, ps. 134/135). Entonces, ¿dónde está la evolución de la doctrina?
II.- 
Señalemos algunos hitos en la historia de la Iglesia para defenderla.
Después de los tiempos apostólicos, la Patrística se ocupa del tema y así Lactancio afirma: “para nosotros no hay siervos sino que a éstos los consideramos y llamamos hermanos en el espíritu”; San Gregorio Nacianceno declara incompatible a la esclavitud con el cristianismo, el Papa Calixto, contra las leyes romanas, autoriza el matrimonio de libres con esclavos o libertos; San Ambrosio vende los vasos sagrados para liberar esclavos; San Clemente Romano exalta el ejemplo de los cristianos heroicos que se sometieron a esclavitud para liberar a otros cuya fe y costumbres estaban en peligro. 
Constantino prohíbe marcar en la cara a los esclavos, crucificarlos, declara culpable de homicidio al amo que mate a algún esclavo; Justiniano castiga el rapto de una mujer esclava con la misma pena que el de la libre, permite a los senadores esposar esclavas y prohíbe separar del suelo a los esclavos. 
Con todo esto, preguntamos a quienes afirman con ignorancia… ¿la Iglesia no tuvo nada que ver? 
En la Edad Media observamos una evolución saludable de la esclavitud que se transforma en servidumbre. San Gregorio Magno establece normas muy concretas sobre el buen tratamiento de los siervos. 
San Pedro Nolasco funda en 1218 la Orden de la Merced para rescatar a quienes eran cautivos o esclavos de los musulmanes, intercambiando los frailes muchas veces su propia vida por la de aquéllos; hoy la Orden mantiene su carisma ante nuevas realidades agraviantes de la dignidad humana que se presentan.  
En la Edad Moderna reaparece la esclavitud en el siglo XV con la trata de negros. La Iglesia interviene y en 1462 el Papa Pío II la califica como un “gran crimen”. Paulo III en 1537 excomulga a quienes redujesen a los indios a esclavitud. En 1608 llega a las Indias San Pedro Claver, apóstol cristiano entre los negros, quien bautizó, según su propia confesión, a 300.000 de ellos. Como escribe el padre Alonso de Sandoval: “Hay que ver la alegría que sienten después de haberse bautizado… No son bestias”.  
El Papa  Gregorio XVI en 1837 publica una encíclica exhortando a los obispos del Brasil a que utilicen todos los medios para acabar con una situación tan lamentable y anticristiana; fue poco eficaz, porque medio siglo después, el 5 de mayo de 1888 León XIII se queja de la situación en su Epístola a los obispos del Brasil sobre la esclavitud
¿Dónde está entonces “la aceptación pacífica de la Iglesia?” ¿Dónde está “la convivencia de siglos” con el escándalo de la esclavitud?
Que no te la cuenten…

La Quema de Brujas

Como ya vimos en la lección 47 (Parte 1), el tema de la quema de brujas es una más de las leyendas negras, historias que sin fundamento alguno son creadas con el único fin de atacar a la Iglesia.
El miedo a la brujería fue una psicosis que estalló en el norte de Europa y fue en esos países protestantes donde más personas fueron quemadas en la hoguera por ello. Cuando la locura alcanzó el sur católico, fue precisamente la Inquisición la que frenó el ansia de muchos por ver brujas por todas partes.
En 1486 se escribió un libro en Alemania titulado Malleus Maleficarum (Martillo de Brujas), que culpaba a las brujas de la mayor parte de los males, incluido el mal tiempo. Poco después, en 1490 la Iglesia declara que el libro es falso. Pero en los países protestantes el libro se convertirá en poco tiempo en una de las causas que extendieron la paranoia sobre las brujas. En 1538 la Inquisición española alerta de nuevo a sus tribunales de que no deben hacer caso a semejante libro.
Cuando acudimos a historiadores serios se calcula que entre los años 1400 y 1800 se ejecutaron en Europa entre 30.000 y 100.000 personas acusadas de brujería. No todas fueron quemadas. No todas eran mujeres. Y la mayoría no murieron a manos de oficiales de la Iglesia, ni siquiera de católicos. La mayoría de víctimas fue en Alemania, coincidiendo con las guerras campesinas y protestantes del s.XVI y XVII. Cuando una región cambiaba de denominación, abundaban las acusaciones de brujería y la histeria colectiva. Así lo dice claramente el Inquisidor General, Alonso de Salazar concluye: "No hubo brujos ni embrujados hasta que se empezó a hablar y escribir de ellos".
Resumiendo, para una mente teológica, la brujería, tal como lo concebía el pueblo, resultaba absolutamente inacceptable. Por eso la Iglesia desechó desde un principio estas creencias como supersticiones paganas.

El Machismo

Desde posiciones feministas, se acusa a las religiones del abuso machista a lo largo de largo de la historia. La crítica se acaba dirigiendo especialmente a la Biblia en general y al catolicismo en particular.
Quienes pretenden buscar el origen del machismo en las religiones cometen un grave error. El origen del machismo está en la "ley del más fuerte". Es decir, su raíz está en la vivencia de las relaciones humanas a nivel animal. El hombre tiene más fuerza física que la mujer, y, al igual que en el reino animal, el macho domina por lo general a la hembra; eso conlleva una posibilidad real de abuso.
Sin embargo, por encima de este nivel irracional, la religión fomenta el nivel espiritual en las relaciones humanas, por lo que no cabe duda de que la religión, lejos de ser la causa del machismo, ha sido un instrumento importante para mitigarlo. Es verdad que, al mismo tiempo que la religión potencia la superación de la "ley del más fuerte", lo hace también en categorías que son deudoras en parte del contexto cultural circundante. Pero eso es absolutamente normal y explicable, ya que la religión no es sino la revelación de Dios vertida en categorías humanas, las cuales no pueden dejar de estar influenciadas por el contexto social del momento.
Si bien es cierto que Dios se revela en la Biblia bajo la imagen de "Padre", también lo es que la reflexión teológica ha tenido mucho cuidado en insistir que Dios no tiene sexo, sino que es un ser espiritual y no carnal. Es más, también existen en la Biblia un buen número de imágenes en las que Dios se revela con metáforas femeninas. Por ejemplo, Isaías 49,15: "¿Es que puede una madre no conmoverse por el fruto de sus entrañas....? Pues aunque esto ocurriese, yo nunca me olvidaré de ti.". También es digno de mención que existan libros bíblicos (Judit y Ester) que exalten modelos heroicos femeninos.
Es muy frecuente que las críticas que los grupos de presión feministas hacen sobre los textos sagrados caigan en juicios anacrónicos. Así, por ejemplo, consideran un signo de machismo la imagen bíblica en la que Eva es formada a partir de la costilla de Adán, cuando resulta que en el contexto histórico machista en que esa imagen fue plasmada suponía una fundamentación teológica y antropológica de que la mujer es de la misma dignidad que el hombre.
Dos ejemplos clave:
En los manifiestos "feministas" sacan a colación algunos textos secundarios de san Pablo (como aquellos en los que se afirma que la mujer debe callar y taparse la cabeza 1 Cor 11, 3-7, etc...), que son claramente fruto del contexto cultural en el que fueron escritos, siendo así que la Iglesia jamás ha extraído de ellos afirmaciones de nivel dogmático o moral; mientras que, por el contrario, esos  manifiestos silencian las cuestiones claves del mensaje bíblico en las que está en juego verdaderamente la igualdad entre el hombre y la mujer. Ponemos dos ejemplos claves silenciados:
a) La monogamia: Verdadera consecución del cristianismo. ¿Acaso la poligamia no supone el sometimiento absoluto a unos valores machistas? El principio básico que posibilita la igualdad entre el hombre y la mujer es: "Una mujer para un hombre, y un hombre para una mujer." Si se dice que la democracia no comenzó a existir hasta que se reconoció socialmente el principio de que vale lo mismo el voto de todos los ciudadanos, así también la monogamia es el "abc" de la lucha por el reconocimiento de la dignidad de la mujer.
b) El rechazo del divorcio: "Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio" (Marcos 10, 11-12). Es decir, Jesucristo exige la fidelidad matrimonial, al mismo nivel, al hombre y a la mujer.
Por otra parte, es ya un tópico muy extendido el considerar que el sacerdocio masculino es un signo de machismo. Supone un desconocimiento de la fundamentación mística de la espiritualidad católica: las religiosas se desposan con Jesucristo; mientras que los sacerdotes ?imagen de Cristo? se desposan con la Iglesia. La mística de la espiritualidad católica se configura, por lo tanto, en torno a la imagen del desposorio. El desenfoque de la cuestión está en hacer del asunto del sacerdocio una prolongación del debate que la sociedad civil sostiene sobre la legítima promoción de la mujer. No es correcto proyectar en una cuestión netamente teológica unos esquemas que le son totalmente extraños (machismo-feminismo). El error está en pensar que el sacerdocio es un derecho en orden a la igualdad y a la promoción de la mujer.
Esto es volver a los esquemas preconciliares en los que el sacerdocio pudo ser vivido, en ocasiones, más como una promoción social que como un servicio de entrega. A este respecto, merece la pena recordar la siguiente anécdota: una feminista preguntó a un arzobispo por qué se excluía del centro de la Iglesia a la mitad del género humano; el prelado le respondió que "el centro no es el sacerdocio, sino el amor". Y es que el único carisma superior que debe ser apetecido es la caridad. Los más grandes en el Reino de los Cielos no serán los ministros sino los santos.
Esos mismos manifiestos que estamos criticando critica la mitología griega porque representa las divinidades femeninas con rasgos siempre incompletos. En la mitología griega la mujer no tiene un referente simbólico de plenitud en el que sentirse identificado. Y, sin embargo, se olvidan de contrastar este hecho con la veneración católica a la Virgen María; en la que encontramos la cumbre de la mayor perfección a la que ha llegado el género humano. Y, por cierto, sin que para ello necesitase ser sacerdote.

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