Unción de los enfermos

La Unción de los Enfermos es uno de los siete sacramentos de la Iglesia Católica y es conferido a aquellos enfermos graves para disponerlos a vivir el dolor y la tribulación personal de modo digno y gratificante. En la antigüedad era conferido a aquellos en peligro de muerte inminente y por ello se le conocía como “Extremaunción”.
A partir de año de 1972, mediante la Constitución apostólica "Sacram Unctionem Infirmorum" del 30 de Noviembre, de conformidad con el Concilio Vaticano II (cf SC 73) estableció que, en adelante, en el rito romano, se observara que el Sacramento de la Unción de los Enfermos se administra a los gravemente enfermos ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite de oliva debidamente bendecido o, según las circunstancias, con otro aceite de plantas, y pronunciando una sola vez estas palabras:
"Per istam sanctam unctionem et suam piissimam misericordiam adiuvet te Dominus gratia spiritus sancti ut a peccatis liberatum te salvet atque propitius allevet"
"Por esta santa Unción, y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad" (CIC, can. 847,1) 
Es importante señalar que este Sacramento no solo debe ser administrado a aquellos que están a punto de morir, sino a todo enfermo grave que deba convalecer una enfermedad o que deba ser sometido a intervenciones quirúrgicas. Incluso, el Sacramento puede conferirse en la misma persona en caso de que la enfermedad se agrave. Si alguien logra la recuperación de una enfermedad y recae por otra, también puede administrarse de nuevo el Sacramento. En casos de vejez extrema, el Sacramento puede administrarse en orden de ayudar al fiel a sobrellevar la carga del cansancio de la vida misma (CIC 1515).


 El Sacramento debe ser administrado por un sacerdote u obispo (CIC 1516) y se pide a los fieles la oración que acompañe al enfermo en los momentos de mayor exigencia física y espiritual.
Lo efectos del Sacramento
El Sacramento no tiene por objetivo primordial lograr la recuperación del cuerpo o sanar de enfermedades físicas, sino otorgar las Gracias Santificantes propias del Espíritu Santo que permitan al enfermo mantener su alma limpia y enfrentar dignamente el dolor y la pena corporal, y de ser así la Voluntad Divina, afrontar la muerte dignamente. El objetivo del Sacramento es curar el alma y prepararla para afrontar el final o para hacer del dolor un sufrimiento fructífero a la Iglesia mediante la unión de ese dolor a los dolores de Cristo. Pues el dolor santamente vivido y ofrecido es agradable a Dios, pues implica un grado de humildad y amor del fiel que imita a Cristo en su Pasión y Muerte. San Pablo nos enseña que el dolor santamente padecido y ofrecido es útil a la Iglesia:
Carta a los Colosenses 1,24
“Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia.”
Siendo así, es el Espíritu Santo quien nos da la Gracia la consuelo, de la paz y del ánimo para vencer las dificultades propias del estado de enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez (CIC 1520). Y es mediante esta Gracia que los fieles obtienen las fuerzas necesarias para no caer en la desesperación o en la angustia propia del sufrimiento. La Unción de los Enfermos nos prepara para recibir con valentía la prueba final en vida y vencer las tentaciones del demonio.

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Es común que el Sacramento de la Unción de los Enfermos venga acompañado de la Confesión Sacramental y del Viático, y no hay mejor forma de prepara el alma para afrontar el reto final de “permanecer en Cristo y dar frutos abundantes” (Juan 15,4).
Institución del Sacramento
A lo largo de la vida pública de Nuestro Señor Jesucristo fue sanando enfermos, resucitando muertos, regresando la vista a ciegos, levantando a los inválidos. Y es en uno de estos pasajes bíblicos en los que quiero poner especial atención, la experiencia del inválido bajado en camilla relatado por el Evangelista san Marcos.
Marcos 2, 1-12
Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaúm y se difundió la noticia de que estaba en la casa.  Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siguiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior:  «¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios? Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: «¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate, toma tu camilla y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo de hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto nada igual».
Tratemos de comprender la magnitud del evento, Nuestro Señor Jesucristo está en un recinto cerrado ante una multitud que abarrota el lugar, no hay espacio para que cuatro hombres cargando una camilla puedan entrar y colocarse a la vista del Señor. Su fe los lleva a la osadía de introducir al enfermo por un agujero en el techo, para colocarlo ahí, justo frente al Señor.
 El evento es presenciado por escribas que están atentos a las enseñanzas del Señor, quien al ver al paralítico y su inmensa fe, le dice : «Hijo, tus pecados te son perdonados». Nuestro Señor Jesucristo no le cura el cuerpo, que pareciera lo más lamentable de la condición del paralítico, lo más urgente, pero no, el Señor no lo cura físicamente, le cura el alma, lo perdona y absuelve de sus pecados. Ante el reclamo de los escribas también cura físicamente al paralítico, pero la enseñanza permanece, que la salud del alma es lo verdaderamente importante. El Sacramento de la Unción de los Enfermos, como ya se ha dicho, no tiene como objetivo la salud corporal, sino la del alma, pero no excluye la posibilidad, si así es conveniente para el enfermo, la recuperación física.
Nuestro Señor Jesucristo instituye este Sacramento desde muy temprana su vida púbica, pues podemos leer en los primeros capítulos del evangelio según san Marcos que los Apóstoles administraban este sacramento por orden del Señor.
Marcos 6,12-13
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
Estos prodigios de sanaciones físicas son solo una muestra del valor santificante de este Sacramento, pues no solo borra los pecados veniales que pudiera tener el enfermos, sino que en ocasiones especiales, ante la pérdida de conciencia del enfermo, si estaba arrepentido de sus pecado mortales antes de caer en inconsciencia, el Sacramento de la Unción también le liberará de ellos y logrará la vida eterna.
Y así como Nuestro Señor Jesucristo instituye el sacramento, la sucesión apostólica estaba obligada a continuar con la administración Sacramental en las nuevas comunidades, como lo deja en evidencia el apóstol Santiago en sus cartas:
Santiago 5,14-15
Si está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor. La oración que nace de la fe salvará al enfermo, el Señor lo aliviará, y si tuviera pecados, le serán perdonados.
El Sacramento ha sido instituido por el Señor y encomendado a los presbíteros, quienes son los únicos con las facultades de administrarlo. Los laicos no podemos administrar este Sacramento, pero sí podemos participar de él de manera especial mediante la oración, pues el mismo apóstol Santiago nos pide la oración de la Iglesia en compañía de la administración sacramental.
Santiago 5,16
Confiesen mutuamente sus pecados y oren los unos por los otros, para ser curados. La oración perseverante del justo es poderosa.
Y es así como los fieles participamos en la unión del amor de Cristo para con los afligidos, uniéndonos en la oración y uniendo la pena de la angustia ante la enfermedad de los eres queridos al sacrificio de la Cruz. La oración que nace de la fe salva, aunque el cuerpo muera.
El Sacramento prefigurado en el antiguo Testamento
No es necesario profundizar en el aspecto del la utilidad del aceite como medio de curación física, era común su uso en contra de infecciones y para aromatizar los ambientes impregnados de los olores propios de las enfermedades. Pero la unción siempre ha sido acompañada de la oración del pueblo y sobre todo, del enfermo y su familia.
Salmo 6,3
Ten piedad de mí, porque me faltan las fuerzas; sáname, porque mis huesos se estremecen.
La unción del aceite era el símbolo propio de la consagración a Dios de lo ofrecido, ya que se ungía reyes, sacerdotes y ofrendas.  Y este hermoso simbolismo se contempla en magnitud al ver como el Señor toma los elementos propios de la vida cotidiana y los eleva a la magnificencia de la trascendencia divina, pues el agua limpia el cuerpo, pero elevado al orden Sacramental en el bautismo, también lava el alma; el aceite purifica, suaviza y aromatiza los objetos y la carne, pero elevado al orden Sacramental en la Unción de los enfermos, también purifica, suaviza y hace el alma presentable al Señor.
Materia, forma, ministro y sujeto
Las características propias de la administración sacramental son las siguientes:
Materia: Es la unción del óleo consagrado
Forma: Son las palabras del sacerdote
"Por esta santa Unción, y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad"
Ministro: Sacerdotes u Obispos
Sujeto: El fiel, que afronta el peligro de la muerte por enfermedad grave o por vejez.
La única condición propia el Sacramento es que el sujeto haya solicitado su administración, explícita o implícitamente en caso de pérdida de conciencia o de sus facultades. Siendo así, puede administrarse. No debe administrarse a personas ajenas a la Iglesia católica o aquellas de vida en estado de pecado habitual. En caso de duda podrá administrase “bajo condición” de las intenciones del sujeto antes de caer en inconsciencia o antes de perder sus facultades.
Ahora, corresponde a los sacerdotes y laicos comprender y enseñar a los fieles de las ventajas de recibir este Sacramento en condiciones de enfermedad grave, que le permita a los fieles “dar frutos abundantes” a través de la convalecencia, el dolor y el sufrimiento a causa de enfermedad. Es importante reiterar que este Sacramento puede administrarse aún cuando el peligro de muerte no sea inminente y solo una posibilidad remota, como lo podría ser el someterse a una operación quirúrgica.
Que Dios les bendiga

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