En los tiempos actuales la mayoría justifica su apatía tomando parte como si fueran jueces, cuando la realidad es que como ya se han visto casos, la dualidad de la ley da la pauta para que algunos abogados ubiquen las acciones de sus representados en las áreas grises y lograr así su salida del centro penitenciario; mientras que los que no tienen recursos deben permanecer al interior por años en espera de la resolución del juez. No sabemos cuántos inocentes se encuentren en situación similar y no le corresponde al religioso saberlo, sino dar a conocer a la población interna la misericordia de Dios (Ap 1, 17-18), que sepan que con verdadero arrepentimiento (Jb 42, 6) la persona se esmera por cambiar su vida y hace lo que le corresponde para alcanzar la salvación de los cercanos a el y con ello la propia (Jn 15, 1-), porque Él no ha venido a llamar a los justos; sino a los pecadores para que se conviertan (Lc 5, 32).
Cuando la situación particular no permite que podamos integrarnos a la pastoral penitenciaria, uniéndonos a la Iglesia con la oración personal y en la liturgia pidiendo a Dios que atienda las necesidades físicas y espirituales de los presos también ayudamos, pues permite que los pastoralistas y religiosos que pueden ir a los centros penitenciarios ingresen con fluidez y puedan realizar las actividades correspondientes sin contratiempos; principalmente predispone el corazón de los que quieren cambiar verdaderamente.
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